Ya saben: no me molesten en la siesta.
El
país arde en sentido literal. Y también en el figurado. Lleva meses sin
gobierno, con uno en funciones con el que podría hacerse una serie de
televisión. Se enfrenta a una situación muy incierta en Europa. Está
inmerso en una crisis constitucional de envergadura con el proceso
independentista catalán. Se aproxima la posibilidad de unas terceras
elecciones que todos temen como la peste negra. Sobre todo porque han
agotado el repertorio de discursos, tampoco muy extenso.
Y los gobernantes y sus replicantes se van de vacaciones. El presidente del gobierno es marxista, sector Lafargue, el de El derecho a la pereza. Sí señor. ¿Hay algo más español? ¿Algo que nos dé esta condición de gran nación?
Pues,
nada, una semana de jogging y footing y silloning; cines al aire libre;
partida de dominó o mús; tonteos con las amistades, alguna novela, el Marca, un puro. Esto es vida.
La
comicidad de la semana empieza con el titular de El País de que el
pacto PP-C's "puede modificar los impuestos". Parece periodismo del
absurdo, quizá un género nuevo. Si se hace un pacto será para modificar
algo y, por lo demás, los impuestos los modifica Rajoy el solo cuando le
da la gana y así lo ha hecho varias veces. Es más, su primera medida
fue subirlos. Para demostrar que es un hombre de palabra, ya que ganó
las elecciones prometiendo bajarlos.
Se
dirá que cómica es la legislatura. Sí, y la anterior. Y la anterior.
Pero la comicidad de esta semana lo supera todo. Al final de ella, Rajoy
reunirá el Comité Ejecutivo de su partido (por lo demás, a su vez,
imputado en un par de procesos penales) y en el que hay miembros en
diversos momentos procesales para que dictamine sobre las condiciones de
Rivera, una de las cuales es que los imputados, fuera. Es como pedirles
el hara-kiri. Pero eso es irrelevante. El órgano dictaminará lo que
Rajoy quiera. El problema es que ese dictamen también será irrelevante
porque la investidura depende de lo que haga el PSOE.
Y en el PSOE, NO es NO.
Con lo cual, ni C's ni dictámenes, Rajoy tendrá que desistir.
Y
ese será el momento en que la izquierda decidirá si hay gobierno de
progreso, para lo cual tendrá que contar con los nacionalistas vascos y
catalanes, o nuevas elecciones. En el fondo, la cuestión se centra en
la pelea cainita de las dos izquierdas y el frente catalán. Es lo único
serio.
Lo de las derechas es más de tipo astracanada.
La izquierda y Cataluña
El independentismo catalán tiene
desconcertada a la izquierda española. Esta se debate entre su alma de
izquierda y, por tanto, universalista y cosmopolita y su alma española
y, por tanto, nacional y patriótica. Y predomina abrumadoramente la
segunda.
El
alma de izquierda es liviana. Se limita a repetir la jaculatoria de que
no se puede ser nacionalista y de izquierda. Un argumento que no solo
es falso en su enunciado sino hasta en su enunciador, que suele ser un
nacionalista español que dice ser de izquierda, o sea,
internacionalista, universalista, cosmopolita. Pues eso mismo. Es un
punto de vista que, por naturaleza, considerará puras contingencias
históricas que los Estados se separen, se junten, se multipliquen o
dividan. Aunque sea el propio. Y tampoco tendrá inconveniente en
reconocer como nación a todos los pueblos que afirmen serlo, sobre todo
si lo hacen durante siglos.
Ahí
le duele. En el alma española. El alma de la nación española. Atacada
la nación en su mismo corazón, en su integridad territorial, la
izquierda descubre que una vez más fracasa en su intento de poner en pie
una idea de nación abierta, laica, liberal, progresista, republicana.
Piensa, asustada, que tiene que cerrar filas con la que se ha impuesto
desde siempre en España, la última mediante una guerra civil y cuarenta
años de dictadura, justo la fórmula que ha acabado dinamitando la
posibilidad de una nación española acorde con los tiempos. Su
necrológica está en el artículo 2 de la Constitución vigente.
Este enésimo repliegue de la tradición nacional heterodoxa
al dictado de la imagen reaccionaria, oligárquica, caciquil, monárquica
y nacionalcatólica es lo habitual. La izquierda española, carece de
raíces en una vigorosa burguesía liberal y nacional, una
burguesía radical que hubiera separado la Iglesia del Estado y alumbrado
un espíritu empresarial en lo que hubiera debido ser la acumulación de
capital para el desarrollo industrial. Así aquella ha resultado ser
débil, fragmentaria, muy dividida y mal avenida y sin una idea de nación
heredada porque la burguesía española fue incapaz de formularla al
margen del destructivo binomio trono-altar. Tal es su orfandad que la
más reciente izquierda se va a buscar la idea de Patria a Latinoamérica,
o sea, a las antiguas colonias liberadas de España. No es un círculo
vicioso. Podría llamarse el "círculo de Epimeteo", ya saben, el que
miraba al pasado.
El
actual repligue se origina en una preocupación más profunda. La
izquierda teme quedarse sin nación antes de haberla disfrutado. Teme
quedarse sin patria, una sensación probablemente de vértigo, como cuando
tiembla la tierra. Y no es para menos: la hipótesis-posibilidad- probabilidad-seguridad-certeza
(escójase lo que se prefiera) de la independencia de Cataluña, trae al
proscenio la sombra de una crisis del 98 bis, más profunda. Ya lo había
vaticinado Ortega. La historiografía española dio la vuelta al
experimento y presentó la generación del 98, no como conciencia de un
fracaso, sino como voluntad de renacimiento. Pero eso ha sido después de
la fiesta y ahora estamos ante ella y tenemos un futuro de
incertidumbre.
La
cerrada negativa del PSOE al referéndum y la ambigüedad (en el fondo)
de Podemos son la prueba de la poca confianza que su idea de nación
inspira a la izquierda. La poca seguridad en su nación, en su capacidad
para ganarse la adhesión voluntaria de todos los pueblos que la componen
explica esta prohibición del ejercicio de un derecho fundamental como
es el de decidir su futuro como nación. Así que el ideal de la nación
libre se convierte en la realidad de la nación cárcel (por lo demás
inviable) al grito de la salvación patria. Esto es lo que los obliga a
cerrar filas: el miedo a la disgregación de un experimento que lleva
trescientos años sin levantar cabeza.
Hay
un dicho que se atribuye a Josep Pla pero parece ser apócrifo según el
cual lo más parecido a un español de derechas es un español de
izquierdas. Es muy posible. Los une el nacionalismo. Ese del que ambos
reniegan por considerarlo aldeano.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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