Hace unas semanas, Fernando Ónega comparaba en este
diario el litigio catalán con un partido que se juega simultáneamente en
dos estadios distintos, cada uno con su marcador. Acciones que, en
casa, son aplaudidas por todos son contraproducentes en el campo del
adversario. Jugadas que, en un estadio, acaban en gol se convierten en
el otro en goles en propia puerta.
Es una metáfora muy útil para describir lo que está
ocurriendo. En el estadio del otro lado del Ebro, el resultado no ofrece
dudas. A los catalanes puede sorprendernos, pero el Gobierno central
gana con holgura. Es cierto que evitar que mañana haya un referéndum con
garantías ha exigido acciones contundentes y ha producido imágenes no
muy favorecedoras.
Pero las portadas y los editoriales de los periódicos
de Madrid los últimos días son unánimes: estaba en juego el orden
constitucional, había que movilizar todos los medios legales para
defender la libertad y la convivencia pacífica, aunque ello exigiera
romper unos cuantos platos. El Gobierno lo ha hecho con firmeza, pero
utilizando los mecanismos del Estado de derecho, el Tribunal
Constitucional y la justicia, sin suspender la autonomía ni detener a
ningún político de primera fila.
En el estadio catalán, en cambio, el marcador es favorable
al Govern de la Generalitat. Es cierto que la aprobación de la ley del
Referéndum y de la ley de Desconexión fueron dos autogoles. Pero la
estrategia del Gobierno central de escudarse tras las togas no es
creíble. Hay demasiada gente que recuerda la época en que el TC
necesitaba años para tomar decisiones, unas decisiones que no siempre
eran favorables al Ejecutivo. Esa gente piensa que el Gobierno central
ha suspendido la autonomía por la puerta de atrás y se pregunta si no lo
ha hecho así para esquivar el control democrático.
Para un usuario frecuente del AVE con amigos en ambos
bandos, la diferencia de óptica y la incomprensión mutua son pasmosas.
Lo que en un estadio se ve como un pequeño accidente o una medida
desafortunada pero inevitable, se ve en el otro como una muestra
innegable de autoritarismo. Lo que en un lugar se considera un mal
menor, se convierte en el otro en una prueba irrefutable de la
incapacidad de respetar las reglas básicas de la democracia. Todos
aplauden la contención propia y magnifican los errores del adversario.
En Madrid, casi todos los periódicos y canales de
televisión dan un apoyo entusiasta a su equipo. En las tertulias de
radio y televisión, la imparcialidad es inexistente. En Barcelona, no
hay la misma unanimidad por razones obvias: la mayoría de los canales de
televisión son los mismos que en el resto de España y la prensa es más
plural porque los periódicos del resto de España también se venden aquí.
En las tertulias, también hay más diversidad de opiniones. Pero la
síntesis es favorable al equipo local. Fuera de Catalunya, mucha gente
ignora las causas del litigio porque nadie se las ha explicado. En
Catalunya, poca gente es consciente de las razones de los ciudadanos del
otro lado del Ebro.
En la estrategia de destrucción mutua en que ambas partes
se han embarcado, cabe preguntarse qué ingenuidad es mayor, si la de
creer que se puede desafiar la poderosa maquinaria del Estado sin más
armas que las manifestaciones pacíficas y una exigua mayoría en el
Parlament, o la de pensar que las sentencias del Tribunal
Constitucional, las actuaciones de la Fiscalía, las multas y las
actuaciones policiales bastarán para parar los pies al gran número de
catalanes que quieren la independencia.
Los dos equipos se preocupan sobre todo de ganar en casa,
sin pensar mucho en el efecto de sus acciones en el otro estadio. No
carece de lógica. Los políticos suelen funcionar con las luces cortas, y
como las dos partes ganan ante sus seguidores, no tienen alicientes
para cambiar de táctica. Les gustaría ganar también fuera, pero ya se
sabe, no se puede vencer en todas partes.
Sin embargo, hay una diferencia. El Govern de la
Generalitat no necesita ganar fuera de casa –aunque le sería muy útil–
porque sólo aspira a gobernar Catalunya. En cambio, el Gobierno central
debe ganar en ambos estadios, porque a la larga no podrá gobernar
Catalunya sin una mínima adhesión de los catalanes. Las medidas
coercitivas que ha ido tomando en los últimos días no le ayudarán a
conseguirlo. Y el “¡A por ellos, oe, oé!” aún menos.
El partido no acabará mañana, pero lo que ocurra y
la interpretación que hagan de ello el Gobierno central y la Generalitat
condicionará mucho el desenlace. En inglés, se suele decir que hay que
ganarse the hearts and minds (los corazones y las mentes) de la gente.
Pero es posible que alguien, en el Gobierno central, haya recordado lo
que dijo Theodore Roosevelt: “Get them by the balls and the hearts and
minds will follow” (cógelos por las pelotas y el corazón y la cabeza
vendrán solos). Si es así, me parece que puede cometer un error grave.
(*) Diplomático y catalán. Ex embajador de España en Reino Unido
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