Quien haya recorrido, a pie o en bicicleta, el triángulo formado por
el Parque Regional de las Salinas de San Pedro del Pinatar, la playa de
la Llana y las charcas de lodos de Lo Pagán estará de acuerdo conmigo en
que es un paseo de excepcional belleza por un paraje natural único.
Estoy convencido de que respondería afirmativamente cualquiera de mis
amigos de fuera de la Región si, ‘in situ’, le preguntara si apoyaría
una pasarela, medioambientalmente aceptable, que comunicara esa ruta con
la zona norte de La Manga.
Pero seguro que la opinión sería diferente,
si antes o después, le informase de que científicos de la UMU, por
encargo de la Consejería de Fomento, concluyeron que cualquiera de las
alternativas posibles produciría daños a un frágil ecosistema que está
ya bastante degradado.
No encuentro nada reprochable, al contrario, en que el Gobierno
regional busque potenciar La Manga y el Mar Menor como destino
turístico, siempre que no sea a costa de dañar la laguna, su principal
valor y atractivo. Como no cabe suponer que esa sea la intención del
Ejecutivo no termino de entender, como muchos ciudadanos, su tozudo
empeño en un proyecto como la pasarela de Veneziola a la Llana, más aún
en las actuales circunstancias.
Buscando la cuadratura del círculo
(preservar la laguna salada e impulsar las infraestructuras turísticas
al mismo ritmo), el Ejecutivo regional se ha metido en su propia
encañizada de la que no sabe salir. Quizá ha olvidado, o no quiere
asumir, que no existe ninguna estrategia de conservación de la
biodiversidad en ningún espacio natural relevante del mundo que incluya
nuevas infraestructuras que acentúen el riesgo de masificación
turística. El Ejecutivo debe armonizar múltiples intereses, pero no
puede olvidar cuál es hoy la prioridad y la principal amenaza.
La
consulta realizada este verano a los bañistas de las playas de La Manga
incumple directamente el Convenio de Aarhus, ratificado por España y que
fija los criterios sobre el acceso a la información, participación
pública en la toma de decisiones y acceso a la Justicia en materia de
medio ambiente. Después de acertadamente crear un comité científico
independiente y multidisciplinar que estudie en profundidad la situación
del Mar Menor, el Gobierno rozó el género bufo con un sondeo en base a
un escueto papelito repartido en las playas y en un portal de
participación donde la multiplicidad del voto no está técnicamente
imposibilitada.
Si como dice la Consejería el encargo a la UMU sobre la
pasarela fue exclusivamente un dictamen genérico, la pregunta es por qué
se malgasta el dinero de todos. El colofón fue la afirmación de que no
se hará la pasarela sin el aval de una declaración de impacto ambiental,
toda una obviedad hablando de un enclave natural protegido con muchas
figuras jurídicas. Todas las opiniones de la ciudadanía merecen ser
escuchadas, pero a diferencia de lo que ocurre con los votos, no todas
tienen el mismo valor.
La mía, por ejemplo, no puede equipararse a la de
cualquier científico implicado en el estudio del Mar Menor porque su
nivel de conocimiento e información es muy superior. Si alegremente y
sin ningún rigor se utilizan las consultas populares para legitimar
decisiones políticas previas nos encontraremos ante un ardid inaceptable
que puede dar al traste con ese esfuerzo colectivo por mejorar la
participación ciudadana en los asuntos públicos.
Frente a los anteriores del mismo signo, este Gobierno regional
ha dado pasos en materia de transparencia y participación que, siendo
tímidos, suponen un avance positivo. Pero la ejecución de sus decisiones
estratégicas no siempre están acompañadas de la eficacia y seriedad que
se precisan para avanzar en los estándares del buen gobierno.
Con
demasiada frecuencia, la potente estrategia de comunicación que
despliega resulta inútil porque no puede enmascarar una evidente falta
de coordinación en la toma de decisiones de las distintas Consejerías en
temas donde convergen sus competencias, como es el caso del Mar Menor.
Esto es lo que ocurre cuando todo el peso político se sustenta en la
figura del presidente y el juego consiste básicamente en centrar balones
templados al área para que los remate el delantero centro. Si la
estrategia no está clara, no todos corren con igual intensidad o
entienden el juego en equipo a su manera, llega el barullo y los goles
en propia meta.
(*) Periodista y director de La Verdad
http://blogs.laverdad.es/primeraplana/2016/10/09/el-gobierno-en-su-encanizada/
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