No hace falta ser un lince para saber lo que pasará el día 1, durante el asedio parlamentario a José Manuel Maza en el Congreso de los Diputados.
La oposición le acusará de ser un lacayo del Gobierno. Le dirá que los
nuevos nombramientos de la carrera fiscal han salido de la chistera del
ministro de Justicia. Denunciará purga de afiliados a la UPF. Clamará al
cielo por los favores al presidente de Murcia y, de postre, pedirá su
dimisión.
Como Maza es un Fiscal General tirando a cachazudo, aguantará
el chaparrón sin inmutarse y cuando le llegue el turno dirá estas tres
cosas: que es independiente, que ha nombrado a los mejores y que el
procedimiento utilizado para promover los cambios no ha podido ser más
ortodoxo. ¿Quién tiene razón? Del todo, nadie. En parte, los dos.
Depende de cómo se mire. Pero, en lo gordo, la oposición.
Consuelo Madrigal no siguió en la Fiscalía General del Estado porque se negó a secundar los planes de Catalá.
Sé de lo que hablo. El ministro desplegó delante de ella el organigrama
de la carrera fiscal y puso el dedo índice en las casillas que el
Gobierno quería renovar aprovechando el término de algunos mandatos.
Luego sacó un papel, inspirado en gran parte por dos de sus consejeros
más influyentes, Manuel Marchena y Emilio Frías -el primero en la Sala
Segunda del Supremo y el segundo en la rebotica del ministerio- y
sometió a su consideración los nombres que figuraban en él.
Madrigal,
con suma elegancia, eso sí, vino a decirle que se metiera el papel por
la popa. Y no porque los nombres que figuraban en él fueran calamitosos
-que no lo eran en absoluto-, sino porque por encima de todo debía
preservar la independencia del Ministerio Público. El fuero y el huevo.
Catalá o la virtud. Madrigal eligió la virtud y se quedó sin el puesto.
Habrá quien diga, no sin parte de razón, que detrás de esta
historia lo que subyace, más que una alcaldada del PP, es una estrategia
legítima de la Asociación de Fiscales para arrebatarle
a la UPF las colinas profesionales a las que ellos llegaron en tiempos
de Conde Pumpido con la ayuda de Zapatero. No me meto en eso. Tal vez.
¿Pero de verdad era preferible ganar la batalla por goleada antes que
preservar la independencia que la asociación mayoritaria había
conquistado frente a los gobiernos del PP tras muchos años de esfuerzo?
Si yo fuera Concha Talón miraría la cara de disgusto de
algunos de sus ilustres asociados, la compararía con la cara de
entusiasmo del ministro Catalá y luego haría examen de conciencia.
Lamento alguna de las bajas que ha provocado esta refriega.
No es buena noticia que Calparsoro deje el País Vasco, por ejemplo. Ni
que Zaragoza abandone la Audiencia Nacional. Por mucho que se diga, en
la lucha contra el yihadismo era una pieza clave. Hay otras bajas, en
cambio, muy razonables. La de López Bernal en Murcia, sin ir más lejos. Se la había ganado a pulso.
Por lo que respecta a las altas, tal vez lo mejor de todo sea la llegada de Manuel Moix a la Fiscalía Anticorrupción.
Se ha dicho de él, para denostar su nombramiento, que era el único de
los postulantes al cargo que no estaba vinculado a la institución. A mí
me parece, en cambio, que eso redundaba en su favor. Nadie mejor que
alguien de fuera para poner orden en una casa de instrucciones eternas,
intereses espurios, injerencias policiales y protagonismos narcisistas.
Las intenciones de Moix no pueden ser más saludables. En su
programa de actuación ha puesto por escrito: "Es necesario tener claro, y
hacérselo saber tanto a la Policía Judicial como a la Agencia
Tributaria, que en las diligencias de investigación son ellos quienes actúan bajo la dirección del fiscal y no viceversa".
Parece una nimiedad pero es un propósito revolucionario. Si lo consigue
acabará de un plumazo con dos de las peores lacras de nuestra
Administración de Justicia: el automatismo acrítico del corta y pega que
muchos fiscales hacen de los informes de sus peritos en sus escritos y
la apertura de investigaciones basadas en conjeturas policiales más o
menos aventuradas, y a menudo teledirigidas por intereses inconfesables,
para ver si suena la flauta por casualidad. Sólo por eso merece la pena
hacerle la ola.
(*) Periodista, ex eurodiputado del PP e hijo de ex fiscal general del Estado
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