martes, 28 de febrero de 2017

Sánchez Solís nunca ha visto un pato / Ángel Montiel *

Si camina como un pato, nada como un pato y grazna como un pato, lo más probable es que sea un pato». Cuac cuac. Un pato. Es un lema que desde hace décadas se aplica en la vida política a aquellas encrucijadas en que se nos quiere hacer pasar gato por liebre, y todo el mundo sabe que ni gato ni liebre ni perro ni oca, sino pato. También es verdad que las apariencias engañan. Cualquiera se puede disfrazar de pato y pasar por pato, aunque no es fácil ni en pleno carnaval. La Policía no es tonta, salvo cuando se lo hace. 

El jefe político de la Policía en la Región de Murcia, Antonio Sánchez-Solís, no es tonto ni lo parece, pero dice cosas como que los dos asaltos consecutivos al domicilio del fiscal Anticorrupción, Juan Pablo Lozano, ´pudieran ser´ actos de delincuencia común. En eso no se equivoca, desde luego. Quienes entraron en dos ocasiones a casa del fiscal eran delincuentes comunes (no cabe pensar que lo hicieran Urdangarin, Bárcenas o Rodrigo Rato, desde luego), es decir, se trataba de profesionales experimentados en la mangancia de poca monta, nada que ver con la mafia de cuello blanco que anida en las estructuras del poder político. Eran chorizos expertos en entrar a las casas por puertas y ventanas, habilidosos en el robo manual, no en el que se practica mediante los contratos públicos, el tráfico de influencias y esas actividades que permiten vivir años sin mover las propias cuentas corrientes y sin visitar los cajeros. Quiero decir que quienes entraron a casa del fiscal no han sido nunca probablemente compañeros de partido de Sánchez Solís. En eso, el delegado del Gobierno ha estado atinado. 

Pero el jefe de la Policía no debiera quedarse mirando el dedo que señala a la luna. Si esos delincuentes tan comunes se arriesgan a entrar dos veces consecutivas a casa del fiscal y sólo se llevan, en la primera de las visitas, el ordenador del involuntario anfitrión, no practican ningún registro, prescinden de tomar el dinero, joyas o electrodomésticos que se distribuyen por la casa y lo dejan todo tan impoluto como si en vez de ladrones fueran una brigada de limpieza ¿qué podemos pensar? Sobre todo ¿qué debe pensar el jefe político de la Policía? Ya hemos advertido que la Policía no es tonta, y su jefe tampoco debiera serlo. Unos delincuentes comunes que no roban después de haber entrado en las casas son delincuentes, pero no pueden ser comunes. Lo común es que lo dejen todo patas arriba y se lleven hasta las camisas. 

Las declaraciones a la SER de Sánchez Solís son inquietantes porque nadie querría pagar a un jefe político de la Policía cuya capacidad de deducción consista en que si ve una colilla en el lugar de los hechos concluya que nadie ha fumado. Hemos puesto nuestra seguridad en manos de un tipo que no ha aprendido nada de Colombo y que se parece más al Superagente 86 que a 007. En el fondo, no es de extrañar, pues de sus responsabilidades anteriores como director general de Transportes nos ha dejado la herencia del aeropuerto sin aviones, el Ave al ya te veré y el servicio urbano de autobuses de Ruanda, si bien tuvo la suerte de ser sustituido por alguien que lo ha hecho bueno. Todo puede empeorar, aunque parezca imposible. 

Ahora bien, como poli, y más como jefe de la poli, Sánchez Solís necesita urgentemente un cursillo. Primera lección: lo habitual es que los asaltantes de pisos, después de haber hecho el esfuerzo, se lleven todo lo que encuentren de valor. Los ladrones bondadosos están bien para los cuentos infantiles (yo recuerdo los tebeos de Los Golfos Apandadores), pero a los ciudadanos corrientes les resultan poco simpáticos cuando son de carne y hueso. La pregunta que se debe hacer un buen poli es: sí, son delincuentes comunes, pero ¿contratados por quién y para qué? Eso es lo que nos pone los pelos de punta, porque quien contrata a un delincuente común para asaltar el piso de un fiscal y robar su ordenador puede dar un paso y pagar para que enrojezca la crónica de sucesos. El ladrón que no roba usa, en realidad, el lenguaje revelado por Coppola con aquella cabeza de caballo.

¿Estamos en buenas manos con Sánchez Solís al frente de la Policía? ¿Cómo es posible que este hombre vea a un pato que anda como un pato, que nada como un pato y que dice cuac cuac y no le parezca que sea un pato? Hay, es cierto, alguna otra posibilidad: que se trate de agentes secretos del Estado disfrazados de patos, pero esta ya sería ir muy lejos. Aunque no tanto, desde luego, como suponer que ciertos asaltos de los que se vienen produciendo en Murcia sean practicados por delincuentes comunes tan poco comunes como para que, una vez dentro de los domicilios, se resignen a no robar lo que tienen a mano. Cuac cuac.


(*) Columnista 



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