Palabras mayores en la distancia corta de uno de los pretendientes al trono de Ferraz. Dice Patxi López
que en el proceso de renovación interna (primarias en mayo, congreso
federal en junio), se ventila algo más que el futuro político del PSOE: “El partido se está jugando el ser o no ser”.
Y
el partido no será o dejará de ser lo que fue (“imprescindible para
vertebrar España” y amparar a “millones de ciudadanos maltratados por la
derecha”), si sigue siendo su peor enemigo. Así lo ven millones de
votantes consternados por el espectáculo de los últimos años.
Según él, la remontada solo será posible desde la pacificación. Y la pacificación será imposible sin la unidad reclamada por una “mayoría silenciosa” de la militancia, harta de la agresividad
entre los propios dirigentes. Un virus que envenena los interiores del
PSOE desde la caída de Zapatero a finales de 2011, como saben sus
sucesores. Antes Rubalcaba, luego Sánchez, lo sufrieron desde el minuto
uno de sus respectivos reinados.
Con estos presupuestos mentales entró en la carrera el exlendakari y expresidente del Congreso. Su bandera es la de intermediar en la desgarradora polarización del partido entre susanistas y pedristas, endurecida a raíz del penoso comité federal del 1 de octubre, donde una maquinación urdida en Andalucía desalojó a Pedro Sánchez del liderazgo y dio lugar a una comisión gestora presidida por el asturiano Javier Fernández.
Cada una de las tres candidaturas (la de Susana se formalizará el próximo 11 de marzo) ya ha alzado su banderín de enganche. Es el primer elemento de discordia:
Patxi, pacificador; Sánchez, rojo y plurinacional, y Susana, ganadora.
Pero a los seguidores de López y de Sánchez les molesta que Díaz diga
que lo dará todo por “un PSOE ganador”, como si ellos
estuvieran trabajando por un PSOE casado con la derrota.
A los
seguidores de Susana Díaz les molesta que Patxi López se sitúe en la
equidistancia para ejercer de costurero, como si la andaluza no valorase
la unidad interna. López y Díaz se irritan por la confesada apuesta pedrista por un partido “de izquierdas, que escuche a los militantes y alejado del PP”,
como si el aspirante vasco y la aspirante andaluza quisieran silenciar a
la militancia y hubieran abrazado de pronto el pensamiento conservador.
“Todos en el PSOE somos de izquierdas”, viene diciendo Susana Díaz en sus últimas apariciones
públicas. Esa declamación se acompasó hace unos días al malestar de los
principales barones del partido. Estos ven “radical y ajeno al PSOE” el
proyecto que Sánchez presenta como “autónomo y de izquierdas”.
La
respuesta no se hizo esperar: “Sí, nuestro color favorito es el rojo
del PSOE”, con el consabido asentimiento coral de sus seguidores en las
redes sociales. Orgullosos de ser y sentirse 'rojos'. Lo cual incluye
una crítica más o menos velada a la comisión gestora, por su presunto acercamiento al PP y haber situado al PSOE “en tierra de nadie” (Sánchez 'dixit').
Son las líneas de fuerza que se cruzan en estos tanteos previos a la
batalla final por la secretaría general del PSOE. Será cualquier cosa
menos tranquila. Demasiadas facas camufladas. Demasiadas heridas
abiertas. Y demasiado incierta la esperanza de reconducir hacia la
pacificación, como antesala de la unidad, el profundo antipedrismo que se respira entre los dirigentes, aunque no en todos. Solo comparable al profundo antisusanismo que se respira entre los militantes, aunque no en todos.
Y
una conclusión poco esperanzadora de cara al futuro. Habida cuenta de
que hay tres pretendientes y que Patxi López (el único que podría
hacerlo) me jura que no piensa retirarse de la contienda por pacto con
alguno de los otros dos, el PSOE tendrá un secretario general elegido por menos del 50% de los militantes. Mala cosa.
(*) Periodista
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