Las primarias han sido un psicodrama.
Así se ha vivido hasta el último, hosco, rencoroso, agresivo y hasta
amenazador desplante de la caudilla ignominiosamente derrotada. Las
cosas tenían que terminar personalizadas y enconadas porque así
empezaron. Fueron dos campañas personales que se perfilaron de liderazgo,
con una diferencia: mientras el de Sánchez era de abajo arriba,
impulsado por la militancia, el de Díaz era de arriba abajo, impuesto
por el aparato. Los dos se acusaron de personalismo pero eran
personalismos contrapuestos.
Un
dato frío, tan frío que mete miedo, es que Díaz tuvo menos votos que
avales, a diferencia de sus dos adversarios. No es extemporáneo ni
absurdo presumir en Andalucía de la famosa espiral del silencio, de
Noelle-Neumann. La verdad, algo siniestro para venir además de la mano
de la izquierda, que no se ha resistido a tejer una estructura
clientelar análoga al caciquismo de la derecha. Esa extraña mezcolanza
de institucionalismo partidista (por designar de forma exquisita
lo que otros llaman "captura de rentas") explica muchas cosas sobre la
visión de alianzas de Díaz: con el PP y con C's, sí; con Podemos, no; y
con los indepes, menos. Una candidatura del aparato, en ignorancia del
sentir de la militancia y defendida, además, de modo autoritario,
intemperante, a veces chabacano y generalmente agresivo.
¿Cómo
no percibió Díaz lo que se avecinaba si era palpable? ¿Cómo nadie de su
confianza se lo dijo? ¿Son en verdad la vanidad y la ambición tan
poderosas que ciegan el juicio y obnubilan la razón? Así parece y con
efectos duraderos, a juzgar por el modo abrupto de despedirse la
comitiva andaluza la noche de la elección. Se barrunta tormenta.
De
eso tendrá que ocuparse el candidato ganador y actual SG. Pero antes
habrá de responder al nuevo reto de Podemos de retirar su moción de
censura (MC) a cambio de que Sánchez presente una suya. Es una curiosa
oferta: la MC iba a ser apoyada por una gran manifa en la calle de la
que los medios, sin embargo, no se hicieron eco por estar ocupados con
las primarias. Y eso que la manifestación adquirió efluvios
plebiscitarios cuando la MC incluyó de candidato a Iglesias. Esa MC no
tiene ningún porvenir jurídico ni político de forma que retirarla o no
retirarla es indiferente para los planes del PSOE. Este pide la
comparecencia y reprobación de Rajoy, cosa que seguramente saldrá y, en
consecuencia, su dimisión. De no producirse esta, los socialistas
seguramente presentarán su propia MC que llevará su popio candidato,
Sánchez, y a la que Podemos decidirá si se suma o no.
En
los asuntos internos del PSOE (ya se sabe, allí en donde anidan los
verdaderos enemigos, como se vio el 1-X), Sánchez transita por un campo
de minas. Ya le han estallado algunas: la dimisión fulminante de
Hernando y la espantada montaraz de Corcuera son solo el comienzo. Habrá
otras. Vendrán de las federaciones. El venenoso editorial de El País, El Brexit del PSOE
contenía una llamada a la rebelión entre los barones. Perdida la
primera línea de batalla, derrotada la caudilla, el aparato se retira al
segundo frente y levanta una fronda señorial contra el poder central.
No obstante, algunos barones se han puesto ya incondicionalmente a las
órdenes del SG (el de Extremadura y el de Aragón); otros se lo están
pensando (el de Castilla-La Mancha, el de Valencia y el del PV); y la
andaluza muestra querencia a echarse al monte y levantar bandera en el
Congreso.
Todo eso es política interna de interés inmediato para militantes, dirigentes, cargos, corrientes, pero poco más.
En
el interés general, en cambio, está comprobar si esa candidatura de
izquierda democrática triunfante actúa en congruencia con lo que las
bases que la han armado reclaman: oposición sin fisuras al gobierno del
partido más corrupto de la historia de la democracia; oposición activa
que trate de deponerlo; diálogo y colaboración con las otras fuerzas de
la oposición, a ser posible con todas y, si no, preferentemente con la
izquierda.
Diálogo
y negociación que tiene que incluir Cataluña. No es admisible que, ante
una reiterada oferta de negociación del referéndum por parte de la
Generalitat (oferta que llega literalmente "hasta el último minuto") la
respuesta haya sido siempre "no", sin ningún tipo de contrapropuestas.
Contra toda razón y contra la voluntad expresa de una inmensa mayoría de
catalanes, el referéndum no se puede celebrar simplemente porque no.
Alguien
tiene que empezar a decir que si en democracia cabe hablar de todo,
cabe hablar de un referéndum pactado que clarifique de una vez las
relaciones entre España y Cataluña.
Cataluña en verano
En la abundante programación veraniega
de la Universidad Complutense de Madrid han hecho un hueco para un curso
acerca del problema más grave que tiene planteado España desde hace
mucho tiempo y, con especial intensidad, en los últimos siete años.
Cataluña.
La
tristemente famosa sentencia del Tribunal Constitucional de mayo de
2010, emasculaba el proyecto de nuevo Estatuto de 2006 que sustituía al
de Sau de 1979 y ya venía muy "cepillado" del Congreso y, cerrando el
camino al pacto político, abrió el de una rebelión pacífica, democrática
e independentista. La dinámica centrífuga catalana, incomprensiblemente
ausente del debate político español hasta ayer mismo, plantea un grave
problema constitucional al Estado. Y no desaparecerá por el hecho de que
siga negándose contra toda evidencia. La evidencia de que entre el 70 y
el 80 por ciento del electorado reclama un referéndum y cada año unos
dos millones de personas salen al carrer en la Diada a reclamar su deseo
y voluntad de constituirse en un Estado nuevo de Europa.
Ese
deseo y esa voluntad no caben en el ordenamiento jurídico español. Pero
algo habrá de hacer el Estado con esos millones de ciudadanos suyos.
Tres posibilidades se le abren: a) cerrarles la boca (ya se verá el
método); b) reconocerles el derecho que reclaman; c) buscar alguna
fórmula para que los que no cabe en el ordenamiento jurídico, quepa y
encontrar una solución que satisfaga a ambas partes. Y las tres están todavía abiertas, a cuatro meses de la prevista celebración de un referéndum que el Estado no acepta.
Por
eso el curso tiene mucho interés, ya que se trata de examinar un tema
candente con espíritu académico y desapasionado. Por cierto, en el
consabido marco incomparable del Escorial que encierra la nostalgia del
pasado imperial español. El elenco de participantes,
excluido el arriba firmante, es de mucho nivel y promete interesantes
debates sobre el sempiterno problema de España: su identidad.
En los aspectos administrativos, la matriculación y asistencia y eso, están en la web de la UCM. Las fechas, 3 al 7 de julio, San Fermín.
(*) Profesor emérito de Ciencia Política en la UNED
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