La victoria de Sánchez en las primarias, que Público califica de "quijotesca",
no sé si con mucho acierto, ha puesto al PSOE en la órbita de los
ganadores. Come el terreno a un PP que está hecho unos zorros y hunde en
la miseria a Unidos Podemos (UP).
La
explicación de este cambio de las opciones en la izquierda es
relativamente sencillo sumando la gestión del triunfo de Sánchez con los
sucesivos descalabros de UP. La imagen que se trasmite -y es muy
poderosa- habla de un PSOE como partido de gobierno y una UP que pierde
crédito a chorros por un conjunto bastante complicado de factores:
entran formas, estilos y modos, oratoria radical, conflictos internos de
todo tipo, personalismos, confusión ideológica, etc. Sobre todo, lo mas
dañino es la continua ambigüedad en las relaciones con el PSOE, al que
se quiere apoyar o destruir, según sean días fastos o nefastos.
La
queja de Podemos suele ser que el "nuevo PSOE" dice ser de izquierda
pero hace políticas de derecha. Esgrimen casos concretos: no se pide la
dimisión de Rajoy y de la moción de censura se habla como de la
Atlántida; se complota con el PP y C's el cierre de la comisión de
investigación sobre las tropelías del ministerio del Interior. Todo eso
es cierto, sumamente criticable y el PSOE hará bien en reconsiderarlo.
No obstante no debiera ser difícil a los de UP entender que, si quieren
aliarse con otro partido es porque es otro. Si fuera idéntico a él en todas sus políticas, ¿para qué la alianza?
Entre
tanto, la gestión de la victoria en las primarias está siendo muy
eficaz. El mensaje que se envía a la ciudadanía es que se trata de un
partido cohesionado con sus bases, provisto de buenos equipos, con ideas
y capacidad para implementarlas. La movilización de la militancia ha
sido arrolladora para legitimar a la nueva dirección socialista. Y la
pieza culmina con ese nombramiento a la vicepresidencia de la
Internacional, que trae el espaldarazo foráneo de gente de peso.
Todo
esto, en el fondo, son los preparativos para una moción de censura
porque a lo que apunta es a la consagración del candidato de esta que,
de momento, es extraparlamentario.
El
espíritu de la acción política socialista está basado en un criterio
decisionista: el que no osa, no logra nada. Con ese ánimo, el PSOE
convoca su ejecutiva el viernes para debatir y hacer propuestas a la
parte catalana para evitar la confrontación del 1/10. Alguien se atreve a
poner orden en el casino, vista la inoperancia de la dirección. Invocan
los dignatarios la urgencia del momento y la angustiosa escasez de
tiempo disponible. Cosa tanto más evidente cuanto que el plazo final no
tiene por qué ser el 1/10. Puede ser en cualquier momento anterior en
que se produzca un choque de consecuencias irreversibles.
Así
que, en efecto, máxima urgencia. Y es de agradecer al PSOE que hable
teniendo en cuenta la realidad, como la gente de la calle, y no como los
políticos. La objeción de que el Estado no puede aceptar plazos
impuestos ilegalmente es otra forma de decir que se busca la
confrontación.
Carece
de utilidad reprochar aquí a los políticos españoles una
irresponsabilidad monstruosa en la ignorancia del llamado "desafío
independentista" hasta llevarlo a la situación actual en que se pretende
resolver un conflicto de muy hondas raíces y muy inflamado presente con
un toque de zafarrancho de combate.
Y eso los que parecen tomárselo en serio porque los otros siguen instalados en la política del garrote.
La
cuestión, sin embargo, es no ya que el plazo sea corto, sino que haya
plazo. El PSOE no está en el gobierno. Faltan años, cuando menos meses,
para que lo esté y sus propuestas, siendo bien intencionadas, se quedan
muy cortas. Sobre todo porque a la negativa al punto 46 (referéndum)
añade el rechazo al pacto fiscal, aunque este quizá pueda entenderse
como un recurso para un gambito posterior.
La
cuestión, por tanto, es si el bloque independentista acepta renunciar
al referéndum. Y parece que no. Siendo así, la oferta del PSOE
fracasará.
La
realización de un referéndum pactado no es una posibilidad
descabellada. La solicita muchísima gente, millones, no solo en
Cataluña. La propone UP. Se ha experimentado con éxito en otros lugares.
En el caso de que el PSOE aceptara el referéndum pactado (y, con él, la
posibilidad de negociar la pregunta), tendría los votos del bloque
independentista que le hacen falta para ganar su moción de censura, que
convertiría a Sánchez en presidente de un gobierno con una
complicadísima tarea: gestionar el resultado de ese referéndum, sea el
que sea. La única solución civilizada y razonable de zanjar el pleito
sin ocasionar mayores e imprevisibles destrozos.
El problema, por tanto, no está en el bloque independentista, sino en el PSOE que, llegando aquí, no osa.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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