Claro ganador de la jornada electoral: Rajoy que afirma su, hasta
hoy, crecientemente cuestionado liderazgo en su partido. Es el único
candidato creíble, dentro y fuera, para presidir el Gobierno. Su
victoria, con mejora notable en votos y en escaños respecto de hace seis
meses, ha sorprendido con seguridad a la propia empresa. Las razones de
ese triunfo son varias y debatibles, desde la abstención hasta el
indudable peso del Brexit, pero lo cierto es su victoria aunque para su
investidura y su Gobierno deberá negociar y por lo tanto ceder.
No hay más vencedores en esta jornada. El PSOE, por más que lo quiera
disfrazar con la derrota del temido (con razones) “sorpasso”, sufre una
derrota de proporciones históricas con más de cuatro millones de votos
perdidos en los últimos cinco años. Sigue cuesta abajo. No es solo ni
principalmente un problema del candidato es mucho más grave y complejo
que eso. Su decadencia (¿irreversible?) forma parte de la decadencia de
la socialdemocracia, resultado en su mayor parte de su desteñimiento
ideológico y de sus contradicciones. Tiene mucha tarea por delante.
El mayor perdedor es Unidos Podemos o, más exactamente, su matriz,
Podemos. Demasiado travestismo, demasiada pretendida superioridad moral,
demasiada prepotencia. Uno más uno no sumaron tres ni siquiera dos,
sumaron menos de dos. Muchos fieles a IU cambiaron de voto o se quedaron
en casa como muchos otros. Esperemos que sus dirigentes vayan a los
clásicos y se hagan la conocida pregunta de Lenin “¿Qué hacer?”
Ciudadanos también pierde no sólo en votos sino también en escaños y, sobre todo y más importante, pierde como referencia en el panorama político actual y el previsible. La gente olvida muy rápido y en cuestión de semanas olvidaron el responsable papel jugado por este partido como componedor tras el 20D. Orgánicamente tiene que digerir todavía su rápido y variopinto crecimiento de militancia y preguntarse qué quiere ser de mayor.
Hay más perdedores. Uno de ellos es la lucha, imprescindible lucha,
contra la corrupción y por la regeneración democrática. Hay una enorme
responsabilidad ciudadana que, otra vez y esta vez de forma dramática,
ha demostrado que el tema le importa mucho menos de lo que aparenta y
que el cinismo es cada vez mayor. El PP sube y gana destacadamente en
provincias con escándalos propios de corrupción como Madrid, Valencia,
Murcia, Alicante, entre otros. Balance descorazonador que refleja el
estado de la salud moral de élites de todo tipo y millones de
ciudadanos.
Otro perdedor es el objetivo irrenunciable de un país más justo, más
cohesionado y con mayor igualdad tanto de oportunidades como de
resultados. Las políticas del PP estos años han causado graves destrozos
aumentando el número de perdedores. Es de esperar que sin mayoría
absoluta los daños sean menores.
Perspectivas inmediatas. Primero, no habrá terceras elecciones. Nadie
quiere asumir ese grave error. No lo ha sido la segunda elección
porque, como en su día afirmamos en esta columna, el resultado no iba
ser el mismo. Segundo, Rajoy será investido presidente. El PSOE se
abstendrá y si es necesario sacrificará, con el agrado de muchos, a
Pedro Sánchez. El partido quedará como líder de la oposición y encarando
su imprescindible (si quiere seguir viviendo) reforma a fondo. Es de
esperar que no cometa el grave error de entrar en el gobierno. Su papel
está en la oposición.
De segundo actor en la oposición, aunque sin duda
mucho más estridente, quedará Podemos o lo que quede de ellos dada la
escasa utilidad de una IU coaligada y la inestabilidad de las
Confluencias que irán cada vez más por libre. Ciudadanos no
obstaculizará la investidura de Rajoy, incluso no es descartable que
entren en el gobierno o que hagan un pacto estilo Madrid. Depende de las
prisas de algunos de ellos por tocar poder. Tampoco son espíritus
puros, nadie lo es.
Otro día, en el recuento de perdedores, hablaremos de los medios
“patrocinadores” de determinadas candidaturas y de las empresas de
encuestas de opinión y (de) formadoras de la misma.
(*) Economista del Estado
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