En el día de hoy, cautivo y desarmado el independentismo
catalán, las tropas constitucionales han alcanzado sus últimos
objetivos. La sedición ha terminado. Madrid, 1 de octubre de 2017”.
Tal
podría ser el arranque de un reality show que intentara reflejar el
deseo íntimo de los dirigentes del PP y de Ciudadanos, de algún
histórico del PSOE y de ciertos medios jurídicos. La alegoría es
obviamente exagerada porque no hay armas. Pero conecta con las imágenes
de columnas de la Guardia Civil partiendo marciales a la reconquista de
Catalunya desde diversas ciudades de la geografía carpetovetónica entre
vítores a España y gritos de “a por ellos”. Incluyendo despedidas en
locales de la Benemérita.
Y se relaciona con la ausencia de protección
policial a la asamblea de cargos electos democráticos en Zaragoza
asediados por cientos de nazis, por falta de efectivos, destinados al
frente de Barcelona.
En ese contexto no parece del todo incoherente el pasado
falangista, evidenciado fotográficamente, de Albert Rivera, instigador
de una represión desmesurada. Como dijo Pedro Sánchez, hay que dejar
atrás la ley del más fuerte y apelar al diálogo. Porque aunque se
impusieran las medidas de fuerza ordenadas por el TSJC y la Fiscalía, no
se apaciguaría el grave conflicto que estamos viviendo, sino que se
ahondaría la fractura social. Entre Catalunya y España, en Catalunya y
también en España.
Apelar a una Constitución que muchos ciudadanos ya no
reconocen y que la derecha se resiste a reformar es seguir con el
ordeno y mando como forma de gobierno. Una vieja tradición española que
socava la convivencia en un país que, quiérase o no, es plurinacional,
como sostienen PSOE, Podemos y PNV, entre otros. Tiempo habrá de depurar
responsabilidades sobre quién es más culpable de la profunda crisis
constitucional que ha quebrantado el Estado español. Es malintencionado
señalar a la Generalitat por su insistencia en un referéndum
democrático como causa del conflicto sin recordar que los Parlamentos
catalán y español aprobaron en el 2010 un Estatut de Autonomía
masivamente refrendado por un voto legal en Catalunya.
Y que fue el
recurso del PP a un Tribunal Constitucional, sesgado en sus opiniones,
lo que llevó a judicializar la política y negar la soberanía popular,
recortando autonomía en una provocación a la voluntad mayoritaria de los
catalanes. No vale referirse a la utilización electoral de la ex-CiU de
la indignación popular sin contabilizar el proyecto deliberado de la
derecha (PP y Ciudadanos) de fundar buena parte de su base electoral en
el anticatalanismo. Ese sentimiento que ahora se achaca a las buenas
gentes de Andalucía o de Madrid tras haber sido azuzados y manipulados
por medios de comunicación al servicio de los poderes de siempre, sin
olvidar que algunos medios públicos catalanes cayeron en la tentación
de pagar con la misma moneda.
Los historiadores harán la crónica y la crítica de este
lamentable proceso en el que las aspiraciones nacionales legítimas de
muchos catalanes fueron despreciadas y humilladas hasta exasperar la
confrontación. Para, al final, recurrir a esa ley de la fuerza que
rechaza la izquierda, desde Pablo Iglesias hasta Pedro Sánchez, al igual
que el nacionalismo vasco y el nacionalismo gallego. Pero esas son
preguntas y respuestas para el futuro. Porque, como la historia aún no
está escrita, la cuestión candente no es cómo se llegó a este 1 de
octubre de colegios cerrados, independentistas detenidos, miles de
ciudadanos en la calle buscando espacios de democracia, mossos
desgarrados en su conciencia y guardias civiles obedeciendo órdenes y
ocupando militarmente todo un país.
La cuestión es qué pasa el 2 de octubre. Las propuestas
mejor intencionadas hablan de comisiones parlamentarias de reforma de la
Constitución, de negociaciones con el soberanismo catalán (y vasco de
paso), de tregua a cambio de concesiones presupuestarias y
competenciales. Pero ¿cómo puede esperarse que una negociación entre
políticos pueda restañar las heridas profundas de un pueblo humillado en
su dignidad? Porque se habla de una Catalunya dividida, pero la
división se refiere a la independencia, no al derecho a decidir en un
referéndum, una opción apoyada por tres cuartas partes de la población.
El pisoteo brutal de esa aspiración mayoritaria no permitirá una vuelta a
la normalidad como si nada hubiera pasado.
El 2 de octubre no empieza la negociación, sino la
resistencia pacífica de quienes quieren votar. Y no sólo de esa CUP
magnificada y demonizada por los medios de Madrid. Sino de centenares de
miles de ciudadanos que no se van a rendir tan fácilmente, aunque su
esfuerzo parezca fútil. Preveo que en dos tercios de los municipios
catalanes se arriará la bandera española. Y habrá universidades
ocupadas, acampadas sembrando el espacio público, edificios oficiales
bloqueados, calabozos asediados, carreteras cortadas, comunicaciones
perturbadas, intentos de huelga general, aquí y allá, según los humores,
la represión y la indignación.
Y con una opinión pública internacional
que empieza a movilizarse, sobre todo entre miles de jóvenes enamorados
de Barcelona. Mis estudiantes en EE.UU. me preguntan cómo ir a defender
Catalunya, como si fueran las Brigadas Internacionales. Claro que yo los
calmo y les digo que simplemente envíen mensajes. Pero la tormenta se
hace global: una nueva causa alienta a los jóvenes amantes de la
libertad. Sobre todo si el amigo de Rajoy se llama Trump. Y todo eso
contando con que no haya un desmadre de la policía, hasta ahora
disciplinada, que ocasione muertos y heridos. Porque ahí todo puede
pasar.
Pero tal vez no llegue ese 2 de octubre. Si el 1 de octubre
apareciese un destello de clarividencia en Madrid y se negociaran
condiciones de una votación de gentes que sólo quieren decir lo que
quieren ser, podríamos volver a mirar al futuro sin temer al pasado.
(*) Sociólogo catalán nacido en Hellín
1 comentario:
Excelente análisis del sabio Castells, aunque haya algún aspecto que no comparta del todo. Sólo indicar una pequeña errata: el nuevo Estatuto catalán fue refrendado en 2006, y la sentencia del TC por culpa del PP fue de 2010. Esos fueron los mejores cuatro años en las relaciones entre Cataluña y España de la actual Democracia Española. Como dice Castells, tiempo históricó vendrá de ajusta cuentas con la política anticatalanista -nefanda- de PP y Ciudadanos.
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