Es verano,
hace calor, el curso ha sido denso y tenso y se acercan las
vacaciones. Todo estaba preparado para aflojar el pistón. Nada
más lejos de la realidad: en los últimos días se ha vivido un
extraordinario juego de poder. Primero, la UE llegó a un acuerdo
comercial con Japón, para que el Trump del ‘America First’ y la
Theresa May del Brexit duro se enteren de qué va el comercio libre en
el mundo globalizado.
Segundo,
los líderes de la ‘relación especial’ anglosajona respondieron en la
misma moneda: el inquilino de la Casa Blanca anunció o prometió, no
quedó muy claro, un futuro acuerdo comercial ‘muy, muy grande’ entre
Washington y Londres. Brillaron así los sables de la diplomacia en torno
al G-20 en Hamburgo.
Tercero: Trump amenazaba con imponer aranceles a la importación de
acero extranjero en EEUU. Bruselas restalló inmediatamente: vale, pues
la UE gravará el whiskey bourbon. En cuarto, quinto, seto y más lugares,
el fin de semana asistió perplejo al dueto Trump-Putin, a la idea de un
organismo bilateral de ciberseguridad, a los piropos de uno a otro y
viceversa y a los patéticos esfuerzos de Donald Jr. por explicar cómo y
por qué se reunión con representantes rusos que le habían prometido
‘kompromat’ contra Hillary Clinton en junio del año pasado.
Ya hay expertos legales en EEUU que creen que puede haber habido
delito, violación de legislación electoral y hasta traición, y se ha
mencionado y publicado la eventualidad de ‘cárcel’.
Pero Trump se fue y aquí quedaron los europeos, con el Brexit
pendiente. Toda la gran prensa, incluida la norteamericana, han dado
como triunfadora del G-20 a Angela Merkel, no tanto por dar la nota como
precisamente por lo contrario. Su discreción destacó sobre el pavoneo
de Trump, y su frase final fue antológica: ‘La reunión ha tenido lugar’.
La primera ministra británica, en cambio, regresó a Londres con esa
vaga verborrea de Trump para afrontar una creciente rebelión en sus
propia filas republicanas y con el aliento de los laboristas de Jeremy
Corbyn en la nuca. Habrá nuevas elecciones en septiembre, dicen. Otros
creen que se puede descabalgar a May desde dentro antes de eso.
Arrollada por una serie de desgracias, desde tres atentados
yihadistas casi consecutivos al pavoroso incendio de la torre Grenfell y
la derrota moral en las elecciones que la han mantenido de momento al
frente del Gobierno con una exigua coalición, May solicita este martes
la ayuda de todos para que las cosas no se desmadren más. Está en juego
el futuro de esa ‘Gran Bretaña global’ con la que sueña en su
nacionalismo populista y proteccionista.
Está en juego…, y parece que lo está perdiendo. Una encuesta entre
empresarios ha dado un revolcón: 98% o no quieren Brexit en absoluto o
quieren que el país siga de alguna manera en el mercado único y en la
unión aduanera. En otro sondeo, el 54% se declara ahora contrario al
Brexit. Los últimos datos macro revelan un enfriamiento de la economía.
Cada día nuevas firmas anuncian planes para instalarse en el continente.
Nadie sabía en qué iba a consistir el Brexit, y todavía nadie lo sabe.
Los ciudadanos votaron a ciegas por una vuelta a la soberanía nacional,
pero ahora que está tomando algo de forma el futuro, no es muy
apetecible.
Los nervios están tan a punto de estallar que la diputada
conservadora Anne Marie Morris, una de las más opuestas al Brexit duro,
se dejó llevar este lunes por una frase racista que ha provocado todo un
escándalo. Irse de la UE dando un portazo y sin acuerdo, como más de
una vez ha amenazado May, sería ‘una auténtica metedura de pata’. Morris
ha sido suspendida porque la expresión que usó tiene fuertes
connotaciones racistas. Con el castigo también se ha reducido a 12 votos
la mayoría parlamentaria negociada con los unionistas de Irlanda del
Norte.
Este miércoles no hay votaciones en el Parlamento británico: es
miércoles, día en el que la primera ministra debe responder a las
preguntas de los diputados. Pocas veces algún primer ministro se ha
ausentado. En todo caso, por un viaje oficial al extranjero. Pero aunque
está en Londres, Theresa May no va a ir mañana a Westminster.
Estará en el Palacio de Buckingham, a poco más de un kilómetro.
Asistirá a un solemne acto oficial de la Visita de Estado de los Reyes
de Españaa Reino Unido entre hoy día 11 y el viernes 14. Normal, pero no
tanto, porque hay tiempo para todo, como subraya entre otros el Daily
Mail: la primera ministra ‘se escaquea’ de la sesión de control
parlamentario. Al diputado laborista James Frith no le parece nada bien:
‘De modo que la lista de incomparecencias de Theresa May continúa. Está
contra las cuerdas en Westminster, sacudida en Europa y huyendo de los
laboristas’.
Y en efecto, este fin de curso está siendo agobiante para Theresa
May. Uno de los columnistas estrella de Financial Times, Gideon Rachman,
ya aventura hasta tres escenarios en los que Reino Unido puede ser
‘humillado’ por el Brexit. Primero: que May se vea obligada a aceptar lo
que sea que proponga Bruselas, con lo que la factura de 100.000
millones de euros podría materializarse.
Segundo: que sea todo lo contrario, que para evitar esa humillación
Londres dé el portazo; el orgullo quedaría en eso, porque los productos
británicos se quedarían al otro lado del Canal o tendrían que abonar
fuertes aranceles.
Y tercero: que ante la alternativa de un mal acuerdo o de un no
acuerdo, el país tenga que dar marcha atrás y volver a la UE. Es una
opción que ronda en algunos ambientes. El último en proclamarla
públicamente, en una entrevista en la BBC, ha sido el ex ministro
liberal conservador Vince Cable: el Brexir presenta ‘problemas tan
enormes, con fuertes divisiones en los dos grandes partidos, que veo un
escenario en el que eso no ocurre’.
Para Rachman, el hecho de que estén sobre la mesa las tres
posibilidades ya es una humillación para un país que nunca ha sido
derrotado.
(*) Periodista
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