Supongo que el programa de Évole tendrá
máxima audiencia. El excomisario Villarejo aparece por la tele a hablar
sobre asuntos de enorme gravedad, sucios, ilegales, delictivos,
inmorales. Sobre los que podría haber hablado en sede parlamentaria de
no ser porque el PP, el PSOE y C’s se opusieron a su comparecencia en la
comisión que investiga la presunta “policía política” y otros
tejemanejes de Interior. Algunos con soporte de grabación de
conversaciones ignominiosas, que han dado lugar a sospechar de una
“operación Cataluña” o guerra sucia contra el independentismo catalán.
Por qué una comisión que investiga unos hechos se niega a escuchar las
declaraciones de quien parece estar directamente involucrado en ellos es
incomprensible. Salvo que se dé algún tipo de complicidad. No queda
bien el “nuevo” PSOE obstaculizando la averiguación de hechos de interés
general.
Desde
luego, Villarejo no ha ido a la tele a la fuerza, sino voluntariamente.
Es verdad que se trata de una voluntariedad relativa pues el hombre no
tenía opción real: la tele (Salvados) o nada. Es lo que los
especialistas en teoría de decisiones conocen como “elección de Hobson”.
Por supuesto, podría haber decidido seguir en silencio, pero justamente
esa no era una opción porque lo quiere nuestro hombre ahora es hablar.
Cosa que cree le conviene porque está atacado por muchos flancos. Y se
defiende contraatacando, vieja táctica. Y tan vieja, pues la aplica a
asuntos del franquismo, recordando que fue policía de la siniestra BPS.
En lo más reciente empieza hace más de treinta años (el juez Garazón) y
llega a ahora mismo (la doctora Pinto), pasando por todas las etapas
intermedias (los Pujol, el Rey y su amiga, el CNI, Bárcenas y hasta el
Yak-42), sin dejar títere con cabeza, excepto la suya, siempre tocada con
una gorra de chulapo.
Antes
de seguir, un breve apunte. Fue Garzón, si no recuerdo mal, quien
introdujo en España la figura de los “arrepentidos” por su utilidad en
la instrucción penal. Estos venían de los pentiti italianos que
testificaban contra la Mafia. Primero se emplearon en los procesos de
narcotráfico y de ahí pasaron a ser requeridos en otros delitos con
connotaciones políticas, singularmente los GAL. Aquí ya pudieron
aparecer otras motivaciones en el “arrepentimiento” que la sola de
aligerar la pena. Dada la relevancia mediática que alcanzaban (caso del
policía Amedo) otros procesados buscaron por su cuenta acceso a los
medios (caso Sancristóbal) para así influir en el proceso en su favor.
El arrepentimiento ya no contaba. Se trataba de exonerarse acusando a
los de arriba sin pruebas.
Eso
es lo que ha hecho este pintoresco personaje que tanto recuerda a otro,
Paesa, del que el mundo apenas tiene noticia, a pesar de haber sido
decisivo en el famoso caso Roldán, de insólita memoria. El hombre
comparece ante el pueblo y cuenta su historia, obviamente porque le
interesa y como le interesa. Reparte estopa a granel, a Margarita
Robles, a Cosidó, al exRey, a su amiga, a su enemigo el jefe del CNI.
Hace eso que se llama “tirar de la manta” en varios asuntos, como el
Yak42, los Pujol. Y todo apoyado rigurosamente en ninguna prueba. Por lo
cual el auditorio puede pensar que dice verdad o un conjunto de
patrañas o ambas cosas a la vez, como suele suceder.
Pero
algo trae este programa: mayor confusión aun en un paisaje deprimente
de corrupción generalizada en el que pululan comisarios, subcomisarios,
policías, detectives, espías, delincuentes, de los que salen informes
falsos, presuntamente ordenados por responsables políticos que
despliegan una maquinaria de guerra sucia contra sus adversarios y
financiada con dineros públicos. Cosa de interés, dado que muchos de
esos responsables y los funcionarios a sus órdenes y, desde luego, los
policías en cuestión, no tienen nada clara la distinción entre el erario
y su bolsillo.
Todo
lo que los gobiernos de Rajoy han hecho es, por lo menos, ilegal.
Empezando por su triunfo en unas elecciones a las que el PP concurrió,
como al parecer hacía siempre, con financiación ilegal. Y continuando
con sus gestiones posteriores, todas al rebufo de una oleada de saqueo,
expolio y corrupción que tienen al propio partido imputado como sujeto
jurídico en un proceso penal, así como 900 cargos a título personal y al
presidente del gobierno citado a declarar en el mismo proceso de
corrupción del partido que también preside.
Las
declaraciones de Villarejo (las que sean verdad y las que sean
mentira), son como una piedra lanzada a la ciénaga de la política
española. Algo se removerá y soltará vapores fétidos, pero la ciénaga la
engullirá. Es muy ancha y densa y no hay nada a salvo: el gobierno, el
parlamento y el poder judicial. Los últimos nombramientos en la
Audiencia Nacional hieden. De los medios no hablemos. Los hay
literalmente a sueldo de los poderosos que muchas veces son
delincuentes.
Por ejemplo, Ignacio González tenía 250 tuiteros pagados con fondos públicos y dedicados a embellecer su imagen y cargar contra la de los adversarios.
Acumular datos de este tipo es facilísimo. Están en las portadas de
todos los periódicos. Y ahora con más asiduidad y morbo porque se añaden
las informaciones de Villarejo que no es precisamente Julian Assange.
Pero
no sirve de nada para aclarar la imagen general. Al contrario, la hacen
más enmarañada y confusa. En un sistema político corrupto de arriba
abajo como el que ha instalado el PP desde 2011 no hay nada que no esté
afectado por la corrupción. Solo alguien tan inepto como Rajoy puede
decir en estas circunstancias que le gustaría ser recordado como una persona honesta.
El máximo responsable y presunto beneficiario de este desastre quiere
que el futuro le confiera lo que el presente no le da, honestidad. Es
una petición absurda por parte de quien ha cobrado sobresueldos en B
siendo ministro y quien tiene a su padre atendido con cargo a fondos
públicos que niega otros con igual o mayor derecho. Y, si no se la da el
presente con todo lo que paga (siempre con el dinero ajeno, del que
dispone como propio), menos se la dará el futuro.
España
vive una crisis constitucional y otra política y moral. Mal momento,
desde luego. De la hondura de la primera da idea el desconcierto de los
partidos dinásticos españoles. Forman una unidad frente al
independentismo catalán, pero no a cualquier precio. Tanto PSOE como PNV
ponen límites a la discrecionalidad del gobierno. Nada de suspensión de
autonomía y ojo con las medidas represivas. El independentismo ha
ganado lo que se llama la “batalla del relato” y ahora solo queda por
ver hasta dónde llevarán sus propósitos aquel por un lado y el
nacionalismo español por el otro.
En
parte esta crisis se alimenta de la otra, la política y moral. Entre
los numerosos ceses de cargos por causas de corrupción, muy pocos se han
debido a dimisiones voluntarias. Creo que ninguno, aunque puede haberse
dado algún caso. La piel (esa que todos dicen que van a dejarse en su
tarea) de los cargos del PP es de paquidermo. Solo dimiten cuando ya
están en los tribunales. Mientras tanto, presunción de inocencia y,
después, indulto.
Eso
es lo que hay y lo que la gente ve y a lo que acaba acostumbrándose. En
mitad de un escándalo de corrupción y con acusaciones concretas, el PP
lograba mayorías en la Comunidad de Valencia. La opinión pública,
resignada, prácticamente anestesiada, ha tardado más de diez años en
comprender que la corrupción es el cáncer de la democracia y en darle la
importancia que tiene.
La
cloaca es el propio Estado, administrado por unaa banda civil y
religiosa de presuntos delincuentes y, cuanto más se oculte, más se
tardará en ponerle remedio. Si lo tiene.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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