La precampaña electoral sigue centrada en la coalición Unidos
Podemos, no sólo porque sigue apareciendo como el primer partido con
intención de voto directo, sino porque está siendo atacada por distintos
flancos, algunos de ellos procedentes de la propia izquierda. La
criticas no sólo vienen del PSOE, al que quieren hacer desaparecer en
una operación que ha sido bautizada como el ‘sorpasso’, y en la que
participan Iglesias, Garzón y, sobre todo, el padre de la operación,
Julio Anguita, sino del partido al que los sondeos colocan como el más
votado, el PP, dónde temen que por la ley D’Hondt los restos de una
veintena de provincias vayan a parar a la coalición de Izquierdas.
Aparte de las reticencias que en algunos sectores de Izquierda Unida
ha producido la coalición, especialmente en los sectores de Cayo Lara y
Gaspar Llamazares, convencidos de que estamos en una operación en la que
Izquierda Unida terminará por desaparecer, ha sorprendido la buena
acogida que la coalición ha tenido en ese bloque bolivariano (Venezuela,
Bolivia, Ecuador) que siempre ha estado muy cercano al núcleo fundador
de Podemos, pero ha sorprendido aún más la reacción que se ha producido
en otros sectores latinoamericanos que siempre han estado muy cercanos a
ese bloque bolivariano y a su lucha, y que tendría a México como punto
de referencia .
Ese sector que tiene mucha influencia en Latinoamérica, situado en
una izquierda claramente reivindicativa y que ha llegado a apoyar
movimientos revolucionarios, tiene como uno de sus principales voceros y
estandarte punto al diario mexicano La Jornada, uno de los
mejores periódicos del país fundado a mitad de la década de los ochenta y
el tercero de la capital federal. En estos momentos tiene en su nómina a
los más brillantes periodistas de investigación y a los más
galardonados informadores del país, procedentes casi todos de históricos
medios que han marcado la historia del periodismo mexicano de los
últimos cuarenta años. Su directora es Carmen Lira y editorialmente no
oculta su interés por los problemas de los indígenas, medioambientales y
en contra de la globalización.
Digo esto porque La Jornada, la Biblia para la izquierda
mexicana más crítica, acaba de publicar un amplio informe sobre la
coalición de izquierdas española con un título provocador, ‘La
estrategia de Unidos Podemos o cómo usurpar el poder sin cambiar el
mundo’. La tesis es que Unidos Podemos no es una alianza electoral en la
que las organizaciones confluyan para articular una propuesta de
transformación del edificio neoliberal. Por el contrario, se trata de
formar parte de la junta de administración ‘del condominio’. No se
cuestionan la arquitectura ni los cimientos, sino se busca adecentarlo
para que los nuevos moradores accedan a viviendas con mejores vistas,
manteniendo el cartel “propiedad privada, reservado el derecho de
admisión” .
En resumen: vieja política para nuevos inquilinos que reclaman su
parte del pastel resucitando viejos inquilinos. Izquierda Unida no
tendrá voz propia en los debates parlamentarios y tampoco podrá
constituir un grupo, pasando a ser apéndice de Podemos. Izquierda Unida
será fagocitada en pro de ceder espacios de poder a Podemos, sin nada
que lo justifique. La elección por el dedo divino de Pablo Iglesias, de
sus candidatos, es significativo del estilo político que le acompaña.
Dimisiones por doquier, círculos vilipendiados, militantes expulsados,
dirigentes destronados, insultos, descalificaciones, descontento,
acusaciones de corrupción, manipulación, falta de democracia interna,
etcétera.
En menos de un año de vida, Podemos es el único partido en
la historia de los partidos políticos de cualquier tendencia que se
configura como una adición despolitizada de militantes unidos para
tomar el poder, sin proyecto ni unidad ideológica política, salvo el
lema: “quítate tú, para ponerme yo”. Opción favorecida por la
coyuntura, la crisis y la frustración que hunde sus raíces en una
crítica emocional, asentada en un genérico “que se vayan, no los
soporto más”.
El acuerdo, sigue diciendo La Jornada, no disputa el poder
al Partido Popular ni busca formar una coalición de gobierno. La
negativa de Podemos a posibilitar dicha opción, entre PSOE, Ciudadanos,
absteniéndose y fiscalizar desde fuera, logrando tener las riendas de
la política y a medio plazo consolidar su espacio político, es
demostración de lo expuesto. Le mueve lo inmediato, el deseo de poder
y, de ser posible, el poder absoluto. Sin duda, tras el 26 de junio
seguirá gobernando el Partido Popular con alianzas y bajo acuerdos
puntuales. El interés por desplazar al PSOE agitando las banderas de un
gobierno progresista bajo el liderazgo de Podemos y Pablo Iglesias como
su hombre fuerte es marketing electoral que moviliza emociones.
España no elige presidente de gobierno, pues no es un sistema
presidencialista, en el cual las fuerzas concurren para lograr el
control del Ejecutivo. Esa cuestión debería impulsar la unidad
estratégica. Disputar el Ejecutivo es una cosa, renunciar a presentarse
como fuerza política en unas elecciones parlamentarias es un error
político cuando no un suicidio en toda regla. Alianzas poselectorales
todas. “Pero nunca en la historia política – remacha el periódico- se
ha dado una alianza en la que uno de sus firmantes selle el acta de
defunción esgrimiendo que usurpar poder sin cambiar el mundo es una
opción de izquierdas. Sólo cabe preguntar a Alberto Garzón:
¿Ingenuidad política o decisión intencional?”.
(*) Periodista
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