miércoles, 8 de marzo de 2017

Volver al psoe / Beatríz Talegón *

Muchos nos fuimos, dejamos de pagar cuota y de asistir a interminables asambleas amañadas donde la democracia brillaba por su ausencia, donde los de siempre terminaban saliéndose, como siempre, con la suya y además, era imposible hablar de política. Todo eran chismes, rumores, ataques personales y “politiqueo”. En eso se convirtió el PSOE, o al menos muchas de sus agrupaciones.

Me preguntaba demasiadas veces cómo era posible tal bipolaridad: por un lado, el afán de conseguir afiliados (que en un momento dado dejó de existir, dicho sea de paso), y por otro, el machaque continuo a quienes ya estábamos dentro y no pensábamos como la camarilla dirigente quería que hiciésemos.

Cansados de ver las manipulaciones, las mentiras, los descaros, la deriva ideológica y la falta absoluta de interés por parte de la organización por realizar tareas de formación real, de colaboración con la sociedad más cercana, muchos hicimos las maletas. Es cierto, no es una decisión sencilla porque cuando uno decide militar en una organización, si lo hace de corazón, se siente muy vinculado a ella: le has echado muchísimo tiempo, has puesto dinero, has renunciado a miles de experiencias personales por acudir a tal reunión, a cual congreso… 

 Tus compañeros de partido se convierten en algo especial: los enemigos son más enemigos que nadie, pero la gente con la que conectas se convierte también en alguien muy importante en tu vida porque pasas a compartir con ella momentos muy intensos, pensamientos, frustraciones, ilusiones… Aprendes de todos y cada uno de ellos y, sinceramente, la experiencia vivida que te da la militancia activa es algo incomparable con cualquier otra.

En ese sentido, es cierto, le estoy muy agradecida a los diez años de mi vida que dediqué a la organización socialista. Una experiencia, sin duda, que te da una dimensión de muchísimos ámbitos que de otro modo, me cuesta creer que hubiera podido aprender.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, desde que algunos decidimos plantar cara a las miles de trampas y de oscurantismo reinante en el partido, la militancia se convirtió en algo amargo y profundamente desagradable. Situaciones incómodas, sentirte cuestionada por cada cosa que planteabas, incluso perseguida, amenazada y rozando el temor por tus seres queridos. En eso se convirtió la militancia en algunas ocasiones. 

Y tengo la certeza de que lo que escribo es lo que están sintiendo muchísimos militantes en estos momentos: tristeza, incomprensión, impotencia, rabia al ver las injusticias que se cometen y la imposibilidad de hacer nada para frenarlas, miedo incluso a los “poderosos” que son capaces de hacer cualquier cosa para salirse con la suya… 

En los últimos años he conocido demasiados casos de personas que han pasado -y desgraciadamente algunos continúan- auténticos calvarios dentro de la organización. Situaciones injustas e impropias de una organización que dice llamarse “socialista” y que abandera los principios de la justicia social, la igualdad de oportunidades, la fraternidad.

He visto con mis propios ojos cómo se ha machacado a personas, a familias enteras, cómo se han regalado puestos de trabajo sin tener el mérito ni la preparación para desarrollarlos, sin más objetivo que tener así sometida a no poca gente. He contemplado verdaderos dramas y amenazas de responsables políticos respecto a militantes de base por el simple hecho de buscar avales, votos o apoyo en una contienda política. Y he visto después cómo esos que amenazaban, humillaban, mentían y abusaban, daban discursos grandilocuentes llenos de palabras maravillosas como “solidaridad, coherencia, democracia y honradez”.

Desgraciadamente he vivido muy de cerca demasiadas injusticias. Que han sido denunciadas en los órganos pertinentes y que se han quedado sin respuesta. O peor aún: se ha dado la razón a quien abusaba y machacaba porque era quien tenía el poder y ni siquiera los órganos de control se atreven a cuestionar.

Ahora los ojos se abren como platos ante lo que le ha sucedido a Pedro Sánchez. Algo que yo he visto muchas veces: grupos que atacan a otros y utilizan todo lo que está a su alcance para conseguirlo. A veces disimulan más, a veces disimulan menos. Pero siempre hacen daño y suelen salir perdiendo los que, con un poco de lógica, menos se lo merecen.

Es cierto que a veces uno se plantea si volver a militar porque entiende que el PSOE es un partido centenario con una estructura valiosísima. Porque te acuerdas de los compañeros que sí merecen la pena. Porque son ellos, los que aún quedan militando, los que te piden que regreses para echar una mano. Y reconozco que a veces, cuando piensas en ellos, te entran ganas de volver. Pero cuando haces una visión más global, más equilibrada y recuerdas todo lo que aquí he recordado, francamente, se te quitan las ganas de volver.

Esta sensación es precisamente la que tienen muchísimos socialistas. La de haber sufrido demasiado dentro de una organización que jamás ha dado la cara por los socialistas; sino más bien por los que se han hecho con el poder dentro de un partido. Por esos ha mirado y sigue mirando la formación. Y estando así las cosas, sinceramente, no tiene sentido volver. Aunque nos dé rabia porque tendríamos muchas propuestas, muchas ganas de participar, experiencia que poner a disposición de cualquier proyecto. Pero saber que eso, lejos de ser bien recibido será motivo para un ataque detrás de otro, hace que muchos socialistas nos quedemos en casa.


(*) Abogada y activista



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