Dicen las lenguas de doble filo que susurran por Madrid que a
Iglesias se lo ha cargado Ferreras y a Rivera Pedro J. Y se oye en el
Mesón del Cojo canturrear la copla de la cordera que de tanto
acariciarla se volvió fiera. Menuda nochecita electoral española.
Primero fue lo del Brexit con la Reina Isabel II apostando contra Europa
y luego la campanada que Rajoy dio desde el balcón del PP de Madrid por
donde casi se nos despeña el líder por la euforia que embargaba su
indiscutible triunfo electoral, mientras los suyos, que inundaban la
calle Génova, gritaban ‘si se puede, si se puede’ en clara alusión al
gran perdedor del 26-J, el Waterloo del señor de la coleta morada a
quien anoche no le llegaba la camisa al cuello ni tampoco la voz.
A Pablo Iglesias, que buscó estas elecciones repetidas convencido que
los votos de IU se pasarían en masa a Podemos, ayer lo atropelló un
camión de varias toneladas. Y difícilmente se va a recuperar de este
gran fracaso porque había puesto muy alto el listón de su victoria en la
izquierda pero como a Ícaro se le derritieron las alas de cera a medida
que se acercaba a los rayos incandescentes del Dios Sol.
A Iglesias se le cayó anoche la mascará de titiritero de ocasión. El
Juego de Tronos y el carro de la farsa. Y vamos a ver cómo, en la
derrota, este falso Pablo Iglesias que no fue fundador del PSOE ni su
enterrador, va a gestionar la derrota sin que se desmorone o se le
escapen sus colegas de cabalgada. Ese ejército de Pancho Villa que
lideró en sus tiempos de las vacas gordas y la novedad televisada de La
Sexta de Ferreras y que ahora, en la dificultad, serán difíciles de
mantener en formación y a la voz de mando de su ahora devaluado capitán.
Y qué me dicen de nuestro inefable Rivera, el joven Peter Pan de la
política española que ha perdido en un santiamén un 20 % de escaños
porque desde que acabaron los comicios del 20-D en todo se equivocó. Y
de especial manera al ofrecerse de monaguillo de Pedro Sánchez en la
misa solemne del ‘pacto histórico de segunda transición’ que ambos
oficiaron en el Congreso de Diputados para la investidura que resultó de
los difuntos.
Y tampoco está para tirar cohetes Sánchez, el guapo, pero si alguna
bengala de consuelo porque aunque perdió 5 escaños, derrotó a su
adversario Iglesias y dejó a la lozana andaluza, su enemiga interior,
Susana Díaz cavilando en el Sur por su derrota andaluza a manos del PP
del soldado Bonilla, Juanma para sus amigos, el hombre de Arenas.
Nos esperábamos un terremoto en la Moncloa y al final ha sido el
único lugar seguro donde nada se derrumbó. ‘España será lo que quieran
los españoles’, había sentenciado, sin decir nada concreto como en él es
habitual, el sabio Mariano Rajoy. Pero así ha sido ante el asombro de
extraños y los propios porque García-Margallo se veía de presidente y
Aznar -de quien se dice que ahora anda coqueteando en Marbella con la
Rusia de Putin- creían que había llegado la hora de enterrar a Rajoy.
Pues no, todavía no. Más bien al contrario ahora se espera que
Mariano amplíe su camposanto particular de la Moncloa con las tumbas
frías de todos aquellos que lo pretendieron liquidar, en prensa, Ibex,
PP y en la oposición. Que se preparen algunos y afeiten el cogote porque
a más de uno le caerá el alfanje del negro Al-Lubiyá en simbólica
decapitación a la mayor gloria de Rajoy.
El hombre de mármol que sabe esperar. El don Tancredo del Ruedo
Ibérico que vestido de blanco y sin pestañear ve impasible escarbar y
resoplar el toro negro y astifino que lo busca y no lo encuentra porque
cuando Rajoy no se mueve no se le oye ni respirar.
(*) Pseudónimo de un veterano y prestigioso periodista cordobés
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