Es el destino de España. Mejor dicho, el
de las dos Españas. Una de ellas, la tradicionalista, nacionalcatólica,
autoritaria y caciquil se impone siempre a la otra, progresista,
liberal, de izquierda. Normalmente a la fuerza, pero también por
sumisión de esta que comparte muchos principios con aquella y no ha
sido capaz nunca de proponer una idea, un proyecto propio, autónomo, de
España para contraponerlo al otro, al de Trento. Su tono habitual es ese
balido resignado del presidente de la Gestojunta que se ha hecho con el
poder en el PSOE.
"No hay una alternativa de izquierdas"
solloza este político socialista. Ni siquiera la ha buscado. Es el
derrotismo y la claudicación de una izquierda servil que hunde sus
raíces en la historia. Recuérdese que los serviles son coetáneos
de los liberales en las Cortes de Cadiz y, después de estas, impusieron
la claudicación durante todo el sigo XIX con escasas y breves y agitadas
interrupciones: el trienio liberal, la ambigua Constitución de 1837, la
Gloriosa y párese de contar. Del siglo XX, mejor no decir nada.
No
caigamos en la tentación de atribuir la pusilanimidad de la izquiera a
la idiosincrasia española. Quizá tenga que ver su carácter de clase. No
es servil por ser española, sino por ser una izquierda burguesa. Lo
mismo pasaba en Alemania por aquellos años. Reunidos en la iglesia de
San Pablo, en Frankfurt, 1848, los revolucionarios liberales alemanes
salieron en 1849 con una Constitución liberal del Imperio alemán. Muy
ufanos fueron luego a pedir al Rey de Prusia que la aceptara, contando
con comprarlo con el cargo de Emperador pero este los mandó de vuelta
por do habían venido. También allí había liberales y serviles.
Sin embargo, tampoco puede el servilismo atribuirse a la clase burguesa sin más. El marxismo de copypaste
no funciona. Burgueses eran los revolucionarios ingleses del siglo XVII
y burgueses los franceses del XVIII y ambos, en lugar de someterse al
monarca, le cortaron lindamente la cabeza. Burgueses eran los colonos
norteamericanos que también en el XVIII se rebelaron contra el Rey Jorge
III y no se sometieron, declarándose independientes. Toda comparación
es odiosa.
Mientras
se encuentra una explicación al servilismo de la izquierda española,
podemos detectar su última y más lamentable manifestación. Entre las
falacias y sofismas que el señor Fernández reparte generosamente por
todos los medios, todos curiosamente a su servicio, hay una muy
llamativa: "quede claro que El PSOE no se plantea en ningún caso
una alianza con el PP, pero claro que hay asuntos de Estado en los que
siempre estaremos con el Gobierno". ¡Asuntos de Estado! Ese es
el conjuro, el abracadabra que pone al PSOE al servicio de la derecha,
con la íntima satisfacción de todo servil, que va de patriota.
A la
jaculatoria en boca de Rubalcaba en 2013. No es extraño que el ABC le
dedicara la portada. Y debió de faltarle el canto de un euro para
declararlo "español del año", como hiciera con Pujol. Esa declaración de
Rubalcaba consagra la involución del PSOE para convertirse en un
partido dinástico, aclara por qué no hubo oposición en la Xª legislatura
y explica el hundimiento del PSOE a partir de entonces. Y también
explica más cosas. Por ejemplo el reciente golpe de mano en el partido.
Lo anunciaba Rubalcaba, incorporado al Consejo editorial de El País y lo suelta este Fernández en su afán por justificarse: tema de Estado, asunto de Estado.
¿Qué
Estado? Muy sencillo y para entendernos, el que le cabía a Fraga en la
cabeza, según desafortunada expresión de Felipe González. Y ¿qué Estado
podía caber en la cabeza de Fraga? Este, heredero del de Franco, con su
Rey, sus ideólogos, sus jueces, sus policías, sus militares, sus curas,
sus falangistas, sus banqueros, sus latifundistas, sus empresarios y sus
caciques. Este, el de España una, grande y libre. Una y solo una, que
celebra su alegre diversidad de tierras y gentes. Pero siempre dentro de
un orden, sin pasar del "sano regionalismo" (Fraga).
Ante ese orden y
ese Estado inclina servil la cerviz la izquierda porque ha sido incapaz
de forjar otro distinto, democrático, libre, plurinacional. ¿Qué Estado?
El de siempre, el enorme e inútil armatoste español patrimonializado
por la derecha; el sistema de corrupción y sinecuras en que hacen sus
carreras los señoritos de la oligarquía y sus mesnadas de obedientes
servidores. Si la izquierda es lo suficicientemente mansa de vez en
cuando se le deja administrarlo para que parezca alternancia. Pero sin
tocar los resortes del verdadero poder. Se permite a los de izquierdas
codearse con los de siempre -con las puertas giratorias, las blacks y
otras prebendas- pero no que sean alguien en verdad. Llegado el momento
decisivo, se les exige obediencia ciega, servilismo. Y eso lo bordan.
Cataluña
es hoy la cuestión, el asunto de Estado. Y, no sabiendo por dónde
acometerlo, el PSOE claudica y se echa en manos de la derecha para que
sea ella quien haga frente a la insurgencia cívica catalana. Que lo hará
-ya está haciéndolo- según su espíritu y maneras, mediante la
represión, la coacción, los tribunales, lo que haga falta. Y no bastará
con que la izquierda socialista vaya voluntariamente uncida el carro de
guerra del PP sino que tendrá que dar su apoyo explícito a lo que haga
porque, ya se sabe, en "asuntos de Estado", el PSOE es uña y carne del
gobierno.
Lo
tienen apalabrado hace meses. Dice Fernández que se escuchará a la
militancia en la que es mayoritario el NO es NO, pero que la decisión
sobre la abstención corresponde al CF. O sea, a él, a Susana Díaz y a
Felipe González. Y han de tomarla a toda velocidad porque crece la
contestación en las bases como cuando ruge la marabunta. Y lo que podía
pasar a estos conjurados de opereta es que se impusieran unas primarias y
saliera reelegido Sánchez.
Añade en otro lugar el locuaz señor Fernández que la concepción frentista de la política es condenable. Pero él está trabajando para formar un frente nacional
con la derecha. No hay inconveniente en creerle cuando dice que la
abstención no impedirá una decidida labor de oposición del PSOE. Bueno,
no hay más inconveniente que la experiencia de que el PSOE lleve cinco
años sin hacer oposición. Démosle, no obstante, un voto de confianza y
creamos que se opondrá a los presupuestos y a la ley tal y la norma cual
y esto y lo otro. Pero en los asuntos de fondo, de Estado, irá
de la mano con el gobierno. Y el asunto de Estado es Cataluña. Cuando la
petición de suplicatorio para procesar a Carme Forcadell a instancias
del TC llegue al Parlament, ¿qué votará el PSC?
Esa
condición servil del liberalismo y el socialismo democrático se ve
confrontada por primera vez por una especie de rebelión de la
militancia. Esta, probablemente, se entristece al avistar el callejón
sin salida a que han llevado los conjurados al socialismo español, se
indigna al ver cómo en su nombre se amnistía al gobierno y el partido
más corruptos de la democracia y se enfurece con los desprecios de
Podemos y las bravatas de Iglesias que ya da al PSOE por difunto. Y lo
estará, si las bases no lo resucitan.
El
desconcierto de la izquierda, con todo, no acabará aunque el PSOE
desaparezca por el sumidero de la historia. No hay nada ni nadie con qué
sustituirlo. Se han cargado un partido centenario para nada.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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