Tengo respeto por El Confidencial
y por eso no creo que el titular de la noticia lleve mala intención. Lo
entiendo como falta de perspicacia, recurso a la desesperada para
dividir el bloque independentista y muestra de que el nacionalismo
español no se aclara.
Esa reunión en casa del magnate Roures,
según el comentarista, tenía un objetivo claro: dividir JxS, derrotar
al PDeCat en unas próximas elecciones "no plebiscitarias", constituir un
gobierno de izquierda en Cataluña (ERC y Comunes más Podemos) y abrir
un tiempo nuevo (sacando a pasear el unicornio del "proceso
constituyente") en España tras haber destruido también al PSOE que, en
el fondo, es lo único a lo que aspiran los neocomunistas de Podemos, con
las consecuencias que padecemos todos y ellos propician.
No dan ni una. La interpretación del artículo no está basada en inferencias razonables sino en un puro wishful thinking o cuento de la lechera del informador. Veamos.
I.-
Si Junqueras se dejase arrastrar a esta maniobra divisionista, víctima
de la vanidad, cosa que tengo por imposible, la primera que se iría al
garete sería ERC. Y no porque la atacara el PDeCat o "su artillería
mediática", como dice el articulista, que no entiende el problema. ERC
se hundiría porque el electorado independentista le negaría el voto.
Hasta sus dirigentes dejarían de votarse a sí mismos, ¿o alguien ve a
Tardà, Bosch, Rufian, etc., tragándose sus palabras y votando en unas
elecciones autonómicas para que en Cataluña gobiernen los Comunes,
Podemos y, a través de ellos, Roures? No es extraño que el articulista e
Iglesias, que no saben nada de lo que pasa en Cataluña, razonen así. La
ignorancia de Domènech y Roures es más pintoresca pues parecen
desconocer el país en el que viven.
II.-
Que Iglesias y otros de Podemos hayan desembarcado en Barcelona en la
flota aérea monárquica, nacional española y gratis total era lo
esperable. Su integración en la clase política, sus prebendas y enchufes
es ya completa. Lo curioso ahora es que quienes protestaban contra la
política de conciliábulos, secreteos a espaldas de la gente y prometían a
grito pelado en plazas y calles una política democrática, asamblearia,
de transparencia, se reúnen en conjuras secretas, a escondidas de sus
militantes para urdir planes que, de no ser absolutamente estúpidos,
serían peligrosos. Y esto no es nuevo. Vienen practicándolo desde 2014,
en cabildeos y manejos con periodistas flexibles a la voz del amo,
diplomáticos y magnates. Dicho en plata, engañando a sus seguidores.
III.-
Los que venían a regenerar el sistema político denunciando a los
empresarios, banqueros, poderosos en general y diciendo que, si querían
gobernar, se presentaran a elecciones, son lo que están deseando
gobernar según los intereses de esos mismos magnates, cuando son los que
los financian y que, por supuesto, siguen en la sombra. En la sombra,
pero dando las órdenes que estos revolucionarios de reservado y secreteo
cumplirán a rajatabla. Según su antigua doctrina, si Roures quiere
gobernar en Cataluña y/o España, que se presente a elecciones.
IV.-
¿Qué sucede? Pues que ya lo hace, como lo hacen todos los demás
potentados con los otros partidos: se presenta a través del partido
Podemos y sus confluencias y a través de sus medios de comunicación,
como la Sexta, en donde se da pie a los neocomunistas para que traten de
hundir al PSOE, el verdadero objetivo conjunto de este "izquierdismo" y
el PP que en esto coinciden hace mucho y siguen. Por no hablar de su
medio Público, el periódico oficial del partido morado y órgano de censura de todo lo que no sea la línea Roures. Como siempre.
V.- Por lo demás, es buena jugada del destino que el lunes, cuando se supo la noticia de la cena clandestina entre el millonetis y su peón político y los otros, también se presentara el proyecto de ley de desconexión. De este modo quedará claro a los comensales, es de esperar, que Junqueras y ERC reafirman la unidad independentista en la hoja de ruta. Justo la que Podemos y Doménech quieren romper en favor de una propuesta de proceso constituyente que más parece un reconstituyente de la anémica nación española.
V.- Por lo demás, es buena jugada del destino que el lunes, cuando se supo la noticia de la cena clandestina entre el millonetis y su peón político y los otros, también se presentara el proyecto de ley de desconexión. De este modo quedará claro a los comensales, es de esperar, que Junqueras y ERC reafirman la unidad independentista en la hoja de ruta. Justo la que Podemos y Doménech quieren romper en favor de una propuesta de proceso constituyente que más parece un reconstituyente de la anémica nación española.
El verano catalán
El nacionalismo español vive un
angustioso dilema. Por un lado, no querría que se hablara de Cataluña,
refugiado en su ancestral tendencia a no hacer frente a los problemas,
ni siquiera los que amenazan su subsistencia como ideología. El caso de
Cuba viene siempre al recuerdo. Por otro lado, pretende que solo se
hable de Cataluña, pintándola como la suma de todo mal sin mezcla de
bien alguno a los efectos, principalmente, de que deje de hablarse de la
corrupción y la incompetencia y la inoperancia del gobierno, cuando no
de su ridículo fracaso en la guerra sucia sistemática contra el
independentismo catalán. Dura elección entre ocultar un peligro o
magnificarlo para no mostrar las propias vergüenzas.
La
realidad, que no espera la solución de los dilemas por angustiosos que
sean, ya se ha impuesto con tal contundencia que se ha comido hasta el
monstruo del lago Ness y otros fantasmas de las rotativas estivales. De
forma que en todo el verano el tema dominante ha sido Cataluña y, a
partir del atentado de la Rambla, el único, por su magnitud y sus
consecuencias. De pronto, un acto de insensata barbarie ha puesto de
relieve una crisis profunda del conjunto del sistema que ha afectado y
afecta a la misma Jefatura del Estado.
Los
medios, los políticos de turno y muchos otros, quizá de buena fe, han
hecho extrapolaciones a otros países (Inglaterra, Alemania, Francia) que
han tenido este tipo de amargas experiencias con un terrorismo de tipo
amok, dando por supuesto que es un fenómeno común a un determinado tipo
de sociedades, muy parecidas. Y ese es el error. España no se parece a
los regímenes con los que la élite dominante quiere codearse. La ficción
de que, tras la transición, el país es “normal” y equiparable a las
otras democracias europeas es una ficción ideológica a cargo de
intelectuales complacientes con la oligarquía. España sigue siendo la
misma sociedad caciquil, atrasada, corrupta del franquismo y, a causa de
enfrentamiento con Cataluña, también es una sociedad profundamente
dividida en un conflicto territorial en el que el atentado ha impactado
como un meteorito, causando un mayor estropicio del que había.
Al
margen de las cuestiones específicas, de detalle, sobre si unos cuerpos
de seguridad han actuado mejor o peor en sus relaciones internas siendo
así que estas están envenenadas por la mala voluntad del gobierno del
PP hacia Cataluña, es ya irrelevante. Un hecho es incontrovertible: los
mossos han coronado con éxito una complicada situación antiterrorista en
condiciones de debilitamiento premeditado, incluso de hostilidad. Y, de
este modo, la opinión pública ha tenido conocimiento de algo que se
venía sospechando desde el descubrimiento de la “Operación Cataluña” del
ministro Fernández Díaz, el sectario del Opus que intentó acallar un
país entero con una Ley Mordaza franquista, esto es, que el Estado
mantiene una actitud de deliberado boicoteo de Cataluña en todas las
cuestiones relativas a la seguridad de la ciudadanía.
De
aquí se ha seguido una conclusión que se ha impuesto por la fuerza de
los hechos y así ha sido apreciada por todos los medios extranjeros,
esto es, que Cataluña ha sabido gestionar una crisis muy complicada por
su cuenta, demostrando de hecho su capacidad para actuar como Estado. Y
esta conclusión ha traído otra, como las cerezas: el Estado, en cambio,
ausente durante el episodio, solo se ha materializado para dejar
constancia de su inutilidad y su estricto papel de comparsa, tratando de
arrebatar el protagonismo a quien verdaderamente corresponde: la
sociedad catalana, con sus fuerzas de seguridad e instituciones. Y a
nadie más.
Allí
donde Cataluña ha ganado, el Estado ha perdido, al extremo de que queda
reducido a los momentos estrictamente protocolarios y aun en estos se
le cuestiona el derecho a organizarlos, presidirlos, participar en
ellos. Innecesario añadir que, en ese manejo de los gestos, los
símbolos, los protocolos, la Casa Real, responsable de la imagen de los
Reyes ha puesto en marcha una campaña a base de prensa rosa con fotos de
los monarcas llorando a lágrima viva por las desgracias de sus súbditos
que seguramente ha multiplicado la cantidad de republicanos en el país.
Si
de lágrimas se trata, contrastan vivamente las de los monarcas con las
del padre de Rubí que perdió a su hijo en la Rambla con el imán de la
comunidad. Eso es sentimiento auténtico de los propios afectados. Lo
otro, la habitual escenificación en honor de los Reyes que, cuando
menos, debían tener la compostura de controlarse en público, para no
insultar más a la gente que tiene que soportarlos.
Ese
atentado marca un hito en la historia nacional de Cataluña y la
reiterada reacción de activismo, templanza y solidaridad de su población
(desde la expulsión de los nazis en una manifestación a esta última
prueba del padre del nen de Rubí) la prueba de que es una comunidad con un grado alto de civilidad.
Que
el resultado haya sido un debate verdaderamente odioso en los medios,
sesgado en contra de los independentistas y de los catalanes en general
ha permitido ver cómo aumenta el nivel de odio hacia lo catalán, a
medida que se hace más verosímil que, ante la incompetencia del gobierno
español, se celebre el referéndum el 1º de octubre y el resultado sea
“sí”.
Ese
es el estado de ánimo con que el nacionalismo español afronta los
quince días que quedan para la próxima Diada. Un ánimo que está muy
afectado por el espectáculo que se ha visto obligado a presenciar con
motivo de la manifestación contra el terrorismo. El desembarco de la
clase política en pleno en defensa de la monarquía y la unidad de España
para protestar por un terrorismo que muchos le acusan de fomentar era
también sentido como una provocación.
La
manifestación se inició tras saberse por boca del presidente Puigdemont
que la Generalitat ya dispone de más de seis mil urnas. El País, que se
ha convertido en un tabloide al servicio del gobierno, de su partido,
en el que escriben los habituales “intelectuales” a sueldo de la
oligarquía sector “moderado”, llama provocación a la revelación de
Puigdemont.
Por supuesto no lo llama a la decisión del Gobierno de hacer
un desembarco españolista en Barcelona, fletando aviones especie de
autobuses aéreos con bocadillos para sus mítines, repletos de cortesanos
solícitos, dispuestos a defender la unidad de España, la Monarquía y…
el gratis total para los enchufados a cuenta del erario.
Incidentalmente, es de esperar que alguien con dignidad en el Parlamento
exija la lista completa de quiénes han viajado en esos tres aviones a
cuenta del contribuyente… para hacer el ridículo monárquico en una
tierra republicana.
Tanto el Rey
como su guardia pretoriana de cortesanos y lacayos han aguantado
abucheos, silbidos y denso flamear de esteladas. Una glorioso oleada de
independentismo que ha enfrentado a toda la clase política española, al
Rey, los franquistas del gobierno y los de la oposición con una realidad
social aplastante que no entienden, no quieren ver y si pudieran,
destruirían por la fuerza: que España ya no pinta nada en Cataluña, que
los discursos, el español y el catalán, son divergentes y hasta
opuestos.
Intentaron
falsear la realidad con la habitual demagogia y el concurso de unos
medios mercenarios: pidieron que no se politizara la manifestación con
la secreta aspiración de politizarla ellos en el último momento y de
vender así a la opinión mundial una imagen falsa de la protesta de
Barcelona, táctica de envenenamiento que bordan el ABC, La Razón, El
País y otros panfletos de la derecha. Como no lo consiguieron porque el
nacionalismo español es una magnitud despreciable en Cataluña ahora
acusan a los independentistas de haber “dinamitado” (sic, expresión de
El País) la manifestación.
En realidad es evidente ya que no se puede
seguir gobernando un país en contra de la voluntad de su pueblo, por
mucho que el monarca se haga el tonto (cosa nada difícil para él) que
los gobernantes mientan y practiquen el boicoteo y la guerra sucia y la
oposición simule querer arreglar una situación en la que ha tomado
partido por la opresión de una minoría nacional, la catalana, que
debiera apoyar por mera decencia intelectual.
En
resumen, la manifestación contra del Rey, el gobierno franquista, la
oposición sumisa y el nacionalismo español es ya la señal de partida
para la carrera hacia el gran momento siguiente, la Diada con su
carácter especial. Las de los años anteriores fueron como hitos en el
proceso de autoconciencia de los catalanes, casi como un aprendizaje, el
de un pueblo que por fin se ve a sí mismo como tal. Esas Diadas son
censos periódicos de la voluntad nacional catalana, revista de fuerzas
en previsión de una batalla final. La Diada próxima es justamente la
víspera de esa batalla, que ya está convocada para el 1/10. Por ello,
los preparativos están siendo especialmente intensos.
La
Diada tiene que mostrar la fuerza a base de luchar no por la adhesión
de los incondicionales, que se da por descontada, sino por el
pronunciamiento de los indecisos. No basta con que supere en cantidad de
asistentes a la del año pasado sino que es preciso realizarla con el
mismo espíritu abierto, pacífico y democrático de aquella, al tiempo que
se transmite la impresión de que estas movilizaciones obedecen a una
capacidad de organización y una prueba de estabilidad política tras el
referéndum que atraiga el voto moderado de los indecisos, en cuyo nombre
se libra esta batalla.
Es
de esperar todo tipo de maniobras políticas y recursos más o menos
legales del gobierno central en contra de la realización del referéndum.
En consecuencia, no es posible argumentar a fondo porque todo dependerá
del grado de uso de la violencia por parte del Estado (si la emplea) y
la capacidad de resistencia de la Generalitat y del conjunto de la
población.
Entre los mensajes que interesadamente se difunden desde los
medios de comunicación al servicio del gobierno y los columnistas y
analistas mercenarios del poder destaca el de la supuesta fatiga de la
sociedad catalana, que lleva años de movilización y empieza a resignarse
ante la posibilidad de un nuevo fiasco en sus expectativas. No tienen
ni un solo dato para sostenerlo y, por lo tanto, es una de sus
habituales mentiras con efectos desmovilizadores.
Pero un examen
desapasionado de la realidad prueba que esta tiene signo contrario. Los
catalanes aparecen mucho más movilizados que nunca gracias a la
iniciativa de sus instituciones, hasta el extremo de que cabe decirles
lo que Mirabeau dijo a sus compatriotas franceses en un momento decisivo
para la vida de su país: Français, encore un effort si vous voulez être
libres; Catalanes: un esfuerzo más si queréis ser libres.
A
falta de otra indicación es legítimo suponer que el referéndum se
celebre y se celebre en condiciones y con garantías que puedan
esgrimirse. Habrán de ser convincentes, para no perder mucho tiempo
sobre cuestiones accesorias. En principio dos pueden ser los resultados:
triunfo del sí y triunfo del no. También soslayamos el inevitable
filibusterismo que se padecerá con las condiciones de participación para
legitimar los resultados.
Si
triunfa el “sí”, no hay sino negociar la separación en un clima de
confianza y colaboración. Si triunfa el “no”, el Govern se ha
comprometido a convocar nuevas elecciones autonómicas.
Y
no hay más, ni nunca lo hubo. Hoy, tras la monumental pitada a España
en las personas de su Rey, sus gobernantes corruptos y su oposición
claudicante, que la prensa internacional recoge ampliamente, solo existe
un camino: la celebración del referéndum de autodeterminación el 1º de
octubre próximo. De haberlo pactado antes y negociado los términos
(plazos, pregunta, participación, porcentajes), el nacionalismo español
habría podido ganarlo. Al no hacerlo y no poder impedirlo, lo habrá
perdido.
Y Cataluña habrá ganado.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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