Los medios que fracasaron en todas las previsiones sobre las
elecciones del pasado 8 de Noviembre, siguen expectantes y
desconcertados los primeros movimientos del presidente electo Donal
Trump, para adivinar cuáles son sus planes inmediatos antes de su toma
de posesión el próximo 20 de Enero, y para averiguar qué tipo de
rectificaciones va a poner en marcha para tranquilizar a una opinión
pública, cada vez más preocupada por el clima de enfrentamiento que se
nota en las manifestaciones en las calles, especialmente en la Costa
Oeste, y en el ambiente de miedo en las minorías que se enfrentan, sobre
todo, con el problema de explicarle a sus hijos que no serán
deportados, ni sufrirán prisión por no tener los papeles en regla. Las
declaraciones de esos hijos, reproducidas por algunos medios, resultan
aterradoras y de unos efectos psicológicos familiares devastadores. Y
sobre todo la creencia que, de hecho, ya ha comenzado lo que es la era
Trump y con ella, un cambio de época
Pendientes de los futuros nombramientos que se están produciendo con
cuentagotas y en los que están interviniendo, incluso sus tres hijos y
su yerno, en lo que parece una “Presidencia familiar”, y que pueden dar
pistas sobre su futura política, que muchos esperan que se atempere con
respecto al extremismo de la campaña electoral. La mayoría de los medios
siguen reflexionando sobre cómo se ha producido el terremoto Trump, y
qué efectos va a tener sobre la vida norteamericana y sobre el resto del
planeta, tanto desde el punto de vista económico con la defensa a
ultranza del proteccionismo, como en el político con esa supuesta
internacional populista inspirada por Washington, y por el propio Trump y
su entorno.
En principio los dos primeros nombramientos han significado una de
cal y otra de arena. La de cal, una concesión a la coherencia, es el
acceso a Jefe de Gabinete, una especie de primer ministro, de Reince
Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano, uno de los pocos
dirigentes del partido que le han apoyado en la campaña. La de arena,
una provocación, es el nombramiento del ultraderechista, defensor de la
supremacías de la raza blanca, antisemita, y agitador político Stephen
Bannon como jefe de estrategia de la Casa Blanca, en pago a su labor
como jefe de campaña, capaz de dar sentido y mensaje político a las
desgarbadas e improvisadas propuestas del candidato republicano, que se
ha convertido en Presidente.
Este último nombramiento puede dar a entender que el Presidente que
todos esperan no será muy diferente al candidato. Es la tesis que
desarrolla Financial Times. Según el periódico británico de la City
londinense, la opinión optimista es que el candidato mezquino y
provocador de musulmanes se transformará una vez dentro de la Casa
Blanca. En esta fase ese cambio parece improbable. Puede que su
temperamento no se lo permita. También puede alegar, con razón, que
sus tácticas, aunque indignantes, le ganaron la Presidencia. Puede que
Trump, sin embargo, piense que su victoria le concede una segunda
oportunidad. Tiene que elegir un equipo con el que llevar a cabo su
programa”. El mundo estará observando con inquietud los primeros
movimientos de Trump. Lo mismo harán los mercados financieros. Se trata
de un momento de gran peligro. La victoria de Trump, que llega después
del referéndum del Brexit en Reino Unido, parece otro grave golpe al
orden liberal internacional. Trump tiene que decidir, por sus acciones y
palabras, si pretende contribuir a la gran destrucción, con un coste
incalculable”.
The Guardian se refiere al “Terremoto Trump” y vaticina que si cumple con sus compromisos de campaña, “que son muchos y osados”, la victoria de Trump anuncia la más impresionante revocación de la ortodoxia económica y política desde el New Deal de los años treinta, pero con la intención y el efecto contrarios. “Detiene la debilitada narrativa progresista acerca de una América moderna y el avance del mundo del siglo XXI, y señala una ruptura sísmica en el orden internacional liberal en los ámbitos económico y político, dominado por los EE UU, que parecía haber dirigido el siglo XXI después de la caída del comunismo y el crecimiento económico de China”.
Todo un cambio de época que significa que el mundo tal y como lo
conocíamos ya no existe. Hay que reconocérselo a Trump, subraya The New York Times,
uno de los pocos periódicos que ha hecho autocrítica por no prever todo
lo que significaba el fenómeno Trump que “tuvo una única intuición
formidable: que la rabia americana y la incertidumbre, ante el
inexorable avance de la globalización y la tecnología, había
alcanzado tal intensidad que los votantes estaban preparados para la
subversión a cualquier precio”. Y todo eso con un mensaje concreto:
Basta de élites; basta de expertos; basta del statu quo; basta de lo
políticamente correcto; basta de intelectualidad progresista y los
adalides culturales con su lugar privilegiado en los medios; basta de
los magos financieros que provocaron el colapso de 2008, el
estancamiento en cuanto a ingresos y la desaparición de puestos de
trabajo deslocalizados.
Trump prometió el miércoles después de su triunfo “suturar las
heridas de la división”. “Juro ante todos los ciudadanos de nuestra
tierra que seré el presidente de todos los americanos” dijo Trump.
Esperamos – editorializa The Washington Post - que lo diga en
serio; no solamente es bueno para el país, sino también para sus
intereses políticos, dados los cambios demográficos que se están
produciendo en Estados Unidos, algo que quizás Trump pueda frenar pero
no revertir. Su sinceridad se medirá por la diversidad de sus reuniones
y todavía más por sus palabras y políticas. ¿Podrá dejar de
calumniar, por ejemplo, a toda una religión y juzgar a cada persona,
incluyendo a los musulmanes, de forma individual? ¿Cumplirá su promesa
de abrir las puertas a un gran número de inmigrantes legales? “Podemos
tener esperanza, como se suele decir, pero al mismo tiempo no debemos
esperar de brazos cruzados para averiguar si dichas esperanzas se
cumplen”.
En fin The Economist cree que la “era Trump” supone una amenaza
para las viejas certezas sobre Estados Unidos y su papel en el mundo,
porque Estados Unidos ha votado, no tanto por un cambio de partido, como
por un cambio de régimen. Trump llegó a la Presidencia cabalgado
sobre una ola de rabia popular, impulsada en parte por el hecho de que
los estadounidenses de a pie no han participado de la prosperidad del
país. Pero, además los mercados abiertos y la democracia liberal
clásica que defendemos, y que pareció consolidarse en 1989, han sido
rechazados por el electorado, primero en Reino Unido y ahora en Estados
Unidos y, Francia, Italia y otros países europeos podrían seguir ese
camino. Ha quedado claro que el apoyo popular al orden occidental
dependía del crecimiento económico. En los últimos tiempos, las
democracias occidentales no han hecho lo suficiente para que los
beneficios de la prosperidad lleguen a todos. Los políticos y expertos
dieron por sentado el consentimiento de los desilusionados.
(*) Periodista y economista
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