Los dos partidos, PSOE y Podemos, dicen
ser de izquierda. En ambos hay militantes muy críticos con el otro; con
el PSOE por neoliberal y con Podemos por populista. Pero no es el mayor
problema al que los dos se enfrentan. Sus respectivas circunstancias
internas no reflejan la unidad de criterio esperable en los partidos.
El
PSOE sigue bastante fracturado después de las primarias. La victoria de
Sánchez no ha pacificado del todo la organización. Se mantienen
federaciones y agrupaciones conflictivas y enfrentadas en controversias
personales, ideológicas y estratégicas, todas mezcladas.
Podemos,
a su vez, aun está más fragmentado. No es un partido al uso, sino un
mosaico irregular, compuesto con teselas de distinta naturaleza en las
que, además de las personales, ideológicas y estratégicas, se dan las
orgánicas, pues se trata de una amalgama de confluencias, fusiones y
semifusiones. Paradójicamente el factor que mantiene la unidad de esta
organización surgida de un espíritu antisistema es el hecho de haberse
integrado en ese sistema y estar actuando a través de cargos públicos.
La unidad la procuran las instituciones. Veremos si se mantiene en
periodo electoral.
Este
aspecto apunta a la razón del fracaso, al menos por ahora, de la
colaboración y unidad entre las izquierdas. Es decir, la razón no reside
en las discrepancias y regañinas por asuntos concretos.
Con todo y ser estos importantes pues, en efecto, el comportamiento del
PSOE en la comisión de investigación sobre las fechorías de Interior no
es de recibo, no son decisivos. Nada que no se pudiera arreglar o
convenir para el futuro en una colaboración que recién empieza.
La
razón de este fracaso es de otra índole y tiene mas que ver con la
acción institucional de ambas fuerzas y, sobre todo, con el hecho de que
las dos la articulen en el terreno legal de las elecciones, lo que
plantea unas exigencias de moderación del mensaje para no ahuyentar a
los votantes. La moderación suele darse al precio de la imprecisión, la
confusión más o menos deliberadas. En verdad, ninguna de las dos partes
tiene un programa claro y coherente de carácter general (eso que suelen
llamar "el proyecto" y siempre lo mencionan para acusar al otro de
carecer de él) y esa falta no se compensa desgranando listas
interminables de medidas concretas habitualmente ilusorias.
La
situación de carencia es la misma en las dos formaciones de la
izquierda, y responsable principal de la falta de entendimiento.
Ciertamente, hay diferencias cuantitativas. La estrategia del PSOE es
más imprecisa que la de Podemos, pero ambas se circunscriben al mismo
terreno de juego; solo que una juega más en el extremo que la otra y su
frase es más radical. Dicho en plata, los dos son ya partidos
dinásticos, aunque con algunas diferencias retóricas.
Es
fácil demostrar la concomitancia de ambas en la dinámica del sistema.
Basta atender a sus discursos y ver cómo ambos propugnan reformas sin
cuestionar los fundamentos ideológicos mismos que las sostendrán, el
postulado de una nación española coincidente con el Estado y con la
forma política de este.
Justamente,
este es el punto más significativo (aunque no el único ni mucho menos)
de la discordancia: la República. Las dos organizaciones están
compuestas en su inmensa mayoría por republicanos. Sin embargo, la
opción republicana es explícitamente rechazada en el caso del PSOE y
deliberadamente olvidada en el de Podemos. La República no es una
prioridad.
Pero
es un elemento constitutivo esencial, prioritario, del independentismo
catalán que, al plantearse como republicano pone a la izquierda española
ante el espejo de sus propias vergüenzas. Tanto más cuanto que la
dinastía reinante en España, por el origen reciente y por su ejercicio,
no puede aspirar ni de lejos al grado de apoyo popular que tienen otras
monarquías europeas.
Y
esa es una de las dos razones por las que las izquierdas españolas (que
tampoco se ponen de acuerdo entre sí) no consiguen entenderse con los
independentistas catalanes. La otra, por supuesto, es el propio
independentismo y el nacionalismo español elemento común a ambas
izquierdas hispanas.
El
programa independentista tiene, claro, una faceta nacional, pero
también la tiene política y social. En definitiva, es una revolución. De
nuevo tipo, pacífica y democrática, pero revolución. Y la falta de
entendimiento con las izquierdas españolas, al menos con la que dice ser
la "verdadera", prueba que la actividad institucional ha hecho perder a
esta el olfato revolucionario del que presumía.
La
falta de entendimiento con el independentismo catalán es en lo único en
que las dos izquierdas españolas coinciden, aunque con matices. En todo
lo demás, discrepan. No pueden entenderse porque cada una desconfía de
los objetivos estratégicos de la otra y con razón pues ninguna de ellas
tiene claros los suyos.
Y no los tienen porque las dos han aceptado jugar en el terreno marcado por la derecha.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
No hay comentarios:
Publicar un comentario