Pedro Sánchez ha regresado a la Secretaría General del PSOE ocho
meses después de su forzada dimisión o defenestración, según prefiera el
lector, por el Comité Federal del partido el 1 de octubre de 2016. Todo
un golpe de mano incruento al decir de muchos comentaristas.
El público y continuado apoyo a la candidatura de Susana Díaz por
Felipe González, Rodríguez Zapatero y otras personalidades socialistas
de antaño, la escasa neutralidad de la gestora y el indisimulado
respaldo de muchos barones territoriales, así como la promoción de la
presidenta de la Junta de Andalucía por gran parte de los medios de
comunicación y, al parecer, también de las grandes empresas del IBEX,
habrían contribuido paradójicamente al triunfo de Pedro Sánchez, muy por
encima de Susana Díaz y a gran distancia de Patxi López. La
credibilidad de las encuestas ha quedado una vez más en entredicho.
Los pronósticos, interesados o no, erraron y Pedro Sánchez vuelve a
revolotear sobre el PSOE como un Ave Fénix que renace de sus cenizas
hacia una meta invariable. No importa que tenga que flexibilizar su
conducta cotidiana según el escenario partidista en el que haya de
moverse. Y aquí es donde procede destacar, frente a sus contradicciones
en numerosas materias durante los últimos meses, su promesa de combatir
una corrupción de la hace máximo responsable a Mariano Rajoy, presidente
del Gobierno de España. Recuérdese el injurioso calificativo que le
lanzó cara a cara en una tensa sesión del Congreso de Diputados. El “no
es no” continúa siendo la estrella polar de su política.
Claro es que la victoria de Pedro Sánchez se debe a muy diferentes
factores, desde la forma poco ejemplar con que se forzó su dimisión,
regalándole así la socorrida condición de víctima, hasta la
sobreactuación de las viejas glorias del partido a favor de la
presidenta andaluza. La réplica de las bases socialistas habría sido,
sin embargo, que el rosario de los recientes desastres electorales de
Pedro Sánchez no serían culpa suya, sino que responderían, por el
contrario, a la falta de adaptación del PSOE a los nuevos tiempos, como
si la aparición de Podemos y Ciudadanos en nuestro escenario político
hubiera sido una anécdota sin importancia.
Al igual que la sombra del ciprés es alargada según en el título de
la conocida novela de Miguel Delibes, también lo es la proyectada por la
corrupción. De ahí la ventaja que tienen en este sensible punto de la
política nacional los líderes recién llegados al terreno de juego. No
hay duda de que desde esa perspectiva Pedro Sánchez se halla en mejor
situación para encabezar la lucha contra la corrupción que una Susana
Díaz procedente de la comunidad autónoma donde proliferaron los
escándalos y multimillonarios chanchullos de los ERES y los centros de
formación, por mencionar sólo un par de botones de muestra. El recién
nombrado Secretario General del PSOE no arrastra semejante lastre. El,
como Pablo Iglesias y Albert Rivera, serían páginas totalmente en
blanco.
Por lo demás, el corrimiento del PSOE hacia la izquierda es notorio
aunque desconozcamos aún los detalles de su programa. Habrá que contar
en todo caso con que ese giro puede provocar tanto una fuga de votos
hacia Ciudadanos como, aunque probablemente en número mucho menor, el
regreso de viejos seguidores del PSOE tras su paso coyuntural por
Podemos.
(*) Consejero Permanente de Estado y magistrado del Tribunal Supremo.
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