Lo que sucede en Murcia
es una reproducción en miniatura, aún más absurda y grotesca, de todos
los vicios, los oportunismos y los sinsentidos que se han apoderado de
la política española en los últimos años. Es una de esas secuencias esperpénticas que no se pueden explicar a un observador externo sin sentir algo de rubor. Un sainete político carente de toda gracia.
Primera
escena: perdidas las mayorías absolutas en toda España, el PP se
garantizó las investiduras de sus presidentes firmando en barbecho
compromisos con Ciudadanos sin la menor intención de cumplirlos (a lo que le ayudó el partido de Rivera entregándole los gobiernos y quedándose virginalmente fuera de ellos).
Una de esas cláusulas es la que obliga a los gobernantes a dimitir automáticamente cuando un juez de instrucción los cita a declarar como imputados en la investigación de un presunto delito. Lo firmaron en España y también en Murcia.
El presidente murciano alega que los actos que le atribuyen no son corrupción, sino “infracciones administrativas”.
Pero resulta que existe una ley del parlamento regional, votada por
todos los partidos, que precisa los artículos del Código Penal que
desencadenarían el automatismo imputación-dimisión, y
se corresponden con los que el juez cita en el auto de imputación. Así
que Sánchez no estaría obligado a dimitir únicamente por el pacto con el
Ciudadanos sino por una ley de su propio parlamento.
En todo caso: por muy arbitrario que nos parezca hacer caer a un gobierno
por un trámite procesal sin contenido inculpatorio, el hecho es que PP
lo ha firmado por partida doble. Y como nos enseñaron los antiguos
romanos, 'pacta sunt servanda': el contrato es ley entre las partes. Por otra parte, ¿no bramaría el PP por la dimisión si el imputado fuera, por ejemplo, un presidente autonómico del PSOE?
Sería razonable que el PP, haciendo honor a su compromiso, solventara el problema sustituyendo a Pedro Antonio Sánchez por otro dirigente de su grupo. Pero se han enrocado en una defensa numantina.
Solo se me ocurren dos explicaciones: o Sánchez tiene cogido a su
partido por salva sea la parte, o se han dado cuenta de que el disparate
que firmaron pondría en riesgo al mismísimo Rajoy si
un juez de instrucción lo incluyera en la lista en alguno de los casos
en los que está imputado el PP, y han decidido montar desde ahora una barrera preventiva.
Con su actitud han puesto a su socio -Ciudadanos- contra las cuerdas y han creado un conflicto institucional innecesario (uno más). La Región de Murcia lleva más de un mes con su gobierno paralizado, pero eso no parece importar a nadie.
Segunda escena. Ciudadanos hace una doble propuesta razonable: o el PP sustituye a Sánchez por otro dirigente del PP,
nosotros lo votamos y todos salvamos la cara, o se monta un gobierno
con el único mandato de disolver la cámara y convocar elecciones.
A
lo primero se niega el PP y a lo segundo se niega la izquierda (ahora
veremos por qué). Ciudadanos se atolondra y anuncia solemnemente que el
lunes presentará en solitario una moción de censura con su líder como candidato a presidente. Ridículo total, porque para presentar la moción se necesita un mínimo de 7 diputados y C’s tiene solo 4. Además, provoca la reacción fulminante del PSOE, que sí tiene los diputados necesarios y se adelanta presentando su propia moción.
Así,
lo que en principio fue un planteamiento sensato de Ciudadanos termina
en un chusco farol sin cartas. Ahora tendrá que decidir si vota la moción del PSOE y se come un gobierno de izquierdas para los dos próximos años o no la vota y se traga la tomadura de pelo por parte del PP.
Tercera escena: los socialistas murcianos, pescadores en río revuelto, ven en este lío la oportunidad de hacerse con el gobierno
de una región en la que llevan 20 años recibiendo tremendas palizas
electorales. Presentan una moción de censura enarbolando la bandera de
la limpieza pero se niegan a convocar elecciones: quieren quedarse en el sillón al menos hasta 2019.
Y se cuidan mucho de aclarar si se proponen gobernar en solitario con
sus 13 escaños sobre 45, formar una coalición de izquierdas con Podemos o
intentar un tripartito que incluya a Ciudadanos. Primero nos hacemos con el poder y lo de sostener al gobierno ya se verá después.
Podemos secunda en este caso al PSOE.
En lo de okupar (sí, con K) el gobierno de una región en la que la
izquierda es ultraminoritaria; y sobre todo, en lo de impedir a toda
costa que el embrollo se resuelva en las urnas. Prometen sus votos para
la moción de censura pero tampoco aclaran qué composición tendría ese gobierno alternativo, si ellos exigirían formar parte de él y si eventualmente estarían dispuestos a compartirlo con Ciudadanos. Cuanto más oscuro quede todo, mejor.
¿Por
qué no quiere la izquierda unas elecciones ni en pintura? Porque saben
que es elevadísima la probabilidad de que en ellas el PP se presente con Pedro Antonio Sánchez como candidato (nada
se lo impide mientras no haya una sentencia condenatoria) y obtenga la
mayoría absoluta que en 2015 perdió por solo un escaño. En cuyo caso
habrían hecho un pan como unas tortas.
Puro juego de pillos, como ven. Unos firman y no cumplen;
otros anuncian que harán lo que saben que no pueden hacer; y los otros
pretenden aprovechar el barullo para hacerse con un gobierno que jamás
ganarían en las urnas. Todo ello, en nombre de la regeneración
democrática.
La política española tiene que recuperar la seriedad,
esto no puede seguir siendo un permanente baile de máscaras. Se pacta
lo que se está dispuesto a cumplir. Si uno alcanza un acuerdo de
gobierno, se mete en él para asegurarse de que el acuerdo se cumpla. No
se entra en los gobiernos por la puerta de atrás cuando los ciudadanos te han negado reiteradamente los votos para ello. Y no pueden estar provocándose constantes crisis institucionales por juegos de tronos.
EL
PSOE ha presentado su moción de censura, apoyado por Podemos. O
Ciudadanos se suma a ella quedándose sin el santo ni la limosna, o será
rechazada y Sánchez permanecerá tranquilamente en su cargo. Hemos visto
muchas formas de hacer el ridículo pero nuestros políticos nos descubren cada día una nueva.
(*) Sociólogo, consultor político y experto electoral
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