Baltasar Gracián escribió que los políticos quieren ser
ayudados, pero no excedidos. Los mandatarios suelen ser extremadamente
prudentes a la hora de hablar en público de los enredos de sus vecinos.
Cualquier frase de un dirigente político sobre un asunto ajeno puede ser
recibida por otro como un ataque impropio.
Y lo único que no consiente
quien manda es que le lastimen el orgullo, a pesar de que el consejo sea
oportuno. Pride comes before a fall, es decir, el orgullo
precede a la caída, reza un refrán inglés. Y, ciertamente, un jefe de
Gobierno prefiere, a menudo, equivocarse que hacer caso a otro
presidente, por amigo (o poderoso) que sea. Por eso la diplomacia
resulta tan importante: es mejor echar una mano desde la discreción que
empujar desde el discurso.
En los últimos meses, el contencioso catalán está en los
informes de Bruselas y en las carteras de las cancillerías. Pero en
público, cuando cualquier mandatario es interpelado, se limita a mostrar
su confianza en el Gobierno español y a declarar que se trata de un
asunto interno.
Sin embargo, a medida que nos acercamos al 1-O, las
referencias al contencioso son más explícitas, como si las palabras
desbordaran la boca cerrada que Gracián recomendaba a quienes mandan
para no provocar desastres innecesarios (“algunos deberían avisar antes
de abrir la boca y decir ‘agua va’ para que se aparten los oyentes”).
En
las últimas horas, desde el presidente del Parlamento Europeo, Antonio
Tajani (“Este asunto no se puede solucionar sólo con la policía y el
respeto a la ley, así que es necesario el diálogo”), hasta el presidente
francés, Emmanuel Macron (“Confío en la determinación de Rajoy para de-
fender los intereses de todos”), pasando por el líder rumano, Klaus
Iohannis (“Estoy muy preocupado: es un tema que no nos resulta ajeno”),
han alzado la voz.
La sensación es que el caso catalán está dejando de
ser un asunto interno, aunque nadie quiere excederse en los adjetivos.
(*) Periodista y director de La Vanguardia
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