El Informe Chilcot, la investigación independiente llevada a cabo por
el alto funcionario británico John Chilcot sobre la nefasta guerra de
Irak, ha terminado por dejar en cueros a José María Aznar, y a Mariano
Rajoy, entonces uno de los edecanes que le bailó el agua al jefe y
asumió su decisión. La guerra iniciada en marzo de 2003 ha dejado
secuelas terribles. Un país aniquilado, una contienda entre sectas y
facciones que se cobra cada día decenas de muertos, y miles de cadáveres
por todo el planeta en la guerra mundial decretada por el Daesh, que es
lo que es porque sucedió lo que sucedió.
Trece años después de que George Bush declarara la guerra y decretara
la invasión de Irak para liquidar a Sadam Hussein, los efectos de esta
decisión se muestran devastadores. Bush actuó con el apoyo necesario y
eficaz de la Gran Bretaña de Tony Blair, y Berlusconi, y con José María
Aznar, entonces presidente del Gobierno de España de palmero innecesario
pero gallito en su complejo.
Ahora, gracias al Informe Chilcot sabemos
que la estrategia de Blair y Aznar de propagar, para justificar su
desvergüenza, que había evidencias de la existencia de armas de
destrucción masiva era absolutamente falso, y que la invasión de Irak
“no era la última opción” ni había un “riesgo inminente”, como decía la
propaganda, para agotar las posibilidades de encontrar una salida en paz
al serio problema de la región. Chilcot demuestra también que la
justificación del ataque estaba basada en análisis erróneos e
injustificados.
O sea, que la Guerra que puso en marcha Bush, con la ayuda de Blair y
Berlusconi, y el apoyo de Aznar, fue una actuación manifiestamente
innecesaria e irresponsable que ha tenido consecuencias nefastas y que
ha costado muchas vidas de seres humanos. Y todo ello basado en gran
parte en el deseo de venganza por los atentados del 11-S contra las
Torres Gemelas. Así de sencillo. Y desde entonces hasta la fecha, han
muerto decenas de miles de personas como consecuencia de esta acción
militar intolerable.
En Gran Bretaña al menos se ha llevado a cabo una investigación, se
ha elaborado este informe, y Tony Blair pidió un tímido y cínico perdón,
con reconocimiento de que el surgimiento del estado islámico tenía
mucho que ver con el error vergonzoso. Aquí, Aznar, que pactó con Tony
Blair una estrategia mentirosa y consciente para engañar a la opinión
pública haciendo ver que intentaban evitar la guerra cuando la
alentaban, Aznar, digo, no solo es que permanece callado al respecto,
sino que se permite el lujo de ganarse la vida con ingresos
multimillonarios dando lecciones por el mundo sobre liberalismo y
democracia, y dando consejos en casa y fuera de casa a los líderes
políticos sobre cómo han de hacer las cosas para salir de las crisis
políticas, económicas y sociales que se padecen. Pero de esto, ni mú, ni
una palabra. Un silencio que evidencia una falta de vergüenza
insoportable.
Y Rajoy, entonces uno de sus hombres de confianza, mudo también. Ni
un comentario. Cuando él, en la cúpula del Ejecutivo, apoyó la tropelía,
porque hay que recordar que en ese Gobierno sólo Rodrigo Rato, sí,
Rato, el de Bankia y las black, se opuso y le plantó cara a Aznar por el
asunto.
Si tuvieran vergüenza y decencia al menos pedirían perdón,
reconocerían el disparate y se apartarían de la vida pública. Pero no va
a suceder. E incluso Aznar seguirá tocándole los huevos a Rajoy todo lo
que pueda, hasta que consiga el sorpasso interno en el PP, que no lo va
a conseguir, pero no porque él deje de intentarlo.
Y el resto de los partidos políticos, tan entretenidos en no formar
Gobierno desde hace siete meses, mudos también, ni una iniciativa
concreta, plausible, para que, aunque tarde, se investigue en España lo
sucedido para que cada palo aguante su vela y su responsabilidad, y al
menos se sepa la verdad, o una parte de la verdad. Eso es lo que
diferencia a las democracias sólidas y de verdad, que se respetan a sí
mismas, de las democracias de segunda. Esto es lo que hay, lo que
tenemos.
(*) Periodista
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