Fíjense en un pequeño número: 0,8. No parece mucho, ¿verdad? Total, son
unas décimas. Sin embargo, es más que oro molido para el Gobierno: es un
diamante. No exagero nada si digo que es lo único que importa en la
Moncloa, tan atormentada por el enmierde de las corrupciones. Es el
porcentaje que hace que España siga siendo el país que más crece entre
las economías desarrolladas; más que Alemania, más que Japón, más que el
Reino Unido o Francia, el doble que la media de la Unión Europea.
Son
las décimas que hacen que el presidente Rajoy sea el gobernante más
respetado de la Unión, aunque aquí se le amenace con una estéril moción
de censura. Es la cantidad que le permite decir a los mercados (no a los
ciudadanos españoles que siguen en el umbral de la pobreza) que hizo la
política que había que hacer y que el presidente de Brasil ponga las
reformas de Rajoy como ejemplo. Y es la confianza del presidente para
que él mismo considere su hipotética caída como una desgracia para el
país. Si tuviese el desparpajo de José María Aznar, le faltaría un
minuto para decir también: “El milagro soy yo”.
Rajoy nunca dirá eso, porque es cauto, pero ha convertido
la economía en la clave de su gobernación. Lo repite constantemente a
sus equipos: “PIB y empleo, PIB y empleo”. Es su disco rayado.
Últimamente le añadió una palabra, pensando en Cataluña, y el eslogan
interno queda así: “PIB, empleo y unidad”. Ha nacido el partido PEU. Esa
es la clave del momento y quizá de la legislatura, dure lo que dure.
En
la sala de máquinas y en las tormentas de cerebros del Partido Popular
dedican el tiempo justo a hablar de corruptos, porque creen que no tiene
efectos para la marca España, quieren dejar los escándalos en episodios
personales de unos cuantos delincuentes, entienden que es bastante
incorporar el discurso de la tolerancia cero y presumen de que España
sea considerada la quinta nación del mundo en fabricación de medidas
contra la corrupción. Respecto a la tormenta, Rajoy repite lo que en su
tiempo dijo Felipe González: “Ya escampará”. Siempre termina por
escampar.
La economía es otra cosa. De una economía floreciente
depende todo: la tranquilidad social, el apoyo empresarial, el respeto
exterior, la medicina contra los extremismos, el freno al populismo de
Podemos y fuerzas políticas afines y, sobre todo, la integración de
Cataluña. La tesis dominante en este momento es que el independentismo
crecerá si continúan los efectos demoledores de la crisis y perderá
fuerza si España va bien. El objetivo es que el apoyo social a la
independencia pase del 45 por ciento actual al 30 por ciento. Si es una
ilusión, lo dirá el paso del tiempo. Hoy es la meta que se propone el
Gobierno central.
Por eso hablo del crecimiento del 0,8% del primer trimestre
como un diamante para la Moncloa. La política oficial se ha convertido
en una calculadora, con toda su frialdad, pero lo mismo funciona. Y la
moción de censura de Pablo Iglesias es el gran favor que se le hace a
Rajoy: le permitirá sacar pecho y situar el debate en las cosas de
comer. No sólo en las cosas de robar.
(*) Periodista
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