Con los aires de pesimismo, xenofobia y nacionalismo que corren por Europa, no está muy de moda hablar de la Unión Europea y, sin embargo, quizás sea ahora más necesario que nunca que los europeos actuemos unidos. Ni Putin, ni Trump ni Erdogan tienen nada de común con Europea. No podemos esperar nada de ellos, ni podemos permitir que sean ellos los que nos dicten el camino. No es que Europa deba romper las relaciones con Rusia o Turquía ni tampoco con la OTAN, pero Europa no puede seguir dependiendo de las fuerzas americanas ni del gas o petróleo de Rusia. Sin independencia energética o militar, no hay libertad de acción, y, sin libertad de acción, no hay democracia,
Con el proceso de integración europea está sucediendo últimamente lo mismo que con la democracia. Hacen agua por todas partes, pero no es cuestión de hundir el barco sino de repararlo y salvarlo.
Europa quizás tenga en estos momentos la oportunidad de encontrarse a sí misma y de alcanzar su independencia frente a los Estados Unidos y de adoptar su propio camino frente a Rusia, la oportunidad de compaginar la globalización y la libertad de comercio, la oportunidad de combatir el paro y, al mismo tiempo, promover el estado social, que hasta hace poco era lo más auténtico y más característico de Europa.
Es hora de que los países que constituyen el núcleo duro de la UE, entre los se encuentran también España y Portugal, abandonen sus políticas nacionalistas y den el salto hacia una auténtica unión política. Es hora de pensar en resolver los problemas sociales de los ciudadanos en lugar de pelear por ver quién se lleva la tajada de los negocios bancarios que van a abandonar la City.
Si hasta ahora el proceso de integración europea ha sido fundamentalmente una idea de los políticos, en la actualidad se nos ha convertido en una cuestión vital, una cuestión de la que los políticos no pueden excluir al ciudadano y en la que los ciudadanos estamos obligados a interesarnos. La partitocracia nos ha robado la democracia y la partitocracia nos está excluyendo de Europa. Es lógico, por tanto, que los ciudadanos no se interesen por Europa. Pero, queramos o no, la globalización es un hecho imparable. Y una globalización desorganizada, como está actualmente, puede ser algo muy peligroso. Por eso, Europa tiene que organizarse ya, si quiere enfrentarse con éxito a la globalización.
Hace ya casi un siglo, el fundador del movimiento paneuropeo, Coudenhove- Kalergi, nos decía en su libro “Pan-Europa”:
“La Unión de Europa es una etapa previa a la unión de la humanidad. Es absurdo querer hacer de una Europa anárquica la base de una comunicad mundial. Con sus eternos conflictos envenenaría la atmósfera del mundo entero antes que integrarse en el orden internacional. Primeramente debe unirse Europa, después la Humanidad. Este proceso no se puede invertir.“
Los Estados Unidos de Europa no es una meta en sí misma, sino que es un camino para enfrentarse de forma democrática a los retos de la globalización, cuyo futuro está aún por vislumbrar. Las diferentes naciones y culturas que integran la UE no constituirán unos Estados Unidos comparables a los Estados Unidos de América, sino que será algo diferente, ni tampoco darán lugar a un Estado supranacional.
La soberanía nacional –en otras palabras, el nacionalismo- es el arma usada hoy por quienes tratan de dinamitar un proceso de la unificación europea, como dice el periodista Carlos Díaz Güell. Puede ser que en sus orígenes la entonces Comunidad Económica Europea se fundara precisamente en la renuncia voluntaria a la soberanía nacional, pero a medida que han ido corriendo los años los Estados han ido perdiendo de facto su autonomía nacional. No la han cedido, ni ningún organismo internacional se la arrebatado. La globalización ha acabado con las fronteras y también con la soberanía de la mayoría de los países. La UE nació como un acto voluntario, pero actualmente es algo necesario y forzado por las circunstancias.
Con el proceso de integración europea está sucediendo últimamente lo mismo que con la democracia. Hacen agua por todas partes, pero no es cuestión de hundir el barco sino de repararlo y salvarlo.
Europa quizás tenga en estos momentos la oportunidad de encontrarse a sí misma y de alcanzar su independencia frente a los Estados Unidos y de adoptar su propio camino frente a Rusia, la oportunidad de compaginar la globalización y la libertad de comercio, la oportunidad de combatir el paro y, al mismo tiempo, promover el estado social, que hasta hace poco era lo más auténtico y más característico de Europa.
Es hora de que los países que constituyen el núcleo duro de la UE, entre los se encuentran también España y Portugal, abandonen sus políticas nacionalistas y den el salto hacia una auténtica unión política. Es hora de pensar en resolver los problemas sociales de los ciudadanos en lugar de pelear por ver quién se lleva la tajada de los negocios bancarios que van a abandonar la City.
Si hasta ahora el proceso de integración europea ha sido fundamentalmente una idea de los políticos, en la actualidad se nos ha convertido en una cuestión vital, una cuestión de la que los políticos no pueden excluir al ciudadano y en la que los ciudadanos estamos obligados a interesarnos. La partitocracia nos ha robado la democracia y la partitocracia nos está excluyendo de Europa. Es lógico, por tanto, que los ciudadanos no se interesen por Europa. Pero, queramos o no, la globalización es un hecho imparable. Y una globalización desorganizada, como está actualmente, puede ser algo muy peligroso. Por eso, Europa tiene que organizarse ya, si quiere enfrentarse con éxito a la globalización.
Hace ya casi un siglo, el fundador del movimiento paneuropeo, Coudenhove- Kalergi, nos decía en su libro “Pan-Europa”:
“La Unión de Europa es una etapa previa a la unión de la humanidad. Es absurdo querer hacer de una Europa anárquica la base de una comunicad mundial. Con sus eternos conflictos envenenaría la atmósfera del mundo entero antes que integrarse en el orden internacional. Primeramente debe unirse Europa, después la Humanidad. Este proceso no se puede invertir.“
Los Estados Unidos de Europa no es una meta en sí misma, sino que es un camino para enfrentarse de forma democrática a los retos de la globalización, cuyo futuro está aún por vislumbrar. Las diferentes naciones y culturas que integran la UE no constituirán unos Estados Unidos comparables a los Estados Unidos de América, sino que será algo diferente, ni tampoco darán lugar a un Estado supranacional.
La soberanía nacional –en otras palabras, el nacionalismo- es el arma usada hoy por quienes tratan de dinamitar un proceso de la unificación europea, como dice el periodista Carlos Díaz Güell. Puede ser que en sus orígenes la entonces Comunidad Económica Europea se fundara precisamente en la renuncia voluntaria a la soberanía nacional, pero a medida que han ido corriendo los años los Estados han ido perdiendo de facto su autonomía nacional. No la han cedido, ni ningún organismo internacional se la arrebatado. La globalización ha acabado con las fronteras y también con la soberanía de la mayoría de los países. La UE nació como un acto voluntario, pero actualmente es algo necesario y forzado por las circunstancias.
(*) Ex-funcionario de la Unión Europea
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