Si Mariano Rajoy fracasa por segunda vez
en la investidura tras las segundas elecciones (las del “desempate”,
según los zahoríes de Podemos) porque no consigue sumar ni un solo
escaño a sus 137 leales, debe retirarse y dejar que lo intente otro del
PP que suscite menos animadversión. O, mejor, alguien que no sea del PP
pues da la impresión de que también el partido levanta similar inquina.
Sostiene
el presidente la peregrina teoría de que los 137 deben gobernar porque
son el partido más votado. Con esto se salta la letra de la
Constitución. El espíritu lleva cuatro años y medio saltándoselo al
haber gobernado de modo tiránico, mediante el rodillo, con desprecio del
Parlamento y los acuerdos básicos de la democracia. Y ese es la razón
por la que nadie lo quiere. Ni siquiera tiene la entereza del Antonio
Maura de "¡que gobiernen los que no dejan gobernar!"
No
es el caso. En un repulsivo gesto de ruindad moral gimotea que quiere
gobernar y pide que le dejen. Pero no está dispuesto a negociar nada, ni
hacer concesión alguna, ni tomar una sola medida para regenerar este
sistema político que ha desmantelado. Pone sus intereses –en realidad su
capricho- por encima de los de su partido y los del país.
Al
bloquear la salida, el presidente de los sobresueldos está dando una
especie de golpe de Estado a cámara lenta. Está empeñado en que una
mayoría parlamentaria acepte someterse a los dictados de una minoría.
137 diputados de 350 son el resultado del 33,03% de los votantes. Una
tercera parte. Menos aun, del 21,5% del cuerpo electoral. Los
representantes de la quinta parte de los electores quieren imponerse a
las cuatro quintas partes de estos, los dos tercios de los votantes.
Algo autoritario y antidemocrático. Una dictadura.
La
abstención de los demás no es una opción porque es pedirles que
transijan con la imposición y que traicionen el mandato de sus
electores. Rebajarse a suplicarla del principal partido de la oposición
es una mezcla de indignidad y chantaje. Suelen ir unidas. En el PSOE hay
sectores de peso, movilizados últimamente con gran apoyo mediático,
para secundar la pretensión. Antiguos dirigentes orgánicos y actuales
dirigentes ideológicos, todos ellos “moderados” piden abstención en
interés de España. Será en el suyo propio ya que la derecha del PP y el
interés de España son términos antitéticos. Otros abajofirmantes
propugnan un pacto PSOE-Podemos. Algo es algo, pero el peso y los
recursos de los otros, los jarrones chinos dinásticos, que se han
multiplicado, son muy superiores,
No
es No. Y los militantes y votantes socialistas deben saber que, si el
PSOE cae en la trampa de la abstención y favorece un gobierno del PP, se
habrán cumplido los deseos de Podemos y su partido puede ser borrado
del mapa en las elecciones siguientes.
Si,
fracasado Rajoy bis, se trata de formar gobierno, solo hay la
candidatura de Pedro Sánchez. La situación es exactamente la misma que
la del 20 de diciembre pero en peores condiciones para la izquierda. Es
el resultado del voto de Podemos entonces. Y Sánchez tiene dos opciones:
la primera un gobierno de izquierda, PSOE-Podemos-Indepes catalanes con
apoyo exterior del PNV y CC. Lo ha venido propugnando Palinuro hace
meses. Pero da la impresión de que la cuestión del referéndum catalán lo
impedirá. Es un error garrafal del PSOE, pero este no parece dispuesto a
enmendarlo.
Siendo así, “¿por qué apoyas ese gobierno”, me preguntan.
Sencillo: para los indepes catalanes es la prueba de que no hay
diferencia entre las izquierdas y las derechas españolas. Y tienen
razón… en lo que respecta a Cataluña. Pero no en lo que respecta a
España. Para la izquierda siempre será mejor el gobierno del PSOE que el
del PP. Seguiremos peleando por el referéndum en Cataluña, pero se
agradece que no tengamos que hacerlo por las pensiones, por los
salarios, por los subsidios en España, aunque algo habrá siempre que
hacer.
El
otro gobierno posible, que no me atrevo a calificar políticamente, es
PSOE-Podemos-C’s-CC. Supongo que, sin ponerse tiquismiquis, podría
considerarse de “centro izquierda”. Desde luego, tendría garantizada una
sólida mayoría absoluta de 189 escaños, a reserva de lo que hagan los
indepes catalanes y el PNV.
El
problema de ambas propuestas, en el fondo, lo plantea la doblez
permanente de Podemos y su carencia de sentido de la lealtad. La
política española es zona de bajíos. Rajoy no cumple ni respeta su
palabra e Iglesias no sabe qué sea la lealtad, en el fondo, también, la
palabra dada. Tan pronto somos comunistas como socialdemócratas; tan
pronto partido como movimiento; tan pronto pueblo como casta; tan pronto
tiendo la mano como la convierto en un puño.
Al
echarse en brazos de IU y asimilar el discurso revanchista del sorpasso
anguitiano, Podemos firmó su condena a muerte. Y, en las elecciones, se
estrelló. La frenética búsqueda de responsabilidades posterior, una
especie de confesión pública colectiva al estilo de los primitivos
cristianos, soslayó la causa real: esa “nueva” izquierda, era vieja y su
función sería la de esta: dividir al conjunto del campo de izquierdas y
posibilitar un gobierno de derechas.
Tras
el fiasco del 26J la tendencia cainita se ha agudizado y su
consecuencia solo puede ser unas terceras elecciones tras las cuales
Podemos puede quedar reducido a los porcentajes de voto de Anguita en
los noventa. Para evitarlo, ha lanzado a sus intelectuales a hacer lo
que mejor hacen: tomar sus deseos por realidades. Todos aseguran, como
si lo supieran por ciencia infusa, que en la segunda votación de
investidura, el PSOE se abstendrá. “De ese modo”, calculan,
“transferimos la responsabilidad de la pinza al PSOE: es este el que
concuerda con el PP”. Entre tanto, Podemos, convertido en el Sigfrido de
la oposición.
Es
tal la indigencia intelectual de los profetas que no se les ha ocurrido
que quizá no haya segunda votación porque no haya primera. Justo lo que
pasó a raíz de diciembre. La experiencia como fuente de conocimiento es
una quimera.
Al margen de
estas niñerías, si hay un gobierno de la hipótesis primera o la segunda,
será previo llevar a Podemos a firmar ante notario sus compromisos.
Quien miente una vez, miente ciento.
Y,
si no hay alternativa cierta, terceras elecciones. Antes de que el
presidente en funciones coja el gusto a una situación en la que el
gobierno esté en funciones sin plazo fijo, sin dar cuenta al parlamento y
sin convocar al cuerpo electoral. Algo que podríamos llamar un
“interregno dictatorial”. O sea, un golpe de Estado de nuevo cuño por
silencio de la ley.
NO es NO.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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