Comparecencia solemne de Mariano Rajoy en el salón central de Moncloa
en presencia de todo su Gobierno para que los ministros comprueben lo
listo que es su presidente frente a la famélica legión de periodistas
sin respuestas que llevarse a la boca. El presidente tiene motivos de
estar moderadamente satisfecho pero no para echar las campanas al vuelo
como hizo ayer en su balance de fin del año 2016.
Porque son muchos los problemas que afectan a los españoles como
consecuencia de la crisis que aún perdura: la cifra del paro sigue
siendo muy elevada, la hucha de las pensiones está vacía, la deuda
pública ha superado el billón y no cesa de crecer, como crece el precio
del petróleo, han subido los impuestos y no se ve en el horizonte un
pacto para los Presupuestos de 2017, mientras el desafío catalán
progresa hacia el choque frontal con el Estado.
De todo esto ni de otras cosas dijo nada Rajoy durante su monólogo y
en la simulada rueda de prensa, donde no respondió a nadie como debiera.
Buena prueba de ello fue que Rajoy no ofreció un solo titular ni
siquiera a su favor, lo cual es un error político suyo y de sus jefes de
prensa porque todo aquel gobernante o dirigente político que convoca
una rueda de prensa debe de llevar preparado al menos una noticia
importante y un buen titular. Y Rajoy en la despedida de 2016 ni una
cosa ni la otra. Mas bien regresó al ‘pase del desprecio’ a la prensa de
sus tiempos de mayoría absoluta y se equivocó.
Claro, Rajoy pensará eso de ‘ande yo caliente y ríase la gente’.
Sobre todo a la vista de como andan de mal algunos de sus adversarios
mas notorios en Podemos, PSOE y PDeCAT, Iglesias, Sánchez y Mas, entre
otros en los que a buen seguro que Rajoy sitúa a Aznar como otra de
víctimas políticas y del que habrá dicho o pensado algo así: ‘¿Que se va
de la presidencia de honor del PP? Pues que se vaya con viento fresco y
mejor para mi’.
Es cierto que Rajoy ha sido el único superviviente político de un
2016 donde hemos asistido a una película titulada ‘tres investiduras y
en funeral’. Pero el triunfo de Rajoy se ha debido mas a los errores de
sus adversarios que a su propia pericia. Podemos pudo haber hecho
presidente a Sánchez en aquella investidura fallida de marzo, pero no
quiso; y C’s y PSOE pudieron exigir al PP otro candidato distinto a
Rajoy para aprobar la investidura pero ambos partidos fracasaron en sus
respectivas estrategias, y Rajoy solo tuvo que permanecer sobre el cajón
de don Tancredo para triunfar y luego asistir al funeral de Pedro
Sánchez, el adversario que lo insultó.
Dice Rajoy que quiere una legislatura de cuatro años y que en
Cataluña no habrá referéndum de autodeterminación. Pero se niega a
especular con la ausencia de Presupuestos y el posible adelanto
electoral y con el choque de trenes catalán y la respuesta que en ese
caso tendrá que dar el Gobierno. Y huye de las preguntas incisivas que
no responde y no dice nada de reformar la Constitución ni sobre que
pasaría si Aznar monta un partido político.
El presidente del Gobierno prefiere hablar de sus éxitos gracias a
que él – presume- se lanzó a aprobar los Presupuestos de 2016. Y cita la
mejora del paro y la caída del desempleo, el crecimiento al 3,2 y
objetivo de déficit al 4,6, la mejora de las exportaciones, del turismo y
de otros índices positivos mientras se olvida de los que le son
adversos que citábamos al inicio de este artículo.
Rajoy está encantado consigo mismo y con sus ministros, que lo miran y
lo admiran boquiabiertos y le ríen las gracias y los desplantes a los
periodistas. El presidente ha sido el único superviviente político de
2016 y tiene su mérito pero quizás no tanto como para que al término de
su disertación de este fin de año los asistentes se pusieran a aplaudir.
(*) Periodista
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