sábado, 31 de diciembre de 2016

El faro de Bruselas / Josep Borrell *

Una breve escapada a Bruselas me permite conocer el edificio que será, a partir de enero del 2017, la nueva sede del Consejo Europeo. Por la noche su estructura resalta iluminada en el corazón del “barrio europeo” en torno a la plaza Schuman. Quizás por eso ya le llaman “la linterna” o “el faro” de Bruselas.

Ojalá actué de verdad como un faro que ilumine la supervivencia de la Unión Europea en un momento en el que a sufrido el revés histórico del Brexit y en el que, a los ojos de muchos europeos, se debilita su substancia política y su legitimidad democrática.

Siendo un poco optimistas en este fin de año, reconozcamos que, a pesar del Brexit, el 2016 acaba mejor que el 2015. Recordemos que hace un año la UE estaba sufriendo el punto más dramático de sus dos crisis existenciales, la del euro y la de Schengen. En el verano del 2015 Grecia volvía a poner en grave peligro el euro y en otoño la crisis de los emigrantes cuestionaba la libre circulación en el espacio de Schengen.

Ninguna de las dos crisis se ha resuelto definitivamente, pero al menos parecen estar contenidas. Grecia sigue en el euro y el dramático flujo de emigrantes se ha detenido. Cierto que el problema de la reestructuración de la Deuda griega sigue sin resolverse a pesar de las advertencias del FMI, y que contener el flujo de emigrantes hacia Grecia se ha conseguido al precio de un acuerdo con Turquía discutible en sus principios. Esperemos que la tregua que así hemos conseguido la empleemos de verdad en la organización de un cuerpo europeo de control de las fronteras.

Hablando de emigrantes y de control de fronteras, es imposible no dejar de recordar que el 2016 deja la triste herencia de 5.000 muertos ahogados intentando cruzar el Mediterráneo, el viejo Mare Nostrum al que con razón El Periódico de Barcelona le llama en primera página Mare Mortum. Para contener esa tragedia haría falta más medios para actuar en alta mar pero también más voluntad para construir una política de asilo común.

Esta política, o mejor dicho, la falta de esta política, ha sido la que más ha puesto de relieve la debilidad de la UE y sus divisiones internas en este año que se acaba. Los nuevos Estados miembros del este, al oponerse radicalmente y haciendo caso omiso de las decisiones propuestas por la Comisión y adoptadas por el Consejo Europeo en materia de reparto de los demandantes de asilo, cuestionaron a la vez dos de los valores sobre los que se basa la UE, el del derecho de asilo, es decir la protección al perseguido, y el de la solidaridad con los otros Estados miembros, en ese caso con Grecia, Italia Alemania y Austria, desbordados por el flujo de inmigrantes.

Recordemos que la Comisión fue incapaz de hacer aplicar los acuerdos del Consejo e hizo marcha atrás en la exigencia de acoger a los inmigrantes según el reparto establecido. El primer ministro húngaro Victor Orban, el campeón de la otra concepción de Europa, se permitió decir que solo aceptaría inmigrantes de religión cristiana, haciendo también caso omiso de la Carta de los Derechos Fundamentales en la que se establece claramente que nadie, y se podría decir que menos que nadie un refugiado, puede ser discriminado por razones de religión. Aunque perdió el referéndum para recabar el apoyo popular al rechazo a los inmigrantes, solo fue porque la votación no reunió el quórum mínimo requerido.

Todo ello demuestra que las raíces de la crisis europea son más políticas, en su doble dimensión de identidad y de valores, que económicas. En el 2004, en el momento en el que se hizo efectiva la ampliación al Este, parecía que los problemas a los que habría que hacer frente serian económicos, ante las dificultades de integrar en el mercado único a un número tan elevado de países con economías tan diferentes y con niveles de renta mucho más bajos.

 Pero en realidad el problema ha demostrado ser el de compartir valores, sobre los que se basa la voluntad de vivir juntos, de compartir riesgos y solidaridades, esa falta de afecttio societatis que también nos falta en España y que explica las tendencias separatistas en Catalunya que vivirán en septiembre del 2017 un momento crítico.

En el 2017 se cumple el 60º aniversario del Tratado de Roma. El 25 del próximo marzo, Italia tiene previsto convocar en Roma una gran ceremonia para celebrarlo. Pero el 2017 será también el año de Brexit. El gobierno británico ha prometido que antes de finales de próximo marzo activará el procedimiento previsto en el artículo 50 del Tratado de Lisboa para la salida de un Estado de la Unión. Puede que ambos acontecimientos coincidan el mismo día, pero lo que es seguro es que la celebración quedará ensombrecida porque solo serán 27 países los que participarán en ella.

El 2017 será también el año de dos importantes elecciones, las presidenciales en Francia en la primavera y las legislativas federales en Alemania en el otoño. Además de en Holanda y probablemente en Italia. Malos tiempos para impulsar la construcción europea. 

Normalmente las cuestiones europeas no suelen ser objeto de debates en las elecciones nacionales. Pero esta vez puede ser diferente por la emergencia de partidos antieuropeistas. En particular en Francia donde casi todo el mundo vaticina que la Sra. Le Pen estará presente en la segunda vuelta de las presidenciales. Si un partido populista antieuropoeista llegase al poder en un gran país europeo, el 2017 no sería precisamente el año para celebrar y renovar la voluntad de construir “una unión cada vez más estrecha entre los europeos”, como rezaba el Tratado de Roma y repite el de Lisboa.

Confiemos en que las grandes incertidumbres que pesan sobre el 2017 se resuelvan de una forma más positiva.


(*) Ex presidente del Parlamento Europeo


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