La rebelión democrática de las bases del
PSOE avanza. Ayer, Palinuro daba cuenta de algunas iniciativas de
recogida de firmas para pedir congreso extraordinario y primarias y
rechazar la abstención. Inadvertidamente se dejó en el disco duro (que
es el tintero de hoy) la del alcalde de Valladolid, Óscar Puente, un
hombre con arrestos que dice tener ya 65.000 firmas. Igualmente, José
Antonio Rodríguez, alcalde de Jun cuenta con dos tercios de las firmas
necesarias según estatutos.
Ignoro si los cálculos de ambos incorporan
los del otro. Pero, en todo caso, sumadas estas a las demás iniciativas
en Change.org, es imposible que la opción abstencionista se
imponga sin más por fiat del CF, en abierta oposición al sentir de la
mayoría de la militancia estimada por los sondeos en dos tercios del
total. Para evidenciar esa situación, las distintas iniciativas deben
unirse y realizar un acto público de presentación, mostrarse a los
medios.
Hasta
el 1º de octubre el PSOE era la última esperanza de los partidarios del
NO es NO. A partir de esa fecha, la esperanza se traslada a la
militancia. Esta, sorprendida en su buena fe por la celeridad del blitz
de los conjurados, ha tardado poco en reaccionar de forma espontánea,
en núcleos dispersos, luchando en entornos hostiles (una de las
promotoras ha sufrido amenazas de muerte en Twitter), con el silencio de
los medios de comunicación.
Y ha emergido como un movimiento de
resistencia genuino a lo que cada vez se perfila más como un golpe de
mano de una oligarquía. Ahora solo les resta unificar esfuerzos,
mostrarse a la opinión y hacer sus propuestas: no a la abstención,
primarias y congreso extraordinario y, si ha de haber terceras
elecciones, que así sea. Es decir, el programa que los conjurados
frustraron descabezando al partido para imponer a su cuerpo una idea
distinta de la que anidaba en la cabeza que rodó. Y he aquí que el
cuerpo reacciona a través de los militantes y de los alcaldes, el venero
de las libertades en España. Va a ser difícil a los caciques frenar ese
movimiento.
Sobre
todo con los argumentos que el presidente de la Gestora va desgranando
por los medios. Es más articulado que Rajoy, cierto, pero el fondo se
parece mucho. Dice el señor Fernández que se siente más comprendido "por
los de fuera que por los de dentro". Los "de fuera" lo comprenden
porque dice lo que quieren oír y por eso no lo comprenden los "de
dentro". Un plato es un plato y un vaso es un vaso. O por ahí se anda. O
esta otra: "abstenerse no significa apoyar". Y pisar descalzo un
alacrán no significa que te pique. Pero lo más seguro es no pisarlo.
En
fin, el argumento más poderoso es el terror ante unas nuevas elecciones
que los abstencionistas dan por perdidas de modo catastrófico con una
casi segura mayoría absoluta de la derecha. Pero ese es un argumento a
futuro y tiene tanto valor como su contrario, que el PSOE gane las
elecciones, sobre todo si lo procura restituyendo a Pedro Sánchez en su
puesto, aureolado ahora con la gloria del resistente y el PP sigue cada
vez más enfangado en esa crónica de tribunales que pone los pelos de
punta ante la calaña de la gente que nos gobierna.
La
militancia socialista es la última reserva de la dignidad de quienes no
quieren ser gobernados por un partido que es una presunta organización
para delinquir. Y no para salir a los mares a ejercer la piratería y
traer tesoros a casa, sino para someter a los ciudadanos a exacciones
injustas y privarlos hasta de los medios de subsistencia. De triunfar su
empeño, esa militancia devolverá al PSOE su vitola de izquierda, de
socialdemocracia y sería un peligro para la consolidación de Podemos que
siempre ha procurado la destrucción de aquel.
La
militancia quedará exonerada de la alevosía con que actúa esa gestora
de tan problemática legitimidad. Nadie podrá acusarla de haber asistido
impávida al fin de un antiguo partido. Pero lo mejor para todos,
incluidos los conjurados, es que eso no suceda y la militancia
movilizada logre sus objetivos aquí y ahora.
NO es NO.
El desfile de la discordia
Con motivo del 12 de octubre, día
nacional por ley de siete de octubre de 1987, o sea, ayer, las
autoridades españolas montaron el habitual espectáculo de nostalgias
imperiales y afirmación patriótica. Como siempre que salen los símbolos a
relucir, hay bronca de todo tipo. Se hace el 12 de octubre, día del
Pilar y "encuentro" de América. Pero de América no se habla porque los
ecos de genocidio que llegan del otro lado saben a cicuta. Se habla, sí
de la nación española, cuya fiesta tiene 20 años de tradición. Veinte
años para una nación que dice originarse hace 2.000 o, por lo bajo, 500
suena raro.
Parece
mentira pero este lío lo había organizado mejor Franco que es de quien,
en realidad, se ha heredado esta fórmula sincrética del 12 de octubre nacional.
Franco lo había dividido en dos: el día de la Hispanidad, el 12 de
octubre y el día de la Victoria, el 18 de julio, que es el equivalente
al nacional por entonces porque la Victoria había reconquistado la
nación. Y se celebraba con un desfile militar, como correspondía a una
dictadura que se había originado en una victoria en la guerra y se
mantenía gracias al ejército.
A su vez, Franco, había heredado el 12 de
octubre como "día de la Raza", cual sigue celebrándose en varios países
americanos. Así había rebautizado Alfonso XIII el día de la Hispanidad.
Ya se sabe que los términos "raza" e "Hispanidad" han tenido
significados distintos. Pero eso es indiferente. Lo curioso es que nunca
había habido "día nacional", igual que no hubo hasta muy recientemente,
monumento al soldado desconocido y me parece recordar, sin estar
seguro, de que la hoy existente se reduce al soldado desconocido de las
guerras del África.
La
identificación del 12 de octubre con la nación española es
bienintencionada. Corresponde al ánimo de aquellos "jóvenes
nacionalistas", como llamaba la prensa gringa a los socialistas en los
años ochenta. Los mismos que, dando muestras de su progresismo,
instituyeron el día del debate parlamentario sobre el estado de la Nación,
una mezcla explosiva en estos pagos. La nación es, claro, la española
lo cual explica la habitual ausencia de catalanes, vascos y
nacionalistas gallegos, que no vienen a bailar al son del pandero
hispano. Se consideran naciones a sí mismas.
En sus territorios se
conoce este debate como debate de política general. Pues la
nación española les niega el carácter nacional, ellas se lo niegan a su
vez a la española. Y la discordia no solo es inter-naciones sino tambien
intra-nación. Pablo Iglesias, el único dirigente que ha tenido el
arrojo de no asistir a este coñazo de desfile (apud Rajoy), cuestiona no la nación española sino su forma de entenderla de raíz.
Como se ve, el asunto es el habitual embrollo de esa cuestión esencial del ser de España,
asunto que envenena la vida pública española. Por lo demás, que se
celebre con el anacronismo de un desfile militar que ya no se sabe a qué
gesta se refiere y que ese espectáculo cueste casi un millón de euros en un
país con un salario mínimo de 655,20 euros tiñe todo el asunto con el
resplandor de los fuegos fatuos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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