La declaración de Rajoy en el proceso de
la Gürtel fue una vergüenza universal. La parcialidad del presidente
del tribunal añadió bochorno y dejó claro que en España no hay justicia.
Un bochorno inútil porque el de los sobresueldos se mueve
perfectamente entre las trampas y amaños judiciales. Le viene de
familia. Su padre, Mariano Rajoy Sobredo, fue el presidente de la
Audiencia de Pontevedra cuando se dirimió el escándalo del aceite de
Redondela, una gigantesca estafa de los años setenta de la oligarquía
franquista, en la que estaba implicado un hermano del dictador.
La
sentencia solo condenó a los muertos, de los que hubo varios en
circunstancias sospechosas durante la instrucción. Más o menos como
ahora. Los vivos, empezando por el hermanito, siguieron en el bollo. Al
año siguiente, un jovencísimo Rajoy sacaba las oposiciones de
registrador de la propiedad. Igual destino tuvieron sus tres hermanos,
dos registradores y un notario. Realmente extraordinario.
No
es de extrañar que el hijo del juez estuviera convencido de ser de una
estirpe superior y escribiera algún articulejo en un periodiquillo local
asegurando que está científicamente demostrado que los seres humanos no somos iguales pues los hijos de "buena estirpe" superan a los demás.
El ejemplo era él, claro, un hombre que no solamente no sabe escribir
sino que apenas sabe hablar. Bebía esta doctrina en sus grandes
inspiradores morales e intelectuales, aparte de su padre, Franco, Fraga y
González de la Mora, el que achacaba el ideal de la igualdad a la envidia igualitaria, el tósigo que corroe el espíritu contemporáneo.
Con
este bagaje intelectual, apenas aprobadas las oposiciones de
registrador, Rajoy pidió la excedencia en el cuerpo (aunque las
circunstancias siguen sin estar claras) para dedicarse en cuerpo y alma
al PP, partido en el que lleva militando y ocupando cargos sin parar
desde 1981, hace 36 años y con 26 de edad. Un político profesional que
no ha hecho otra cosa que mentir y no ha trabajado nunca fuera de la
política.
No
ha trabajado, pero sí cobrado por no trabajar. Según parece, entre 1990
y 2004 (es decir, siendo diputado, ministro, de todo) recibió más de un millón y medio de euros de
sobresueldos con cargo a la caja B del partido. Igual que varios de sus
colegas y eso mientras predicaban a la gente que tragara recortes y
restricciones porque estaba viviendo por encima de sus posibilidades.
Sobresueldos que superaban con mucho en un año lo que un trabajador
normal puede ganar en diez y con suerte. Obviamente estos cobros son
pura corrupción y el intento del gobierno, amparado por los medios, de
calificarlos de otro modo, algo inadmisible. Son tan corrupción como
todo lo que tiene que ver con la Gürtel porque son parte de esta
gigantesca estafa a la ciudadanía. ¿Alguien en su sano juicio pagaría
800.000 euros a Ana Mato por lo que fuese? ¿O tres millones a Bárcenas?
Solo
por estos incalificables sobresueldos, que Rajoy ocultaba en su caso
mintiendo repetidas veces en la televisión sobre sus emolumentos, tanto
él como el resto de beneficiarios deberían de haber dimitido. En lugar
de ello, se organizaron en forma de asociación con fines presuntamente
delictivos -a la que llamaron "partido político"- y se dedicaron a
saquear el país, a expoliarlo de todas las formas y en todos los lugares
posibles: en Galicia, en Baleares, en Valencia, en Madrid, en las dos
Castillas, en todas partes. Y en todas circunstancias: licitaciones,
adjudicaciones, recalificaciones, malversaciones, subvenciones,
mordidas, todo servía para enriquecer a una banda de granujas por
importes estratosféricos. A los sobresueldos se añadía tanto dinero
sucio que la banda acabó estableciendo métodos propios de blanqueo,
algunos muy divertidos como los que presuntamente funcionaban en el
gobierno municipal de Rita Barberá.
Y
el jefe de ese quilombo de ladrones era Rajoy. Repasen la galería de
fotos de la corrupción en España. En todas ellas aparece algún
sinvergüenza imputado, procesado, condenado y en todas ellas está
también Rajoy cantando las alabanzas del ladrón de turno. Incluso
asegurando estar dispuesto a hacer en España lo que el mangante tal o el
ladrón cual estaban haciendo en sus respectivos cortijos.
Esto
permite calibrar la cara dura del personaje que ayer compareció en La
Moncloa para hacer balance triunfalista de un año más de desgobierno en
España en el que se ha dado todo tipo de delitos, sin mencionar ni una
vez la "corrupción", que es precisamente la que lo llevó a declarar ante
los jueces o los que pasan por tales. ¿Cómo es esto posible? Porque el
franquista Rajoy aplica más doctrinas de sus maestros. Una de las más
acendradas de los tiempos de Franco: da igual lo que hagas y las
mentiras que cuentes. Nadie va a protestar. Con Franco, no había
libertad de expresión y los medios eran todos propaganda del régimen
gracias a la represión y el miedo. O sea, todos callados. Hoy es algo
parecido, aunque la represión a lo bestia ha sido sustituida por el
soborno y la compra de los medios y la permanente injerencia del poder
en la judicatura que ha convertido la administración de justicia en otra
vergüenza.
La
banda lleva seis años esquilmando el país: ha vaciado el fondo de las
pensiones para entregárselo a los bancos a fin de que se resarzan de los
latrocinios que sus gentes, Blesa, Rato, han cometido en ellos; ha
empobrecido a los pensionistas, mientras ellos se han autoamnistiado en
sus robos y fraudes; arrebatado los derechos laborales a los
trabajadores y enchufado a sus amigos y allegados en condiciones de
cine; eliminado los fondos de la memoria histórica (para impedir que se
haga justicia con los más de cien mil asesinados por el franquismo);
reducido las prestaciones por desempleo; suprimido los subsidios a la
dependencia (excepto, al parecer, la de su padre, que pagamos todos los
españoles a unos 3.000 euros al mes); empujado a los jóvenes a la
emigración; desamparado a las víctimas de los malos tratos.
Aparte
de tener a los medios comprados (menos algunos digitales) y cantando
sus alabanzas diariamente sin ningún sentido del ridículo, el
sobresueldos se sabe impune porque, si alguien osa protestar, se le
aplica la Ley Mordaza, que sigue en vigor para escarnio de una izquierda
tan inepta como cobarde. O se le persigue por medios ilegales, a través
de operaciones de guerra sucia urdidas en las cloacas de un Estado que
es todo él una inmensa cloaca.
La
oposición de izquierda quiere obligarlo a comparecer de nuevo en sede
parlamentaria en lo que ya empieza a ser una rutina que él mismo
califica como tal: la rutina de la habitual sarta de mentiras tanto en
sede judicial como en la parlamentaria. Ahora parece que lo han pillado
mintiendo en firme en su declaración en la Gürtel porque sí conocía los detalles económicos de las campañas electorales que dirigía, a pesar de haberlo negado ante el juez.
Queda por saber si alguien se atreverá a denunciarlo y si los jueces
proceden como debieran o vuelven a echarle una mano para que se vaya de
rositas. Me inclino por lo segundo.
Este
es el personaje que ha destrozado el Estado de derecho en España a base
de extrapolar al conjunto del país los usos y abusos de un caciquismo
provinciano y reaccionario, el que ha arruinado el país, empobrecido a
la población y establecido un sistema general caracterizado por el
autoritarismo y la corrupción a partes iguales. El que comparece ante
los medios para cantar sus propias alabanzas en esa oratoria confusa y
lamentable que se gasta.
Se
apresta ahora a coronar su vergonzosa gestión con su actitud
intolerante y represiva con Cataluña, que ha sido siempre y ahora mucho
más, un acicate al independentismo. Cada vez está más claro que Rajoy no
solo será el presidente que ha esquilmado un país sino también el que
lo ha desmembrado.
Entiendo
perfectamente que la dinámica catalana se lleve a las últimas
consecuencias de la independencia. La comparecencia de Rajoy es la
enésima prueba de que España no tiene arreglo, que no hay diferencia
entre este gobierno corrupto y el Estado, que este gobierno es todo lo
que el Estado puede dar de sí, que no hay esperanza real de regeneración
y menos de la mano de una izquierda española acobardada, impotente para
proteger los derechos pisoteados de las personas, incapaz de imaginar
una España distinta de la orgía de corrupción, delincuencia y beaterío
que estos neofranquistas ha vuelto a poner en pie.
La
vergüenza empieza ya a visitar a esa izquierda española sumisa a la
derecha como se comprueba por el hecho de que nadie todavía (solo sus
víctimas directas, los catalanes) haya denunciado las actividades
aparentemente irregulares de la Guardia Civil en Cataluña. Están los
guardias interrogando y hasta acusando a ciudadanos según parece sin la
correspondiente autorización judicial. Es decir, la Guardia Civil está
evidenciando un estado de excepción de hecho que Cataluña lleva tiempo
viviendo. Y la izquierda, callada.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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