Recuérdese la famosa anécdota del Duque
de la Rochefoucauld y Luis XVI, un telediario antes de la toma de la
Bastilla: "¿Qué ocurre? ¿Es una revuelta?" "No, Sire, c'est une
révolution". Cambien tiempo y lugar: "¿Qué ocurre?¿Es una algarabía"
"No, Presidente, es una revolución". Pues sí, es la revolución catalana.
La derecha no se ha enterado o no ha querido enterarse y, lo más
curioso, la izquierda, tampoco. Y, ya curiosísimo, la verdadera izquierda, tampoco y eso que el término todavía ocupa algún remoto lugar de su imaginario.
Nadie
ha querido hacer caso de la abrumadora sucesión de síntomas en los
útimos años. Las señales de la tormenta aproximándose. Nadie. Los
analistas, los comentaristas y tertulianos, los medios, todos mudos. O
peor que mudos, desinformando. No solo por vicio sino también por
ignorancia. Llevan años aplicando al movimiento independentista
categorías de la apacible época autonómica, cuando un nacionalista
catalán podía ser español del año.
Es
claro, razonan los cerebros de la izquierda, no está pasando lo que
está pasando. Las revoluciones tienen unas pautas, necesitan un partido
de vanguardia; no pueden ser obra de una alianza transversal de
políticos de todo credo y movimientos sociales; no pueden ser movidas de
los ricos contra los pobres; el nacionalismo y la revolución son agua y
aceite. No, no está en el cuadro de las revoluciones. No es una
revolución.
Entonces, ¿qué es?
El
primer proyecto de ley de desconexión corta el nudo gordiano de la
transición al estilo alejandrino. Es más, inaugura la segunda parte de
la transición. No digo la segunda ni otra transición porque son determinaciones sobadas por los políticos y despojadas de todo sentido.
La
Transición, IIª parte o segundo acto. El Parlament pretende declarar la
nulidad en Cataluña de todos los procedimientos penales del franquismo,
los consejos de guerra, los sumarísimos. Eso es algo que debía haberse
hecho en toda España al día siguiente de la muerte del dictador. Nulas
todas las actuaciones judiciales penales del franquismo. Y no solo las
militares sino también las civiles de la jurisdicción especial de Orden
Público.
En realidad, ese día tendría que haberse declarado la nulidad del franquismo erga omnes.
Nada de lo actuado en aquellos años era legítimo y, por tanto, no podía
ser base de la legalidad democrática. Todo nulo, desde la abolición del
Estatuto Catalán hasta la designación de Juan Carlos como sucesor de
Franco "a título de Rey".
Y
ahí está el nudo de la cuestión. No andaba el horno para bollos. Los
militares controlaban la escena. El mundo se inhibía. La oposición,
fragmentada y todavía muy asustada. Así que se transigió y se edificó un
régimen constitucional sobre decenas de miles de asesinados y
enterrados en fosas anónimas en las cunetas de toda España. Durante el
largo mandato de Felipe González no se intentó siquiera abordar la
cuestión de la justicia a las víctimas de la guerra, la postguerra y una
larga dictadura que murió matando. Esto solamente se enmendó con la ley
popularmente conocida como Ley de la Memoria Histórica, correspondiente
al mandato de Zapatero. Y justamente, este gobierno se asustó ante las
consecuencias de una declaración de nulidad erga omnes y dejó las
reparaciones reducidas a los procesos penales y los asesinatos
extrajudiciales y, además, restringió su alcance al orden puramente
moral y simbólico. Nada de reesarcimiento material. Los gobiernos de
Zapatero, que mostraron cierta osadía al comienzo se revelaron luego
pusilánimes: la Ley de la Memoria Histórica rebajada, la reforma del
derecho de propiedad intelectual y la de relaciones entre la Iglesia y
el Estado, abandonadas en los cajones de La Moncloa.
La
decisión del Parlament es una bomba de (muy escaso) tiempo. De
adoptarse, supongo, provocará el habitual recurso del gobierno al
Tribunal Constitucional que, a su vez, hará lo que acostumbra: suspender
y/o prohibir. Hasta aquí hemos llegado en otras ocasiones en esta
crisis constitucional; pero de aquí no hemos pasado. Al aquilatar el
efecto de los pronuncimaientos del Constitucional conviene recordar que
la Generalitat no le reconoce autoridad mientras que ella misma, como
órgano, deriva la suya del Estatuto de Nùria, al que considera en vigor
porque su derogación por la dictadura fue ilegal.
La
controversia es muy interesante y pilla a la izquierda española con el
paso cambiado, en cueros. Nadie en la izquierda puede oponerse a la
anulación de la Causa General y aledaños a través de otra Causa General
de condena de la Dictadura y anulación de sus actos. Pero, la aceptación
y hasta el apoyo de la reclamación pone a las izquierdas españolas en
coalición con el independentismo. Y el asunto se complicaría
extraordidnariamente si hubiera que votar en el Congreso a favor o en
contra de la propuesta catalana, teniendo en cuenta la mayoría de la
izquierda.
Era una revolución y no han sabido verla.
Los
candidatos, en el fondo, no quieren ser presidentes por no tragarse el
marrón de Cataluña. Y no haya duda de que será un marrón. Pongo un
ejemplo inmediato: ¿cómo va a explicar en los medios y las cancillerías
extranjeras el ministro de Exteriores, García Margallo, más conocido
como Gibraltar español, que el Parlamento catalán anula ahora las
actuaciones judiciales de la dictadura? Espero que no lleve a la
lumbrera de Interior, diciendo eso tan agudo y original de que hay que
mirar hacia delante y no hacia atrás. A ver cómo explican todos que en
España no se haya condenado el franquismo a los 41 años de la muerte del
dictador y se siga tolerando su iconografía y subvencionando con fondos
públicos una fundación que lleva su nombre y se dedica a ensalzar su
memoria.
Terceras elecciones
Si los barones no existieran, hipótesis
descabellada, habría que inventarlos. Aunque parezca mentira, ese amago
de sublevación de las taifas socialistas viene muy bien a Sánchez.
Refuerza su posición negociadora frente a Podemos. Él bien quisiera
reconocer la esclarecida guía de los portavoces de la gente y
aplicar las medidas salvíficas que se le aconsejen. Pero, por desgracia,
tiene al partido levantisco y ha de respetar unos límites. Si la otra
parte, la verdadera izquierda quiere negociar de verdad, con
ánimo de concluir algo, tendrá que limar sus formas y moderar o aguar
sus propuestas. Respecto a la posibilidad de algún acuerdo con los
indepes catalanes, por ejemplo, su abstención, es aun más lejana. Los
barones no quieren ni oler el independentismo.
A
su vez, los indepes catalanes tienen escaso margen de maniobra. La
exigencia de un referéndum es innegociable. Las posiciones no pueden
acercarse más. Cabe discutir si el "no" al referéndum es una actitud
justa o no. Pero es la que hay. Los barones aducen que, además, atrae el
voto de los españoles de izquierda contrarios a la autodeterminación
catalana. Puede que no sea cierto y que, haciendo la debida pedagogía,
el electorado español se mostrara más tolerante con ese derecho. Pero no
hay tiempo para comprobarlo y el PSOE prefiere no dar esa baza a su
gran adversario, el PP que acusaría al otro de romper España, o sea, de
lo que él hace.
Con
eso, la posible alianza queda reducida a PSOE-Podemos, con el rotundo
anatema de C's y la oposición de los barones socialistas. En esta
situación los de Podemos, como siempre, dicen una cosa y hacen la
contraria. Dicen querer una alianza con el PSOE, pero lo maltratan
sistemáticamente de palabra y obra, con una arrogancia absurda, dada la
situación en que se encuentran. Bajo ningún concepto quieren terceras
elecciones, a la vista del pobre resultado de las segundas que ellos
provocaron. Pero los hados los llevan a hacer todo lo posible para que
sean inevitables. A estas alturas puede ser ya materialmente imposible
que Sánchez convenza a los barones de que Podemos es de fiar; tampoco a
una buena parte de la militancia. La gallardía del NO es NO de Sánchez
le ha valido el apoyo activo en masa de los militantes que, de pronto,
han encontrado una razón para movilizarse. Pero que lo apoyen no quiere
decir que aprueben una alianza con un partido que no es de fiar, pues su
objetivo final es acabar con el PSOE. Los militantes apoyan en el NO es
NO de Sánchez y no temen a unas terceras elecciones.
La
prensa se extiende en los dimes y diretes de las cuestiones internas
del PSOE, Comité federal, Congreso, primarias. Todo importante, sin
duda, para los militantes, pero solo para ellos. El PSOE, como partido,
ocupa la centralidad política que los otros ansían y no consiguen. Sobre
él, la responsabilidad de adoptar la mejor decisión para los intereses
generales, al lado de un gobierno que no gobierna y una oposición que no
sabe si oponerse al gobierno o a la otra oposición. Los barones parecen
ya resignados a la opción de las terceras elecciones. De ser esa la
vía, Sánchez se encontraría un partido de nuevo unido.
Terceras
elecciones es la única opción abierta a Rajoy para ser investido. No
tiene otra. Sánchez tiene aún abierta la de la negociación y, si esta
fracasa, las terceras elecciones serán también su última opción. Pero
con una diferencia crucial a la hora de articular la campaña electoral:
que él ha hecho todo lo posible por evitarlas mientras que Rajoy no ha
movido un dedo. Sobre los dos partidos emergentes es poco lo que hay que
decir que no se haya dicho ya.
La voz del mayoral
El País ambicionó siempre el
estatus de "intelectual orgánico" del sistema de la III Restauración
borbónica. Porque ha habido tres: la de Fernando VII, El Deseado, la de Alfonso XII, triste de ti
y la de Juan Carlos I. Hemos tenido dos fugaces repúblicas y tres
interminables restauraciones. El abanderado, el confaloniero de la
última, el intérprete de sus designios, el urdidor de su supervivencia,
el gran guía de esta transición inacabable es este periódico. Capataz
diligente de los designios de la oligarquía española, sector
liberal-progresista, El País se enorgullece de seguir las órdenes
del amo del cortijo con una mezcla de gracejo servil de mayoral antiguo
y aparente eficacia de librecambismo neoliberal.
El editorial de hoy, La deriva de Sánchez,
es una pieza a degüello contra el secretario general del PSOE por no
doblegarse a los intereses de los que mandan en la empresa y en la
banca, los que dictan los contenidos del diario. Este trabajo de
matarife lo bordaba antaño Juan Luis Cebrián, acostumbrado a tumbar
gobiernos con sus insufribles cuanto pedantes soflamas. Pero ya ha
cansado a la audiencia. Ahora entran en la batalla las baterías
institucionales. El editorial podría venir directamente de La Moncloa, o
ser un producto del mismo Cebrián. Incluso puede serlo de Rubalcaba,
recientemente incorporado al consejo editorial del periódico, un lugar
muy cómodo desde el que disparar contra su propio partido sin que se
note mucho.
De
todos los editoriales inicuos y repugnantes que ha publicado el medio,
este se lleva la palma. En sus líneas reverbera el orgullo y el
desprecio de la España integrista (la que ganó la guerra, como acaba de
recordar el psicópata de Interior) con la arrogancia de los sedicentes
progresistas y liberales de la "otra España", siempre dispuestos a
claudicar ante la derecha nacionalcatólica más cerril. Respira
agresividad y hasta odio hacia un solo hombre, Sánchez, que ha tenido el
arrojo de plantar cara al conformismo, a la resignación, a la
claudicación ante la chulería de una derecha que, como puede verse, está
dispuesta a todo para no salir del poder. Está literalmente fuera de sí
pues no consigue trasladar sobre las espaldas del socialista la culpa
de un bloqueo que recae exclusivamente sobre el presidente de los
sobresueldos, obstinado en no cambiar la poltrona del poder por el
posible banquillo de los acusados.
Acusa
el editorial a Sánchez de irresponsable por anteponer su interés
personal al general de España. Justo lo que hace Rajoy con todo descaro.
Pero eso ni se menciona. Rajoy tiene derecho a bloquear; Sánchez, no.
¿Por qué? Porque El País es el periódico de Rajoy, el mayoral
porcino de la piara. ¿Y qué decir de eso del "interés general de
España"? Resulta que este interés manda que gobiernen los mismos que han
robado a mansalva, destrozado y arruinado el país y lo han hundido en
el descrédito internacional más profundo. Manda asimismo que se condone
la corrupción sistemática de un partido cinco veces imputado en procesos
penales y abarrotado de ladrones, sinvergüenzas, comisionistas,
dafraudadores y delincuentes organizados. Manda también que se les
garanticen otros cuatro años de arbitrariedades, enchufes,
malversaciones y despilfarros.
El
"interés general" de España manda que siga en el poder un gobierno de
franquistas cuya finalidad es revertir los escasos avances democráticos
conseguidos hasta la fecha. Manda involucionar, desmantelar el Estado
del bienestar a base de esquilmar el erario y lo que quede, dejárselo a
la beneficencia privada. Manda esclavizar a los trabajadores, estafar a
los contribuyentes, expoliar a los pensionistas, desamparar a los
dependientes, expulsar a los jóvenes, someter a las mujeres, rechazar a
los refugiados e inmigrantes, entre otras formas de injusticia.
Sánchez
resiste apoyado por las bases, la militancia y los votantes, elementos
que han resultado ser más eficaces de lo que los señoritos del capital
calibraban porque contra ellos no se han impuesto los chantajes de la
derecha. Tampoco la hipocresía de la "verdadera" izquierda (esa que dice
que no quiere ser encasillada en el PSOE o el PCE pero lleva al PCE en
sus listas electorales), ni los bancos, ni la Iglesia, ni los
socialistas submarinos del PP, ni todos los medios, tertulianos y demás
patulea. Algo en verdad milagroso porque el secretario general solo
cuenta con ese respaldo. No tiene la abundancia de medios de que
disponen los demás, sobre todo el PP y Podemos, con sus canales de
televisión y medios digitales a tope de "auténticos creyentes".
Sánchez
no tiene más que la confianza de la gente (cosa de la que los otros
tres carecen por su falta absoluta de lealtad), la buena fe y la
convicción cada vez más extendida en que aquí nos jugamos una cuestión
de dignidad y autoaprecio. Si nos resignamos, si claudicamos, será
cuando el país se hunda.
Desde El País
se recurre a la amenaza de desequilibrar el PSOE, algo preocupante
porque ahí se nota también la larga mano de Rubalcaba y se formulan
falacias vergonzosas como que no es posible gobernar con 85 diputados,
que son el 25% de la cámara. Falso. Hay países europeos gobernados en
coalición con similares porcentajes. No se gobernaría con 85 diputados
sino con 150, quizá con 170 o mayoría absoluta. En todo caso, similar es
la pretensión de dar el gobierno a 135 diputados, que es el 33% de la
cámara. Pero esto, como la responsabilidad del bloqueo, no se menciona.
El PP tiene más derechos que el PSOE. ¿Por qué? Porque lo dice El País, que es su periódico.
De los números, El País
lleva sus sofismas a los contenidos. Las sumas de posibles aliados del
PSOE son absurdas, heteróclitas, nada de fiar, una receta para el caos.
Este puede ser el único argumento aceptable del periódico. Podemos, la
"verdadera" izquierda de IU y los morados, lejos de facilitar el camino a
la formación de una gobierno de izquierda, lo han dinamitado. Sobre el
desbarajuste de unas confusas crisis orgánicas e ideológicas se impone
la arrogancia y la agresividad de unos neobolcheviques incapaces de
moderar sus pulsiones más elementales, narcisistas y revanchistas.
Efectivamente, ese gobierno de coalición no es posible pero no porque
los números no den, sino porque no da la inteligencia de los dirigentes
de Podemos.
Así
que terceras elecciones. Es la salida más acertada y la más legítima.
En democracia las cuestiones litigiosas se resuelven votando. Rajoy y
sus pregoneros dicen que el PP ha ganado las elecciones dos veces
seguidas. Mentira. Las ha perdido, como todos los demás. Que sea la
minoría mayoritaria no lo hace ganador como se prueba viendo que no
gobierna. Hay que esperar una mayoría suficiente para gobernar y la
hipótesis que va tomando cuerpo es que pueda conseguirla el PSOE. Justo
lo que la derecha y Podemos no quieren. Pues ya saben: pacten.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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