Lo verdaderamente extraño es que el ficus de Santo Domingo, en
Murcia, y con él otros muchos grandes árboles en cientos de jardines
urbanos, no haya provocado más problemas y en más ocasiones. La ciudad
quiere verde y quiere naturaleza, por supuesto, pero creo que es
extremadamente difícil exigirle a nuestra vegetación urbana que se
comporte como si estuviera tan ricamente en las mejores condiciones de
su medio natural.
Tampoco es posible exigir de nuestros
compañeros vegetales que duren y duren, como el conejito del anuncio, y
que no se hagan abuelos ni tengan achaques. Claro que los queremos así,
monumentales y longevos, enormes y entrañables, pero al igual que no
podemos empeñarnos en que nuestros mayores (o nosotros, crucen los
dedos) no cumplan años, enfermen, envejezcan y finalmente mueran, no es
posible congelar el tiempo e impedir la decadencia de los árboles
monumentales. Pregúntenles a los vascos qué hubieran dado por inventar
la poción mágica que consiguiera que su árbol de Guernica fuera eterno.
No
sólo en Santo Domingo, sino en otros muchos lugares, los árboles
plantados sufren agresiones que son absolutamente inherentes a la propia
ciudad. En algunas ocasiones por errores o fallos de planteamiento,
pero en la mayor parte de los casos por la pura lógica que supone que la
ciudad es en sí un ente, por llamarlo en alguna forma, asfaltado,
hormigonado, adoquinado, sobresaturado en su subsuelo de pilares,
cables, tuberías, escombros y mil tipos de restos de construcciones
anteriores y, en consecuencia, con sus suelos (lo que no vemos bajo el
asfalto) completamente trasformados. De hecho ni tan siquiera los
árboles urbanos tienen porqué estar en un jardín amplio en el que mejor o
peor se puede manejar su entorno, sino en muchas ocasiones, como es en
este caso, en una simple plaza.
Leyendo estos días las sucesivas
transformaciones realizadas en el entorno de Santo Domingo ya hace
décadas quizás lo sorprendente sea que el árbol no se haya rebelado más
veces y de forma más virulenta. Por el contrario, al menos en los
últimos tiempos, quizás sean precisamente los cuidados proporcionados al
árbol los que hayan hecho que aún esté entre nosotros y quizás sus
anclajes y las precauciones tomadas hayan conseguido, junto con el
sentido común de las personas que estaban en sus cercanías, que el
resultado del último accidente de ramas no haya resultado catastrófico.
La
tendencia a la que se debe encaminarse una ciudad que quiera ser más
verde no es (no puede ser, lo siento) la de salpicar aquí allá la trama
urbana con vegetación espectacular y de increíble porte, sino la de
trabajar mucho más a fondo la naturalización de todas las partes y
elementos del medio urbano. Miren, quizás la ciudad esté más hecha para
llenar sus parterres, sus tejados y sus terrazas de huertos ecológicos y
tejados verdes que para mantener árboles centenarios que quieran rozar
el cielo. Ojalá que ambas cosas, y me apunto a cualquier propuesta que
lo consiga, pero no sé yo si esto es posible.
(*) Biólogo
1 comentario:
"Compañeros vegetales", ya te cagas...
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