È la domenica nera dell’Europa. Gli errori di Barcellona e quelli di
Madrid hanno evocato i fantasmi della storia, comprese le repressioni
della Guardia Civil; e ora gli apprendisti stregoni non sanno più
padroneggiare le forze che hanno improvvidamente risvegliato. Senza che
si sia visto finora uno sforzo serio di mediazione, né da parte della
monarchia, né da parte di Bruxelles. Ci sono conflitti, nel mondo, che
vedono opporsi due ragioni. Ora, nel cuore di uno Stato tra i più
antichi del nostro continente, si stanno confrontando due torti.
La Catalogna non è una terra oppressa da un conquistatore.
È la regione più ricca della Spagna; e lo è diventata anche grazie al
sudore e talora al sangue degli operai andalusi, dei muratori
estremegni, dei manovali manchegos, dei lavoratori venuti dalle regioni
più povere. I loro figli sono a volte accesi separatisti (non però il
più importante scrittore catalano, Javier Cercas, figlio di un
veterinario di Ibahernando, Estremadura). Ma il modo in cui si è
arrivati alla violenza di ieri — altro che il «clima festaiolo»
improvvidamente auspicato dal presidente Carles Puidgemont — è frutto di
una serie di forzature, imposte da una minoranza rumorosa a una
maggioranza contraria o incerta.
Gli estremisti catalani hanno però trovato un imprevedibile alleato
in Mariano Rajoy. Non era facile passare dalla parte del torto, di
fronte a una secessione avventata e pasticciata; eppure il primo
ministro ci è riuscito. Ha drammatizzato lo scontro, senza riuscire né a
trovare una soluzione politica, né a impedire il voto. Il gioco delle
irresponsabilità incrociate ha messo la Guardia Civil nelle condizioni
di affrontare masse di dimostranti, come ai tempi — non paragonabili —
della guerra e della dittatura. Il governo di Madrid e quello di
Barcellona si sono lanciati uno contro l’altro come due temerari che si
sfidano a chi frena per ultimo; e ora le conseguenze dell’impatto sono
imprevedibili.
C’è una sola spiegazione logica per il comportamento di Rajoy.
Il suo governo è debolissimo, si regge sull’astensione dei socialisti, e
può cadere da un momento all’altro. In Catalogna il partito popolare
quasi non esiste, e non ha molto da perdere. Ma mostrare la faccia
feroce lo rafforza — almeno nei calcoli di Rajoy — nel resto del Paese,
dove l’opinione pubblica è fortemente contraria alla secessione, tranne
dove — dai Paesi baschi alla Galizia — i movimenti separatisti hanno
rialzato la testa, pronti a completare la disintegrazione della Spagna.
A peggiorare se possibile le cose contribuiscono altri
tre protagonisti. Il primo fin troppo chiassoso, gli altri due fin
troppo silenti. Il Barcellona — più che una squadra di calcio: elemento
costitutivo dell’identità catalana e brand internazionale — ha
contribuito a esasperare gli animi, cavalcando la causa separatista, e
schierando ieri ai seggi i suoi uomini più significativi, dall’ex
demiurgo Guardiola all’alfiere Piqué; che hanno postato sui social le
loro foto sorridenti, badando più alla comunicazione che alle
istituzioni.
L’Europa invece tace. La Merkel ha espresso solidarietà al
suo fedele vassallo Rajoy, ma ha i suoi guai in casa, e più di tanto
non può o non vuole fare. Berlino e Bruxelles non possono ovviamente
sostenere i separatisti; però non possono lasciare che una grande
metropoli europea sia occupata manu militari da forze che talora si sono
comportate come truppe di occupazione. Se l’Europa non riesce a mediare
tra Madrid e Barcellona, cosa ci sta a fare?
Colpisce anche il silenzio del re. Suo padre Juan Carlos salvò la giovane democrazia dall’intentona
di Tejero, giudicata oggi — come tutti i golpe che non riescono — un
golpe da operetta, che fu invece un rischio serio, come ha raccontato
proprio Cercas in Anatomia di un istante.
Oggi Felipe è chiamato a salvare l’unità della nazione. E il solo modo
in cui può farlo è favorire l’apertura di un processo costituente,
promuovendo l’elezione a suffragio universale di un’assemblea che scriva
un nuovo patto federalista. È la via indicata dagli esponenti più
assennati dei quattro grandi partiti nazionali: oltre a popolari e
socialisti, Ciudadanos e Podemos. Non è detto che la Spagna sia ancora
in tempo. Ma più aspetta a imboccare questa strada, più faticherà a
salvarsi.
(*) Giornalista e scrittore italiano
El domingo negro de Europa. Los errores de Barcelona y Madrid han evocado los fantasmas de la historia, incluida la represión de la Guardia Civil; y ahora los aprendices de brujo ya no saben dominar las fuerzas que han improvisado. Sin ningún esfuerzo serio hasta la fecha para mediar, ni por parte de la monarquía ni por parte de Bruselas. Hay conflictos en el mundo que ven dos razones para oponerse a ellos. Ahora, en el corazón de uno de los Estados más antiguos de nuestro continente, se están combatiendo dos errores.
Cataluña no es una tierra oprimida por un conquistador. La región más rica de España; y se ha convertido en la más rica de España gracias al sudor y a veces a la sangre de los trabajadores andaluces, albañiles extremeños, obreros manchegos y trabajadores de las regiones más pobres. Sus hijos son a veces calientes separatistas (no el escritor catalán más importante, Javier Cercas, hijo de un veterinario de Ibahernando, Extremadura). Pero la forma en que la violencia de ayer llega distinta del "clima partidista" que el presidente Carles Puidgemont esperaba de manera impropia es el resultado de una serie de forzamientos, impuestos por una minoría ruidosa a una mayoría que se opone o es incierta.
Sin embargo, los extremistas catalanes han encontrado en Mariano Rajoy un aliado impredecible. No fue fácil dar la vuelta al lado equivocado, frente a una secesión insensata y maltratada; sin embargo, el Primer Ministro tuvo éxito. Dramaturgia el conflicto, incapaz de encontrar una solución política o de impedir el voto. El juego de la corresponsabilidad cruzada ha puesto a la Guardia Civil en posición de enfrentarse a las masas de manifestantes, como en tiempos -no comparables- de guerra y dictadura. Los Gobiernos de Madrid y Barcelona se han estado desafiando entre sí como dos temerarios que desafían los frenos finales; y ahora las consecuencias del impacto son impredecibles.
Sólo hay una explicación lógica para el comportamiento de Rajoy. Su gobierno es muy débil, se basa en la abstención de los socialistas y puede caer de un momento a otro. En Cataluña el Partido Popular casi no existe y no tiene mucho que perder. Pero mostrar la fiera cara lo refuerza -al menos en los cálculos de Rajoy- en el resto del país, donde la opinión pública se opone fuertemente a la secesión, excepto donde -desde el País Vasco hasta Galicia- los movimientos separatistas han levantado la cabeza, dispuestos a completar la desintegración de España.
Otros tres protagonistas contribuyen a empeorar las cosas si es posible. El primero es demasiado ruidoso, los otros dos demasiado silenciosos. El Barcelona -más que un equipo de fútbol, elemento constitutivo de la identidad catalana y de la marca internacional- ha contribuido a exasperar al alma, a la causa separatista, y a alinear a sus hombres más significativos de ayer en los escaños, desde el ex demiurgo Guardiola hasta el alfiere Piqué; que han puesto sus fotos sonrientes sobre los socialistas, prestando más atención a la comunicación que a las instituciones.
Europa guarda silencio. Merkel expresó su solidaridad con su fiel vasallo Rajoy, pero tiene sus propios problemas en casa, y sobre todo lo que puede o no quiere hacer. Es evidente que Berlín y Bruselas no pueden apoyar a los separatistas, pero tampoco pueden permitir que una gran metrópolis europea sea ocupada por fuerzas militares que a veces se han comportado como tropas de ocupación. Si Europa no puede mediar entre Madrid y Barcelona, ¿qué está haciendo?
El silencio del rey también es impresionante. Su padre Juan Carlos salvó a la joven democracia de la tentativa de Tejero, juzgó hoy -como todos los golpes que fracasan- un golpe de opereta, que era un grave riesgo, como dijo Cercas en Anatomía de un instante. Hoy Felipe está llamado a salvar la unidad de la nación. Y la única forma de hacerlo es incentivando la apertura de un proceso constituyente, promoviendo la elección por sufragio universal de una asamblea que redacte un nuevo pacto federalista. El recorrido indicado por los representantes más sensatos de los cuatro grandes partidos nacionales: además del popular y socialista, Ciudadanos y Podemos. No siempre es así que España todavía está a tiempo. Pero cuanto más esperes para tomar este camino, más difícil será salvarse a sí mismo.
Cataluña no es una tierra oprimida por un conquistador. La región más rica de España; y se ha convertido en la más rica de España gracias al sudor y a veces a la sangre de los trabajadores andaluces, albañiles extremeños, obreros manchegos y trabajadores de las regiones más pobres. Sus hijos son a veces calientes separatistas (no el escritor catalán más importante, Javier Cercas, hijo de un veterinario de Ibahernando, Extremadura). Pero la forma en que la violencia de ayer llega distinta del "clima partidista" que el presidente Carles Puidgemont esperaba de manera impropia es el resultado de una serie de forzamientos, impuestos por una minoría ruidosa a una mayoría que se opone o es incierta.
Sin embargo, los extremistas catalanes han encontrado en Mariano Rajoy un aliado impredecible. No fue fácil dar la vuelta al lado equivocado, frente a una secesión insensata y maltratada; sin embargo, el Primer Ministro tuvo éxito. Dramaturgia el conflicto, incapaz de encontrar una solución política o de impedir el voto. El juego de la corresponsabilidad cruzada ha puesto a la Guardia Civil en posición de enfrentarse a las masas de manifestantes, como en tiempos -no comparables- de guerra y dictadura. Los Gobiernos de Madrid y Barcelona se han estado desafiando entre sí como dos temerarios que desafían los frenos finales; y ahora las consecuencias del impacto son impredecibles.
Sólo hay una explicación lógica para el comportamiento de Rajoy. Su gobierno es muy débil, se basa en la abstención de los socialistas y puede caer de un momento a otro. En Cataluña el Partido Popular casi no existe y no tiene mucho que perder. Pero mostrar la fiera cara lo refuerza -al menos en los cálculos de Rajoy- en el resto del país, donde la opinión pública se opone fuertemente a la secesión, excepto donde -desde el País Vasco hasta Galicia- los movimientos separatistas han levantado la cabeza, dispuestos a completar la desintegración de España.
Otros tres protagonistas contribuyen a empeorar las cosas si es posible. El primero es demasiado ruidoso, los otros dos demasiado silenciosos. El Barcelona -más que un equipo de fútbol, elemento constitutivo de la identidad catalana y de la marca internacional- ha contribuido a exasperar al alma, a la causa separatista, y a alinear a sus hombres más significativos de ayer en los escaños, desde el ex demiurgo Guardiola hasta el alfiere Piqué; que han puesto sus fotos sonrientes sobre los socialistas, prestando más atención a la comunicación que a las instituciones.
Europa guarda silencio. Merkel expresó su solidaridad con su fiel vasallo Rajoy, pero tiene sus propios problemas en casa, y sobre todo lo que puede o no quiere hacer. Es evidente que Berlín y Bruselas no pueden apoyar a los separatistas, pero tampoco pueden permitir que una gran metrópolis europea sea ocupada por fuerzas militares que a veces se han comportado como tropas de ocupación. Si Europa no puede mediar entre Madrid y Barcelona, ¿qué está haciendo?
El silencio del rey también es impresionante. Su padre Juan Carlos salvó a la joven democracia de la tentativa de Tejero, juzgó hoy -como todos los golpes que fracasan- un golpe de opereta, que era un grave riesgo, como dijo Cercas en Anatomía de un instante. Hoy Felipe está llamado a salvar la unidad de la nación. Y la única forma de hacerlo es incentivando la apertura de un proceso constituyente, promoviendo la elección por sufragio universal de una asamblea que redacte un nuevo pacto federalista. El recorrido indicado por los representantes más sensatos de los cuatro grandes partidos nacionales: además del popular y socialista, Ciudadanos y Podemos. No siempre es así que España todavía está a tiempo. Pero cuanto más esperes para tomar este camino, más difícil será salvarse a sí mismo.
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