Muchos nos fuimos, dejamos de pagar cuota y de asistir a
interminables asambleas amañadas donde la democracia brillaba por su
ausencia, donde los de siempre terminaban saliéndose, como siempre, con
la suya y además, era imposible hablar de política. Todo eran chismes,
rumores, ataques personales y “politiqueo”. En eso se convirtió el PSOE,
o al menos muchas de sus agrupaciones.
Me preguntaba demasiadas veces cómo era posible tal bipolaridad: por
un lado, el afán de conseguir afiliados (que en un momento dado dejó de
existir, dicho sea de paso), y por otro, el machaque continuo a quienes
ya estábamos dentro y no pensábamos como la camarilla dirigente quería
que hiciésemos.
Cansados de ver las manipulaciones, las mentiras, los descaros, la
deriva ideológica y la falta absoluta de interés por parte de la
organización por realizar tareas de formación real, de colaboración con
la sociedad más cercana, muchos hicimos las maletas. Es cierto, no es
una decisión sencilla porque cuando uno decide militar en una
organización, si lo hace de corazón, se siente muy vinculado a ella: le
has echado muchísimo tiempo, has puesto dinero, has renunciado a miles
de experiencias personales por acudir a tal reunión, a cual congreso…
Tus compañeros de partido se convierten en algo especial: los enemigos
son más enemigos que nadie, pero la gente con la que conectas se
convierte también en alguien muy importante en tu vida porque pasas a
compartir con ella momentos muy intensos, pensamientos, frustraciones,
ilusiones… Aprendes de todos y cada uno de ellos y, sinceramente, la
experiencia vivida que te da la militancia activa es algo incomparable
con cualquier otra.
En ese sentido, es cierto, le estoy muy agradecida a los diez años de
mi vida que dediqué a la organización socialista. Una experiencia, sin
duda, que te da una dimensión de muchísimos ámbitos que de otro modo, me
cuesta creer que hubiera podido aprender.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, desde que algunos decidimos
plantar cara a las miles de trampas y de oscurantismo reinante en el
partido, la militancia se convirtió en algo amargo y profundamente
desagradable. Situaciones incómodas, sentirte cuestionada por cada cosa
que planteabas, incluso perseguida, amenazada y rozando el temor por tus
seres queridos. En eso se convirtió la militancia en algunas ocasiones.
Y tengo la certeza de que lo que escribo es lo que están sintiendo
muchísimos militantes en estos momentos: tristeza, incomprensión,
impotencia, rabia al ver las injusticias que se cometen y la
imposibilidad de hacer nada para frenarlas, miedo incluso a los
“poderosos” que son capaces de hacer cualquier cosa para salirse con la
suya…
En los últimos años he conocido demasiados casos de personas que
han pasado -y desgraciadamente algunos continúan- auténticos calvarios
dentro de la organización. Situaciones injustas e impropias de una
organización que dice llamarse “socialista” y que abandera los
principios de la justicia social, la igualdad de oportunidades, la
fraternidad.
He visto con mis propios ojos cómo se ha machacado a personas, a
familias enteras, cómo se han regalado puestos de trabajo sin tener el
mérito ni la preparación para desarrollarlos, sin más objetivo que tener
así sometida a no poca gente. He contemplado verdaderos dramas y
amenazas de responsables políticos respecto a militantes de base por el
simple hecho de buscar avales, votos o apoyo en una contienda política. Y
he visto después cómo esos que amenazaban, humillaban, mentían y
abusaban, daban discursos grandilocuentes llenos de palabras
maravillosas como “solidaridad, coherencia, democracia y honradez”.
Desgraciadamente he vivido muy de cerca demasiadas injusticias. Que
han sido denunciadas en los órganos pertinentes y que se han quedado sin
respuesta. O peor aún: se ha dado la razón a quien abusaba y machacaba
porque era quien tenía el poder y ni siquiera los órganos de control se
atreven a cuestionar.
Ahora los ojos se abren como platos ante lo que le ha sucedido a
Pedro Sánchez. Algo que yo he visto muchas veces: grupos que atacan a
otros y utilizan todo lo que está a su alcance para conseguirlo. A veces
disimulan más, a veces disimulan menos. Pero siempre hacen daño y
suelen salir perdiendo los que, con un poco de lógica, menos se lo
merecen.
Es cierto que a veces uno se plantea si volver a militar porque
entiende que el PSOE es un partido centenario con una estructura
valiosísima. Porque te acuerdas de los compañeros que sí merecen la
pena. Porque son ellos, los que aún quedan militando, los que te piden
que regreses para echar una mano. Y reconozco que a veces, cuando
piensas en ellos, te entran ganas de volver. Pero cuando haces una
visión más global, más equilibrada y recuerdas todo lo que aquí he
recordado, francamente, se te quitan las ganas de volver.
Esta sensación es precisamente la que tienen muchísimos socialistas.
La de haber sufrido demasiado dentro de una organización que jamás ha
dado la cara por los socialistas; sino más bien por los que se han hecho
con el poder dentro de un partido. Por esos ha mirado y sigue mirando
la formación. Y estando así las cosas, sinceramente, no tiene sentido
volver. Aunque nos dé rabia porque tendríamos muchas propuestas, muchas
ganas de participar, experiencia que poner a disposición de cualquier
proyecto. Pero saber que eso, lejos de ser bien recibido será motivo
para un ataque detrás de otro, hace que muchos socialistas nos quedemos
en casa.
(*) Abogada y activista
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