En menos de 24 horas, el acuerdo de la izquierda sufre su primer revés, roce,
lo llama la prensa prudentemente, como el que no cede el paso en la
puerta; aunque aquí parece tratarse del que se adelanta. Están los dos
aliados mirándose de reojo y buscándose las vueltas. Harían bien en
establecer unos protocolos de actuación para evitar los roces o
desacuerdos y ser menoss quisquillosos.
Sobre
todo porque ese rifirrafe continuo desmerece de las firmes
declaraciones ideológicas y estratégicas. Dice Montero que la prioridad
es echar a Rajoy de La Moncloa y al PP del gobierno. Pero, por lo que
hacen, más parece que esa tarea la cumplirán antes los jueces mandando
al grueso del partido entre rejas.
La
detención del baranda del fútbol por un presunto delito prevaricación
no es un hecho insólito, sino lo normal. No hay sector de actividad
económica (deportiva, empresarial, cultural, bancaria) que esté en
relación con el poder político y no haga negocio con la corrupción de
este. Está todo igual de podrido en este sistema de capitalismo de
captura del Estado.
Quien
haya visto el documental sobre las cloacas de Interior sabe que esa
corrupción afecta a todas las áreas del gobierno, singularmente el
ministerio del Interior, en donde parece haberse montado una policía
política con fines claramente delictivos.
Un
gobierno que tiene o ha tenido ministros reprobados, acusados o
investigados, que tiene dirigentes de todo tipo en la cárcel y cuyo
presidente está pendiente de declaración como testigo en un proceso por
corrupción de su partido, del que ha sido todo: tesorero, secretario
general y presidente, carece de toda autoridad moral para enfrentarse a
la reivindicación independentista. Carece de toda legitimidad para
exigir a los independentistas que acaten la ley cuando el primero que no
lo hace es él mismo; ni como órgano ni personalizadamente.
La
lentitud y el zascandileo habitual de las izquierdas, pasa ahora a ser
irresponsable, puesto que deja en manos de esta derecha neofranquista la
cuestión catalana. Hay quien dice que, en realidad, es un efecto
querido. La izquierda prefiere que sea la derecha quien reprima el
independentismo catalán, quedando ella así exonerada. Como Poncio
Pilatos. Habrá gente así, seguramente, pero entiendo que la mayoría
acusa más bien un sentimiento de frustración: no haber sido capaz de
proponer una solución negociada admisible por ambas partes. Esa
conciencia de fracaso no le permite exonerarse, sino que la convierte en
el furgón de cola del PP en Cataluña.
Y
todo para comprobar que también es el furgón de los fracasados, tanto
si el referéndum se celebra como si consiguen impedirlo.
El Estado y el gobierno
El
argumento más poderoso del sector unionista, el menos falaz y sofista,
es el que insiste en diferenciar entre Estado y gobierno. Es el más
poderoso no por lo que dice, (auténtica trivialidad), sino por lo que
implica. Según él el actual gobierno de España (un órgano corrupto,
sostenido por un partido de presuntos delincuentes, que ha destrozado el
Estado de derecho) no es el Estado en sí, sino una forma pasajera.
Cuando haya elecciones, podrá haber un gobierno decente, que haga
justicia al carácter democrático y abierto de la sociedad y el Estado
españoles.
Es
decir, el independentismo es una opción errónea, precipitada, que se
basa, ella sí, en una falacia: la de identificar un gobierno de
presuntos ladrones neofranquistas corruptos y nacional-católicos con el
Estado español. Trata de aprovechar esta lamentable y contingente
identidad entre policías y ladrones para hacer apresurada tabla rasa y
tirar el niño con el agua sucia.
El
argumento es una llamada a la paciencia y la esperanza del
independentismo. Esperaos, viene a decir, a que haya un cambio de
tendencia en la opinión española, a que haya un gobierno respetuoso con
el sentir democrático y el imperio de la ley, y el Estado español
permitirá su reforma profunda para acomodar las pretensiones catalanas,
por ejemplo, en forma de un generoso federalismo, que es la vía elegida
mayoritariamente por las izquierdas españolas, aunque no por las
catalanas.
Invitar a la paciencia y
la esperanza y tachar, de paso, a los independentistas de demagogos,
precipitados, aventureros, radicales, etc., permite sentar plaza de
persona ecuánime. También permite nada y guardar la ropa aunque sea
posible que, al final, no se nade y la ropa se pierda.
Ese
argumento coincide con un tímido rearme moral de un nacionalismo
español de izquierdas. Hace unos días, más de 200 personas de ese
ámbito, más o menos del comunismo catalán rechazaba el referéndum del
1/10 por falta de garantías democráticas. Escriben lo que predica su
correspondiente organización, los Comunes, que no aceptan el referéndum,
pero levantan constancia de su carácter movilizador. A continuación,
proponen trabajar por un “verdadero” referéndum a partir del 2 de
octubre. Lo dicen Domènech e Iglesias. No es una tomadura de pelo. Es
simplemente que no dan para más.
Tratando
de evitar este ridículo, el sector errejonista de Podemos alienta
también la misma esperanza de un Estado español de derecho, democrático,
avanzado, justo, respetuoso con las naciones que lo integran cuando los
progresistas ganen las elecciones. Un Estado del que hay que estar
orgulloso, una verdadera patria de todos los españoles, a la que los
catalanes querrán adherirse de mil amores, abandonando los “delirios
separatistas”, como dice el presidente de la Gürtel, los sobresueldos, y
el “sé fuerte, Luis”.
La
idea es siempre la misma: deponed vuestra actitud separatista porque
todavía podemos hacer muchas cosas justas con un Estado español libre de
neofranquistas, capaz de reformarse constitucionalmente y de atender
con equidad las reivindicaciones de las naciones no españolas.
Mentira
No
hay nada, absolutamente nada en la experiencia de los último 300 años
que permita abrigar esa esperanza en las relaciones entre Cataluña y
España. Quien lo sostenga no actúa de buena fe o es un ignorante
imperdonable.
No
hace falta trabajar mucho para concluir que, si el poder político, el
gobierno, cae en manos de la derecha (como lo está desde hace seis años
por la incapacidad –también teñida de corrupción- de la izquierda) el
Estado será represivo, antidemocrático, centralista, catalanófobo,
injusto, cruel con los sectores más desfavorecidos y gestionado por
ladrones.
¿Y
si gobierna la izquierda, como hizo en 1982/1996 y 2004/2011? Pues lo
mismo con algunos retoques cosméticos. Cierto, durante los mandatos de
González y Zapatero se tocaron algunos puntos importantes de carácter
social e ideológico. Pero la estructura del Estado del antiguo régimen
siguió intacta: centralismo, caciquismo, oligarquía, iglesia
depredadora, empresarios ineptos y corruptos, poder judicial vendido,
medios de comunicación comprados, administración venal, injusticia
sangrante en la distribución territorial de los recursos. NI siquiera se
depuró el aparato represivo de la dictadura ni se hizo justicia con sus
víctimas. 20 años tuvieron los socialistas para imponer en España la
fórmula federal que hoy presentan como panacea y de la que, en realidad,
no tienen ni idea.
Al
margen de que esta oferta federal resulte ya lamentablemente
anacrónica, es llamativo cómo el nacionalismo español (incluso este de
la “Patria a la izquierda”) desconoce su íntima fibra autoritaria. Ni se
les ocurre que, como están las cosas, el federalismo solo podría ser
producto de un voluntad libre de entidades soberanas e independientes y
no impuesto por el esclarecido regeneracionismo de una izquierda incapaz
de reconocer que España tiene siempre los gobiernos que su fallido
Estado le permite, sean de derechas o de izquierdas, federales o
centralistas. La prueba es que al actual impulso independentista se
generó y creció durante el mandato de uno de los presidentes más ineptos
de la historia: Rodríguez Zapatero, “federalista” del PSOE.
Porque el problema es el Estado español, y pedir esperanza en que cambie alguna vez es jugar de mala fe.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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