Arranca la semana ¿decisiva? Rajoy se reúne el martes con Pedro
Sánchez y el miércoles con Albert Rivera. O de ahí sale un acuerdo o
vamos casi irremisiblemente a unas terceras elecciones que podrían ser
dañinas para los ciudadanos y letales para los políticos de ahora. No
porque considere malo acudir a votar, solo faltaría, sino porque
previsiblemente el resultado de las mismas no resolvería el problema.
Pero el personal está cabreado, en lenguaje de la calle hasta los
cojones, y es peligroso este hartazgo, porque abre aún más la sima que
existe entre el personal y quienes nos representan y porque es en estas
situaciones de desafección cuando la peña exige una purga general y los
populismos hacen su agosto.
El bloqueo en el que nos encontramos desde hace demasiado es
responsabilidad de todos, es consecuencia del fracaso del PP en una
legislatura en la que con su mayoría absoluta podía haber cambiado
muchas cosas, y no ha querido. Pero también de la incapacidad del PSOE
de hacer una oposición inteligente y moderna, anclados en los tics de la
izquierda del siglo XX. Y del dogmatismo y el sectarismo insoportables
de Podemos y sus muchachos sumados a esa casta de la que se mofaban y en
la que se han integrado más rápido que nadie adquiriendo sus peores
vicios en tiempo récord. Y de Ciudadanos, que desaprovechó su momento, y
se ha estancado buscando un sitio que tenía, y al que a lo peor llega
tarde.
Creo que la clave de lo que pueda suceder la tiene Pedro Sánchez, que
anda perdido, quizá pensando en lo suyo, aguantar al mando del PSOE,
ganar unos meses y retrasar de nuevo el Congreso del PSOE para evitar
que le manden a paseo. Si Sánchez quiere el asunto se desbloquea en un
plis plas. Pero no parece que esté por la labor, y se muestra dispuesto a
cosechar su tercera derrota, a seguir acercando al PSOE al abismo de la
desaparición, o sea, a arrastrar a todos los suyos en su desvarío.
Y Rajoy a lo suyo. No es discutible que, pese a todo lo malo, los
ciudadanos le han votado en las tres últimas elecciones más que a ningún
otro. Y por ello lo sensato es que presida el Gobierno. Un Gobierno
diferente, claro, sin la carta blanca que otorgan las mayorías
absolutas, obligado a pactar, a negociar, a ceder, y con una oposición
que dispondrá de la oportunidad de condicionar decisivamente los pasos
del Legislativo, lo cual resta poder al Ejecutivo. Porque esto es lo que
las dos últimas veces han votado los españoles, hartos de poderes
absolutos, exigente en la necesidad de regenerar la vida pública. Y
Rajoy no puede hurtar sus obligaciones, aunque parece que está dispuesto
a ello.
He hablado durante el fin de semana con varios constitucionalistas. Y
encuentro consenso. Lo explica muy bien en El Mundo Antonio del Moral,
catedrático de la UNED. Si Rajoy no acude a la sesión de investidura
incumple sus obligaciones constitucionales, y de hacerlo, debiera
dimitir, o debieran sus colegas del PP forzarle a hacerlo. No hay un
“encargo” del Rey de formar Gobierno. No existe tal término en nuestro
ordenamiento jurídico. Un “encargo” no exige su cumplimiento. Tiene un
mandato constitucional que ha de cumplir. No hay más. De lo contrario,
como escribe del Moral estaríamos ante “la inutilidad de la regulación
constitucional, y toda interpretación que conduzca al absurdo en derecho
debe ser rechazada”. Como la atribulada Ana Pastor, presidenta del
Congreso, está obligada por el reglamento de la Cámara a convocar
necesariamente el pleno, aunque se disguste su jefe.
Y me remito de nuevo al artículo de Antonio del Moral, que destaca
cómo del vodevil a que nos sometieron Rajoy, en la rueda de prensa más
lamentable que recuerdo, y Pastor, en sus nerviosismo tras escuchar al
presidente en funciones, se deducen tres cosas: 1) “Que Rajoy tenía
preparado su discurso desde antes del ofrecimiento regio… Acaso por eso
nunca habló de su candidatura sino del encargo recibido del Rey, lo que
no se ajustaba al texto leído después por la presidenta del Congreso. 2)
Que la duda sembrada acerca de su sometimiento a la investidura
contradice de nuevo el escrito del rey que, con toda seguridad, no
habría tenido lugar de conocer esas reticencias y 3) que Rajoy ni
siquiera había coordinado su intervención con la de la presidenta del
Congreso”.
Urge una salida. La crisis es severa. El desafío de los
independentistas catalanes crece. Hay que aprobar el techo de gasto de
los Presupuestos del año próximo y el Presupuesto mismo. En octubre
España debe presentar a la UE las líneas económicas de los próximos
años. Hay mucho dinero extranjero que condiciona su inversión en España a
que salgamos de este atolladero insólito. Los más pobres requieren
soluciones y mejor distribución del gasto social. Arranca en nada un
curso académico sin que se le haya metido mano a la Ley de Educación
definitivamente. Necesitamos regenerar el sistema entre otras cosas para
no vernos en otra como esta. Necesitamos un Gobierno. Ya. Y sí, si
estos no son capaces de ponerse de acuerdo es mejor que se vayan y dejen
paso a otros en sus partidos que sean capaces de anteponer el interés
general al suyo particular.
(*) Periodista
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