El Gobierno de España trabaja con la hipótesis de que el
independentismo está bajando en Catalunya. En la Moncloa tienen sus
encuestas y están convencidos de que la temperatura secesionista
disminuye lentamente. La termografía gubernamental dice lo siguiente: el
núcleo militante está más recalentado que nunca, pero la difusa
periferia del movimiento de opinión soberanista, más pragmática, más
utilitarista, menos sentimentalizada, más híbrida, con más apellidos de
origen no catalán, se está enfriando. Aunque las redes sociales emitan
una fuerte radiación infrarroja, el independentismo está perdiendo
amplitud social.
Este es el diagnóstico de Madrid. Las declaraciones del
conseller Jordi Baiget en el periódico Punt Avui, expresando con notable
sinceridad su preocupación ante la capacidad coercitiva del Estado –“yo
puedo aguantar ir a la cárcel, pero no si van contra mi patrimonio,
debo pensar en mi familia...”– provocaron ayer un agujero en la capa
térmica del Gobierno catalán. Una vistosa mancha azul-violeta –señal de
enfriamiento– en la mesa redonda de la sala Tarradellas del Palau de la
Generalitat.
Las dudas de Baiget, compartidas en privado por otros
miembros del Govern y por no pocos altos cargos de la Generalitat, eran
peligrosas para la actual fase de inyección del cohete 1-O. Carles
Puigdemont, verboso, ardiente y determinado, destituyó anoche a Baiget y
dejó de color de rosa a Marta Pascal, coordinadora general del PDECat,
que al mediodía daba por hecha la continuidad del conseller hamletiano,
en un claro mensaje de complicidad con los sectores moderados. La
autoridad de Pascal en el PDECat es una de las claves importantes de los
próximos meses.
Sustituye a Baiget el intuitivo Santi Vila, hombre de
cromatismo fosforescente. Vila se ilumina en soberanista cuando el
ambiente oscurece y adopta tonos más fríos cuando el co- ro
independentista se enardece. El núcleo está recalentado, eso parece
evidente. Y el Gobierno de España añade que la periferia soberanista se
está enfriando. Así lo ve y así necesita verlo. La encuesta publicada
este fin de semana por La Vanguardia ofrece algunos contrastes más.
Se confirma la variedad cromática de la sociedad catalana.
Un 54% dice que iría a votar en la convocatoria unilateral del 1 de
octubre, pero un 58% preferiría una consulta acordada. Un 71% quiere que
se someta a referéndum la independencia (cuatro puntos menos que en la
encuesta de abril), pero el 57% cree que la mejor solución sería una
reforma o reinterpretación de la Constitución. Un 42% votaría sí a la
independencia, pero sólo un 11,9% (el doble que en abril) cree que la
secesión vaya a producirse.
Se observa en la encuesta un fuerte deseo de protesta, por
encima del contradictorio cruce de temperaturas y tonalidades. El
oficialismo español está en horas bajas después de los últimos
escándalos en Madrid –subrayados por la moción de censura de Podemos– y
de su clamorosa derrota en las primarias del PSOE. Un viento
antigubernamental recorre toda España, y Catalunya siempre ha sido un
gran condensador de la protesta política. El 1 de octubre puede
convertirse en un gigantesco acto de protesta contra el quietismo
violáceo del Gobierno Rajoy
(*) Periodista
No hay comentarios:
Publicar un comentario