Juan Carlos I tiene toda la razón del mundo para sentirse molesto,
agraviado e indignado por su ausencia en el Pleno extraordinario del
Congreso del miércoles, en el que se conmemoró al 40 aniversario de las
primeras elecciones democráticas, celebradas en 1977.
Y su
presencia tenía y tiene toda la lógica del mundo, por cuanto él fue
protagonista e impulsor destacado del proceso democrático que iniciaban
aquellos comicios.
Si el miércoles se homenajeó a los
parlamentarios de esa época, y a hijos y nietos de algunos de los
protagonistas, como es el caso de Adolfo Suárez, Santiago Carrillo o la
Pasionaria, resulta obligado que se hubieran arreglado las cosas para
que compareciera el que entonces era rey. No parece tan complicado.
Pero
si, por lo que sea, por "culpa" de quien fuera, por descuido, por
error, y hasta por mala voluntad, no se permitió, autorizó o consiguió
contar con don Juan Carlos, lo que no tiene ningún sentido es que
personas de su entorno montaran el escándalo que han montado a propósito
de la ausencia del monarca emérito.
Felipe VI, que lleva solo
tres años en el trono, anda necesitado de gestos, comportamientos y
actuaciones que consoliden aún más su figura. Está necesitado de mayor
protagonismo, y también, por eso mismo, de discursos importantes que
contribuyan a ello.
Por eso, preparó con mucho cuidado el acto del
miércoles en el Congreso, y se esmeró en diseñar un discurso de fondo,
con denso contenido y mensajes incisivos.
Protagonizó, en efecto,
una intervención oportuna y clara, de trasfondo, que sin embargo ha
quedado en gran medida tapada, oscurecida, por los ecos del incidente de
la no asistencia de don Juan Carlos.
Ese escándalo ha bloqueado en gran medida lo que se buscaba, que era dar realce a las palabras y a la figura del rey Felipe VI.
Dicho
lo cual, si don Juan Carlos se ha sentido dolido (y creo que con
razón), el procedimiento no es filtrarlo a un lado y otro, como ocurrió
el miércoles, por él o por personas interpuestas.
¿Quién ha sido
el culpable directo de la afrenta? ¿Con quién don Juan Carlos,
despechado por esa marginación, ha querido ajustar cuentas? ¿Con la
presidenta del Congreso, con el Jefe de la Casa del Rey? ¿Con quién?
El
rey emérito, que conoce muy bien cómo funcionan la política y los
mecanismos de creación de opinión, tenía que saber, y sabe, que existía
el riesgo de que el alboroto se interpretara como una "guerra de reyes".
Que es lo que ha sucedido, lamentablemente. ¿Es lo que pretendía?
Como precedente, lo ocurrido resulta preocupante y desalentador.
En mi opinión, muy flaco favor ha hecho don Juan Carlos a su hijo. Al jefe de la Casa Real a la que él mismo pertenece. Al rey.
(*) Periodista
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