Puesto que durante este centenario de todo lo que protagonizó, nadie habla ni escribe en Barcelona sobre Cambó -ni siquiera en La Vanguardia, el periódico otrora editado a su imagen y semejanza-, seguiré haciéndolo yo.
Nos habíamos quedado hace unas semanas en los sucesos de junio de
1917, cuando los oficiales de las guarniciones de Barcelona doblegaron
al Gobierno constitucional, imponiéndole la puesta en libertad de los
líderes de las Juntas de Defensa, encarcelados por desobediencia en el
castillo de Montjuich. Y como al perro flaco todo son pulgas, el
gabinete presidido por el conservador Eduardo Dato -tan similar a Rajoy
en tantas cosas- tuvo enseguida que hacer frente al desafío de la
convocatoria de la llamada Asamblea de Parlamentarios, con la que la
Lliga, a la vez que respondía al cierre de las Cortes, pretendía
promover elecciones constituyentes.
Tras recibir en Sitges las bendiciones de un Prat de la Riba con
medio cuerpo ya en el sepulcro, Francesc Cambó lideraba la convocatoria,
dirigida a todos los diputados y senadores, y encuadrada bajo el
ambicioso proyecto de la "Catalunya lliure dins l'Espanya gran". Se
trataba de algo mucho menos ilegal que el referéndum del 1 de octubre,
pues no pretendía tener efecto vinculante alguno. Sin embargo, Alfonso
XIII se tomó la iniciativa como una usurpación de sus prerrogativas y,
espoleado por los partidos del turno dinástico, trató de impedir que
culminara en una reunión formal.
Para ello recurrió, según las más puras reglas del borboneo, a un
capellán castrense que a su vez contactó con el coronel Benito Márquez,
cabeza visible del movimiento juntero en Barcelona. El carismático
oficial mantenía por entonces una relación epistolar de cortejo mutuo
con "en Francisquet", que es como llamaba a Cambó.
El líder de la Lliga, católico practicante donde los hubiera, fue
citado "a primeros de julio" de hace cien años en el convento de
Pompeya, recién construido en la conjunción entre el Paseo de Gracia y
la Diagonal. Allí le esperaba Márquez, junto a un “misterioso padre
Ruperto" que, según el militar, hacía las veces de anfitrión, hablaba
por teléfono con Madrid y terminó convirtiéndose en el componedor del
entuerto.
No era otro que el capuchino Ramón Badia i Mullet, más conocido por
su nombre eclesial de Rupert María de Manresa, fundador del convento,
animador de una gran obra social para socorrer a los pobres y mediador
habitual entre la alta burguesía catalana y la divina providencia.
Hombre tan culto como atrevido, su carácter quedó definido en un pareado
de Josep María de Sagarra: “No hi ha al món un tal encert/ com els ous
de Fra Rupert”. En castellano la rima funciona igual que en catalán: “No
hay en el mundo mayor acierto/ que los huevos de Fray Ruperto”.
Las posiciones parecían irreconciliables. El coronel Márquez pidió,
en nombre de "un inquilino de la Plaza de Oriente", la desconvocatoria
de la Asamblea de Parlamentarios, prevista para el 19 de ese mismo mes
de julio, y Cambó respondió que eso era imposible puesto que las
invitaciones ya habían sido cursadas a todos los partidos españoles y
estaba en juego su "crédito político". Fue entonces cuando "el cerebro
del padre Ruperto" propuso un guión "aceptable para todos". Ahora
veremos cómo se materializó, pero detengámonos antes en la síntesis de
su filosofía, tal y como la compendió Márquez en un hoy apolillado libro
de recuerdos:
"¡Oh, maravilloso padre Ruperto! En pocas horas elabora el modo de
que los parlamentarios se reúnan y no se reúnan; de que la corrupción
dicte sus disposiciones y de que no las dicte; de que acuerden lo que
tengan por conveniente y no acuerden nada; de que le digan al Rey la
necesidad de una reforma de la Constitución y de que no se lo digan; de
que sepa España entera que los poderes actuantes están encanallados y de
que no lo sepa; de que España está gobernada por los peores y de que no
lo está; y, en fin, de que se intenta renovar todo lo podrido y de que
no se intenta". Más rajoyesco imposible.
Los días que precedieron a la convocatoria fueron "febriles", según
Cambó. "Todo el mundo quería y esperaba que pasara algo", escribe en sus
Memorias. La propia mañana del 19, la sensación de inminente
acontecimiento quedó reforzada por el despliegue policial que, por orden
del gobernador Leopoldo Matos, impedía el acceso al Ayuntamiento, sede
prevista de la Asamblea. La mayoría de los comercios cerraron en
solidaridad con la convocatoria.
Según el plan convenido, a medida que diputados y senadores se
acercaban a la plaza de Sant Jaume eran agrupados en taxis y enviados
hacia el restaurante del Parque de la Ciudadela. Allí se había hecho una
discreta reserva para una boda de un centenar de personas. Los
camareros no salían de su asombro al descubrir que los "novios" eran
Cambó y su correligionario lligaire Raimon d'Abadal, y que
entre los convidados destacaban rostros tan conocidos de la vida
española como Lerroux, Melquiades Álvarez o el Abuelo Pablo Iglesias.
Tras un almuerzo de fraternidad, la Asamblea quedó formalmente
constituida en un palacete cercano, bajo la presidencia de Abadal. Había
68 parlamentarios en representación del catalanismo, el centro
reformista, los liberales, los radicales, la izquierda y hasta el
carlismo. El gran ausente fue Maura, que impuso a sus diputados el
boicot a lo que bautizó despectivamente como "parlamento Codorniú".
Enseguida se tomaron las resoluciones clave "para emprender juntos
una obra de engrandecimiento común". Hacían referencia a la autonomía
municipal, el Ejército o el desarrollo económico, pero la principal de
todas reclamaba "la indispensable convocatoria de nuevas Cortes en
funciones de constituyentes... por un Gobierno que encarne la voluntad
soberana del país".
Apenas quedó esto así fijado cuando, como si se tratara de una escena
de las películas de los incompetentes Keystone Cops, tan en boga en ese
año, la Policía rodeó el recinto. Tras enviar primero a un inspector y
luego a un oficial para que requirieran en vano a los reunidos su
dispersión, el propio gobernador Matos entró, sombrero en mano, en el
salón. Allí mantuvo un versallesco diálogo con Abadal que, a modo de
rigodón convenido, venía a constatar la naturaleza del encuentro y la
contumacia de los presentes. Era como si el juramento del Jeu de Paume
hubiera sido prestado ante un edecán de Luis XVI.
Cubierto ese trámite, Matos pronunció las palabras de rigor: "Quedan
ustedes detenidos". Pero la "detención" se limitó a la simbólica
imposición de la mano del gobernador sobre algunos hombros, quedando
todos inmediatamente en libertad a la salida.
Matos apuntaba maneras: fue varias veces ministro hasta su asesinato
al comienzo de la guerra civil. Mientras el gobernador telegrafiaba a
Madrid que había "impedido" la celebración de la Asamblea, los
asistentes eran aclamados en las Ramblas. "Foren especialment ovacionats
els diputats castellans", recuerda un jovencísimo Josep Plá.
Apoyado en una férrea censura de la prensa, el Gobierno "hizo creer
que creía -son palabras de Unamuno- que no se celebró la Asamblea de
Barcelona". Cambó celebró lo ocurrido como un gran éxito político: "Si
el Gobierno hubiera permitido la celebración... se habría producido una
inmensa decepción. Toda la fuerza de la Asamblea radicó en su
clandestinidad".
¿Alguien duda de que este empate político, este "todos satisfechos"
de Fray Ruperto, fue lo que Rajoy ideó en comandita con Artur Mas para
la consulta del 9 de noviembre de 2014 y lo que le gustaría ver
repetido, primero mediante la "operación diálogo" de Soraya, ahora con
el "esperar al momento oportuno" de la maquinaria jurídica, con el
referéndum de Puigdemont?
Fiel a su naturaleza estaférmica, Rajoy aspira a poder decir que no
haciendo nada es como también se consigue que nunca pase nada. Por mucho
que Mas se saltara el guión para sacar un poco más de pecho de lo
acordado, y a cambio le haya caído una inhabilitacioncita de la señorita
Pepys , así es como básicamente ha pasado a la historia el 9-N.
No hace falta recurrir al Diccionario Secreto para darse cuenta del
carácter polisémico de las referencias a "los huevos" de un determinado
personaje. De hecho, Cela se burló de sí mismo mejor que nadie cuando
dijo que, gracias a la nueva acepción de la RAE, "los españoles iban al
fin a enterarse de que las gallinas ponen huevos, testículos y cojones".
En el caso que nos ocupa, es obvio que cuando alguien menciona "los
huevos de Mariano" no se refiere a su arrojo -como Sagarra al de Fray
Ruperto- sino a su cachaza. Por eso abundan las invocaciones paradójicas
a "los huevazos de Mariano" o más directamente al "huevón de Mariano". Y
es que en efecto, manda huevos, que -como bien subrayaba ayer Margarita Robles en El Español- a la ebullición de Cataluña se responda sólo con la inacción.
El problema no es que Puigdemont no sea Cambó, sino que su enanismo
político es tal que ni siquiera le llega a la suela del zapato a un
Artur Mas situado ya muchos peldaños por debajo de Pujol. Tras pasar
varios días a finales del mes pasado en Barcelona, la principal
conclusión que saqué es que todos, tirios y troyanos, creen que
Puigdemont está dispuesto a inmolarse en una especie de españolísimo "o
llevarás luto por mí". Y el mensaje implícito en la destitución del
conseller Baiget es que no permitirá a ninguno de los de su cuadrilla
eludir el destino de los seguidores del reverendo Jones.
Veremos cuántos desertan a medida que se acerque la hora de la verdad
y cuál es el margen de maniobra que, desde un punto de vista logístico,
le queda a este aspirante al martirio independentista, en un Estado de
Derecho en el que al sedicioso ni se le fusila ni -de momento- se le
encarcela. Pero no cabe duda de que si se empeña en abalanzarse contra
el orden constitucional con el cinturón explosivo del referéndum
anticolonialista y la independencia unilateral bien ceñido, hasta el
nuevo Fray Ruperto se verá obligado a sacar alguna de las pistolas
jurídicas que le otorga la legalidad y abatirle fulminantemente, para
que su cadáver político sirva de ejemplo y escarmiento... hasta la
próxima.
Tanto si se desencadena el drama, como si deriva otra vez, in extremis,
en la farsa de una nuevas elecciones "determinantes del futuro de
Cataluña", es evidente que el nacionalismo está abocado a un nuevo Campo
de los Mirlos. La pregunta es qué pasará después de su enésima derrota.
En mi opinión, se darán las condiciones óptimas para afrontar la
reforma constitucional de corte federalista que propone Sánchez, siempre
que implique un fortalecimiento institucional como el incluido en el
dictamen que el Consejo de Estado hizo para Zapatero. De hecho,
convendría adelantarse a los acontecimientos y sería bueno que Rivera e
Iglesias propiciaran la creación en el Congreso de la comisión de
estudios impulsada por el PSOE, antes de que llegue el 1 de octubre.
Dejaremos para otro día el relato de lo que consiguió Cambó tras
aquella Asamblea de Parlamentarios, que a la vez se celebró y no se
celebró el 19 de julio de 1917. Permítanme entre tanto, ya que parece
que a nadie le pasa hoy en Barcelona, sentir nostalgia desde Madrid por
ese catalanismo político que tuvo su continuidad en el último
Tarradellas y el primer Pujol, o en los Pallach, Trías Fargas o Roca
Junyent, y cuyo objetivo expuso Cambó a Prat de la Riba, con tanto
candor como convicción, en aquel último encuentro de Sitges:
"Espanyolitzar el nostre moviment, lligant-lo a una empresa general
espanyola que nosaltres iniciaríem i dirigiríem; fer-nos l'element
essencial del nou règim que s'instaurés al país si nosaltres
aconseguíssim destruir el sistema caduc de dos partits sense força en
l'opinió".
Esa es la oportunidad ahora perdida. ¿Verdad que se entiende
todo?
(*) Periodista y editor de El Español
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