lunes, 26 de junio de 2017

El Estado cloaca / Ramón Cotarelo *

Supongo que el programa de Évole tendrá máxima audiencia. El excomisario Villarejo aparece por la tele a hablar sobre asuntos de enorme gravedad, sucios, ilegales, delictivos, inmorales. Sobre los que podría haber hablado en sede parlamentaria de no ser porque el PP, el PSOE y C’s se opusieron a su comparecencia en la comisión que investiga la presunta “policía política” y otros tejemanejes de Interior. Algunos con soporte de grabación de conversaciones ignominiosas, que han dado lugar a sospechar de una “operación Cataluña” o guerra sucia contra el independentismo catalán. 
 
Por qué una comisión que investiga unos hechos se niega a escuchar las declaraciones de quien parece estar directamente involucrado en ellos es incomprensible. Salvo que se dé algún tipo de complicidad. No queda bien el “nuevo” PSOE obstaculizando la averiguación de hechos de interés general. 

Desde luego, Villarejo no ha ido a la tele a la fuerza, sino voluntariamente. Es verdad que se trata de una voluntariedad relativa pues el hombre no tenía opción real: la tele (Salvados) o nada. Es lo que los especialistas en teoría de decisiones conocen como “elección de Hobson”. Por supuesto, podría haber decidido seguir en silencio, pero justamente esa no era una opción porque lo quiere nuestro hombre ahora es hablar. 
 
Cosa que cree le conviene porque está atacado por muchos flancos. Y se defiende contraatacando, vieja táctica. Y tan vieja, pues la aplica a asuntos del franquismo, recordando que fue policía de la siniestra BPS. En lo más reciente empieza hace más de treinta años (el juez Garazón) y llega a ahora mismo (la doctora Pinto), pasando por todas las etapas intermedias (los Pujol, el Rey y su amiga, el CNI, Bárcenas y hasta el Yak-42), sin dejar títere con cabeza, excepto la suya, siempre tocada con una gorra de chulapo.

Antes de seguir, un breve apunte. Fue Garzón, si no recuerdo mal, quien introdujo en España la figura de los “arrepentidos” por su utilidad en la instrucción penal. Estos venían de los pentiti italianos que testificaban contra la Mafia. Primero se emplearon en los procesos de narcotráfico y de ahí pasaron a ser requeridos en otros delitos con connotaciones políticas, singularmente los GAL. Aquí ya pudieron aparecer otras motivaciones en el “arrepentimiento” que la sola de aligerar la pena. Dada la relevancia mediática que alcanzaban (caso del policía Amedo) otros procesados buscaron por su cuenta acceso a los medios (caso Sancristóbal) para así influir en el proceso en su favor. El arrepentimiento ya no contaba. Se trataba de exonerarse acusando a los de arriba sin pruebas.

Eso es lo que ha hecho este pintoresco personaje que tanto recuerda a otro, Paesa, del que el mundo apenas tiene noticia, a pesar de haber sido decisivo en el famoso caso Roldán, de insólita memoria. El hombre comparece ante el pueblo y cuenta su historia, obviamente porque le interesa y como le interesa. Reparte estopa a granel, a Margarita Robles, a Cosidó, al exRey, a su amiga, a su enemigo el jefe del CNI. Hace eso que se llama “tirar de la manta” en varios asuntos, como el Yak42, los Pujol. Y todo apoyado rigurosamente en ninguna prueba. Por lo cual el auditorio puede pensar que dice verdad o un conjunto de patrañas o ambas cosas a la vez, como suele suceder. 

Pero algo trae este programa: mayor confusión aun en un paisaje deprimente de corrupción generalizada en el que pululan comisarios, subcomisarios, policías, detectives, espías, delincuentes, de los que salen informes falsos, presuntamente ordenados por responsables políticos que despliegan una maquinaria de guerra sucia contra sus adversarios y financiada con dineros públicos. Cosa de interés, dado que muchos de esos responsables y los funcionarios a sus órdenes y, desde luego, los policías en cuestión, no tienen nada clara la distinción entre el erario y su bolsillo.

Todo lo que los gobiernos de Rajoy han hecho es, por lo menos, ilegal. Empezando por su triunfo en unas elecciones a las que el PP concurrió, como al parecer hacía siempre, con financiación ilegal. Y continuando con sus gestiones posteriores, todas al rebufo de una oleada de saqueo, expolio y corrupción que tienen al propio partido imputado como sujeto jurídico en un proceso penal, así como 900 cargos a título personal y al presidente del gobierno citado a declarar en el mismo proceso de corrupción del partido que también preside. 

Las declaraciones de Villarejo (las que sean verdad y las que sean mentira), son como una piedra lanzada a la ciénaga de la política española. Algo se removerá y soltará vapores fétidos, pero la ciénaga la engullirá. Es muy ancha y densa y no hay nada a salvo: el gobierno, el parlamento y el poder judicial. Los últimos nombramientos en la Audiencia Nacional hieden. De los medios no hablemos. Los hay literalmente a sueldo de los poderosos que muchas veces son delincuentes.

Por ejemplo, Ignacio González tenía 250 tuiteros pagados con fondos públicos y dedicados a embellecer su imagen y cargar contra la de los adversarios. Acumular datos de este tipo es facilísimo. Están en las portadas de todos los periódicos. Y ahora con más asiduidad y morbo porque se añaden las informaciones de Villarejo que no es precisamente Julian Assange. 

Pero no sirve de nada para aclarar la imagen general. Al contrario, la hacen más enmarañada y confusa. En un sistema político corrupto de arriba abajo como el que ha instalado el PP desde 2011 no hay nada que no esté afectado por la corrupción. Solo alguien tan inepto como Rajoy puede decir en estas circunstancias que le gustaría ser recordado como una persona honesta. 
 
 El máximo responsable y presunto beneficiario de este desastre quiere que el futuro le confiera lo que el presente no le da, honestidad. Es una petición absurda por parte de quien ha cobrado sobresueldos en B siendo ministro y quien tiene a su padre atendido con cargo a fondos públicos que niega otros con igual o mayor derecho. Y, si no se la da el presente con todo lo que paga (siempre con el dinero ajeno, del que dispone como propio), menos se la dará el futuro.

España vive una crisis constitucional y otra política y moral. Mal momento, desde luego. De la hondura de la primera da idea el desconcierto de los partidos dinásticos españoles. Forman una unidad frente al independentismo catalán, pero no a cualquier precio. Tanto PSOE como PNV ponen límites a la discrecionalidad del gobierno. Nada de suspensión de autonomía y ojo con las medidas represivas. El independentismo ha ganado lo que se llama la “batalla del relato” y ahora solo queda por ver hasta dónde llevarán sus propósitos aquel por un lado y el nacionalismo español por el otro.

En parte esta crisis se alimenta de la otra, la política y moral. Entre los numerosos ceses de cargos por causas de corrupción, muy pocos se han debido a dimisiones voluntarias. Creo que ninguno, aunque puede haberse dado algún caso. La piel (esa que todos dicen que van a dejarse en su tarea) de los cargos del PP es de paquidermo. Solo dimiten cuando ya están en los tribunales. Mientras tanto, presunción de inocencia y, después, indulto. 

Eso es lo que hay y lo que la gente ve y a lo que acaba acostumbrándose. En mitad de un escándalo de corrupción y con acusaciones concretas, el PP lograba mayorías en la Comunidad de Valencia. La opinión pública, resignada, prácticamente anestesiada, ha tardado más de diez años en comprender que la corrupción es el cáncer de la democracia y en darle la importancia que tiene. 

La cloaca es el propio Estado, administrado por unaa banda civil y religiosa de presuntos delincuentes y, cuanto más se oculte, más se tardará en ponerle remedio. Si lo tiene.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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