Mal empezamos. La abstención es siempre
una señal de irrelevancia y, en determinadas circunstancias, una muestra
de debilidad o falta de criterio. En esta abstención del PSOE ante el
CETA hay dos aspectos: el de la abstención como tal y el de que sea
frente al CETA.
A
lo primero: no es bueno comenzar la "nueva socialdemocracia" haciendo
lo mismo que se criticaba en la antigua. La crítica se basaba en que no
es de recibo abstenerse en asuntos de gravedad, como la investidura de
Rajoy. Sobre todo porque la abstención venía a ser un "sí" encubierto.
Ambas cosas se dan hoy con la abstención de Sánchez: la votación del
CETA (que es un tratado "mixto" y necesita voto favorable de los
parlamentos) no es un asunto menor y, además, la abstención es un "sí"
encubierto, dado que el tratado cuenta con mayoría gracias a la
abstención del PSOE.
La
abstención ha sembrado el desconcierto entre los socialistas, muchos de
los cuales la ven como una concesión más a Podemos, en un proceso de
mimetización. Tiene, es claro, un valor simbólico. La izquierda está
contra el CETA en toda Europa, si bien la socialdemocracia apoya. Y aquí
viene el gesto de Sánchez, el guiño a Podemos, como dicen los
analistas. El PSOE se acerca sin fundirse con él y se distancia de la
derecha. Pero es un gesto y vacío, pues el Parlamento aprobará el
tratado. Pero, ¿era necesario? La oposición de la izquierda al CETA, ¿es
razonable?
Aquí
vamos a la segunda parte. La abstención es frente al CETA, ya aprobado
en la UE y pendiente de las ratificaciones de los parlamentos de los
Estados miembros, cosa de la que pocos dudan porque, tras el brexit,
renace con fuerza el espíritu europeísta. Basta con escuchar a Merkel y
Macron, que son quienes mandan. Pero la oposición de la izquierda es muy
fuerte, muy maniquea. Estar a favor del CETA te lleva a las zahúrdas de
Plutón; estar en contra, a los campos elíseos. Pero, ¿en qué reside en
concreto la objeción de la izquierda al CETA?
Pudiera ser en la inquina a la globalización, al menos es el argumento de Moscovici.
Pero no parece cierto por lo desajustado. Convivimos con la
globalización y un tratado que, al fin y al cabo, es bilateral, puede
tener un impacto positivo o negativo en esa misma globalización.
Quizá
se trate de un proceso inercial de la carrera que se inició en la
oposición al otro tratado, el TTIP, entre la Unión Europea y los Estados
Unidos. La oposición a este fue tan generalizada y profunda que
consiguió hibernarlo, por no decir que lo liquidó. Y las energías
sobrantes se emplean ahora contra el CETA. Pero ambos tratados son muy
distintos.
La
crítica real de la izquierda afecta sobre todo a los mecanismos de
solución de disputas, la autonomía de los Estados, el poder de las
multinacionales y los derechos de la ciudadanía. Sin embargo, una
lectura del tratado permite sostener que se prevén todos esos extremos,
mejor o peor, pero en un espíritu muy próximo a la regulación de estas
materias en el ámbito europeo.
La UE por un lado y España por otro
admiten mecanismos de solución de disputas similares, por ejemplo, en la
Organización Mundial del Comercio. Y el tratado reconoce expresamente
la competencia de los Estados al legislar en materia de interés público,
incluso cuando se vean afectados los intereses de los inversores.
En
otros términos, no parece tan absurda ni disparatada la ratificación
del CETA. El gesto de la abstención está vacío desde el momento en que
no la impedirá. Es un gesto no justificado.
Como también lo es la referencia al apoyo del PSOE al PP en lo referente al independentismo catalán. Es lo que Sánchez llama oposición de Estado, término
que recuerda mucho los célebres "pactos de Estado" de Rubalcaba, y que
aquí viene a ser un reconocimiento de alianza entre la derecha y la
izquierda ante un adversario común, el independentismo catalán.
Qué
tenga eso que ver con el CETA es un misterio. Pero Sánchez ha colocado a
Moscovici una teórica sobre la indivisibilidad de la Patria. Prueba de
qué es lo que en verdad le preocupa. Aquí no hay abstención. Hay un
sólido y mancomunado "no". No estoy seguro de que el CETA haga de Europa
un lugar más libre y dinámico, pero sí lo estoy de que el cerrado "no"
del nacionalismo español hará de este país un lugar más autoritario y
paralizado.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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