Llevamos semanas sumando votos en Cataluña y en España, con
variaciones y permutaciones de todo tipo. El óptimo es sumar una mayoría
absoluta, aunque sea provisional e inestable, pero entre los subóptimos
(razonables) cuenta sumar para una mayoría relativa, que pasar por
aliados a varias velocidades, de distinta intensidad, porque a falta de
un SÍ, puede ser suficiente una abstención que compromete poco.
El Parlamento que se constituirá formalmente el lunes tiene que
conformar los grupos parlamentarios, sometidos al reglamento de la
cámara y a la interpretación que de ella haga la mesa. Por tanto lo
primero es componer la mesa, que pasa por elegir Presidente y luego, en
votaciones sucesivas, los cuatro vicepresidentes y los cuatro
secretarios. Son tres rondas de votaciones, la primera con una o más
series, y las otras dos a una sola vuelta salvo empates. De todo ese
tráfico saldrán las primeras aproximaciones a las posteriores alianzas.
Es posible que alguno se pase de listo (o de tonto) a la hora de
hacer valer sus votos. Si Podemos se empeña en obtener los cuatro grupos
parlamentarios puede quedarse sin grupos y con menos influencia de la
posible. O lo contrario. Los diputados catalanes de las dos listas (ERC y
el partido de Mas) pueden quedar neutralizados, sin grupo y sin
posición; con unos votos que no quiera nadie si persisten en su proceso
de autodeterminación. Y otro tanto para los dos de Bildu.
Por tanto hay 19 parlamentarios que pueden quedar sin grupo y sin
amigos porque su voto contamina. La mayoría giraría sobre 166 votos. La
alianza por la derecha de PP y Ciudadanos suma hasta 163 (con el voto de
la Serna, expulsado del PP) a falta de tres votos que solo pueden salir
del PNV. La alianza por la izquierda de PSOE-Podemos-IU (tan poco
verosímil como la alianza de izquierdas en Portugal) suma 161 que llegan a
la mayoría necesaria con el apoyo del PNV. ¿Cuánto valen esos 6 votos
del PNV? Pues lo que les quieran dar quienes consigan su apoyo.
Lo que parece claro es que nadie quiere parecer el causante de la
repetición de las elecciones, que sufrirían desmovilización ciudadana,
más abstención, y desplazamientos de votos que son imprevisibles. Nadie
quiere elecciones, ni tampoco dejar a otros con la pátina de “limpio y
nuevo” en la plaza, de inocente competidor no contaminado por la
politiquería y el postureo. La bendición y apoyo del PNV puede ser
determinante cuando se haya conseguido el apoyo previo de otro de los
grupos más cercanos, al menos aparentemente.
El referéndum catalán era condición previa de Iglesias; Errejón
precisa ahora que no hay condiciones, solo negociación abierta. Aquí
cada día el contador se va a poner a cero, cualquier resultado es
posible, incluso lo que nadie quiere: repetir las elecciones.
(*) Periodista
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