El PDECat, heredero de la CDC que gobernó sola de 1980 al
2003 y del 2011 al 2015, afronta el ser o no ser el próximo 21-D. La
aventura independentista ha llevado a Catalunya al ridículo –lo que Tarradellas dijo
que nunca se debía hacer–, al éxodo de empresas y a la intervención de
Madrid.
Y el balance para el PDECat no es mejor. Ha pasado de primer
partido con 62 escaños en el 2010 a 50 escaños en el 2012, una treintena
en la coalición con ERC en el 2015… y 18 o 19 según la última encuesta
de EL PERIÓDICO. Por detrás de ERC, el PSC e incluso los españolistas de Ciudadanos. Pésimo balance de las astutas apuestas de Artur Mas.
El PDECat necesita perfil y programa reconocibles como
propios y dejar de ser compañero de viaje de ERC, que ha tenido mucho
viento a favor pero cuyo liderazgo parece tocado. La prometida
independencia ha llevado a la autonomía presidida por Soraya.
Si el PDECat va con las ideas y sensibilidades de ERC, aunque sean
edulcoradas, no sobrevivirá.
Tendría que volver a los orígenes, a ser el
partido que inspiraba confianza a las moderadas clases medias catalanas
porque era el de lo conveniente (recordemos el Ara convé votar Jordi Pujol de 1980) y el del peix al cove. Vendía ilusiones, pero también presumía de usar su fuerza para conseguir cosas. Aunque fue decisivo con Felipe y con Aznar, del 1993 al 2000, y del corredor del Mediterráneo nada de nada.
Ahora el futuro está en gran parte en manos de dos políticos jóvenes –Marta Pascal y David Bonvehí–
que quieren ser nacional-liberales pero que pese a su rebelión exitosa
en el congreso fundacional están condicionados por las sombras de Pujol, Mas y Puigdemont.
Y el camino es espinoso. Si van con ERC, se difuminan aún más. Si
apuestan por la continuidad responsable de los últimos años (dentro de
lo que cabe), tienen un candidato correcto y competente, Josep Rull. Pero le falta sex appeal en el electorado de centro. Una ERC menos atolondrada no basta.
Lo máximo pero sin descarrilar
Marta Pascal ha reconocido errores, su elección ya fue una censura a la línea Mas y
sabe que toca reprogramar. Pero apostar por el centro es una carrera de
obstáculos. Hay un candidato con gran capacidad de atracción en el
amplio electorado moderado –Santi Vila– pero que eriza a sectores ideologizados de la militancia. Vila, 44 años y tres conselleries y la alcaldía de Figueres a sus espaldas, apuesta por una estrategia similar a la del PNV de Urkullu,
que logró recuperar el poder e influir en Madrid en base a no anteponer
el programa máximo a lo posible.
Su vía sería sumar conquistas
parciales aspirando al máximo (o a un punto cercano), pero evitando
siempre descarrilar. Reconoce que no había legitimidad suficiente para
una declaración unilateral porque en Catalunya hay un empate y que
saltarse la ley (porque al ser catalanes podemos) no es el camino para circular por Europa. Y no ve en el frentismo la única opción.
Rectificar recordando las raíces sería lo sensato, pero a
veces los partidos creen que ser pragmáticos es traicionar las
esencias.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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