Le llaman volatilidad, pero se trata de una modalidad de la nostalgia.
La volatilidad es un ir y venir, un mareo. Hay quien, harto del PSOE, se
masturba la oreja con lo que escucha a Podemos, y quien envidia la
soltura de Ciudadanos frente a esa pesadez inmovilista del PP. Y, por
momentos, se atreven a dar el salto, a romper. Pero una vez tomada la
decisión, analizada fríamente la coherencia del plan, sienten una
sensación de vértigo. Escuchan la sintonía del PP -tachán, tachán,
tatatatachán-, a la que han sido fieles una legislatura tras otras y
sufren el frío de no estar allí haciendo palmas.
El nuevo hogar,
pongamos Ciudadanos, se les antoja incierto, más complejo, habitado por
razas desconocidas, con mentalidades menos cosificadas; hay hasta
quienes llegan desde la izquierda, y aunque compartan la letra, traen
otra música. Es un mundo más inaprensible, menos cómodo. Ocurre lo mismo
en el salto desde el PSOE a Podemos: en el primero se está fenomenal,
sobre todo en las posiciones críticas, se puede vivir en la satisfacción
insatisfactoria; el socialismo se fortalece en la queja sobre sí mismo.
Pero pasar a Podemos es pisar arenas movedizas, y conlleva el esfuerzo
de reconstruir un ideario en el que se combina la recuperación de
esquemas abandonados tal vez demasiado alegremente con planteamientos
nuevos que no obedecen a reglas clásicas.
Renunciar a votar al PP
aunque sea con la nariz tapada o al PSOE con indiferencia a su
insustancialidad y su pijoprogresismo no es tan fácil, pues quienes dan
ese paso sufren de inmediato un síndrome de nostalgia preventiva que les
hace añorar el nido tradicional incluso antes de abandonarlo
definitivamente. Es lo que los expertos llaman volatilidad, un fenómeno
que puede sorprender, a la hora de la verdad, con la consecuencia del
regreso despavorido al lugar de partida. Debe ser esta la razón de que
las encuestas detecten tan alto número de indecisos y el vaivén, por
días, de un Podemos que, dicen, ahora remonta tras ir supuestamente
cayendo en picado, o de un Ciudadanos que ahora se estabiliza o va a la
baja tras ser el único de los cuatro puntales que se percibía en
ascenso. O de esa IU que se daba por desaparecida y que vuelve a asomar
con resultados muy discretos, pero que, a diferencia de UPyD,
pronostican su supervivencia.
Hay muchos que han superado el
miedo al abandono del hogar y ya nunca más volverán a reconocerse en el
PP o en el PSOE, al menos mientras éstos no se refunden, así como otros
que, ajenos hasta ahora a la política, irrumpen en ella atraídos por las
nuevas formaciones que ofrecen otra visión sobre la cosa pública. Pero
los indecisos, esa categoría que, según el CIS, constituye casi la mitad
del electorado podrían estar debatiéndose entre la valentía, el riesgo,
la oportunidad o la temeridad de apostar por los partidos nuevos frente
a la presión de la nostalgia por desatarse de sus espacios
reconocibles, el lugar en el mundo que hasta ahora mantenían. El cuadro
que señalan algunos analistas, derivado de las encuestas, establece
modalidades muy diversas en el bloque de los indecisos. Los hay entre PP
y Ciudadanos, PSOE y Ciudadanos, PSOE y Podemos, e incluso entre PP y
PSOE y hasta Podemos y Ciudadanos. Y aunque algunos de estos fragmentos
sean escasos no hay que desdeñarlos, dado que estamos ante unas
elecciones extremadamente competidas.
A este respecto, alguien que
sabe de estos asuntos, me refresca algunas cifras: del censo electoral
de 36 millones y medio de votantes, y tomando en cuenta el 69% de 2011,
los indecisos supondrían hoy diez millones de electores. En teoría, el
partido que más compite en las dudas por parejas es Ciudadanos, pues lo
hace tanto con el PP como con el PSOE, de modo que su capacidad de
extracción respondería a una cantera más amplia. Sin embargo, también es
posible suponer que un decantamiento final por la parte tradicional de
la disyuntiva, de acuerdo con esta teoría de la nostalgia inmediata o
preventiva, podría dejarlo más tocado de lo que adelantan las
previsiones.
De momento, el primer sondeo tras el debate a dos,
publicado por El Periódico de Andorra -donde el Grupo Zeta coloca sus
encuestas ante la inexplicable prohibición de hacerlo en medios
nacionales- señala que «PP y PSOE bajan en intención directa de voto, el
partido de Pablo Iglesias se acerca a los socialistas y Ciudadanos
sigue desinflándose». Estamos a estas horas, pues, si atendemos a esta
evolución, en una fase expansiva de la 'voluntad atrevida', pero como la
volatilidad es tan acusada no sería extraño que otros acontecimientos -pongamos por caso el brutal y repugnante atentado de anteayer contra Rajoy-
puedan activar el efecto de la nostalgia preventiva, frenar la onda y
provocar retornos a la zona de confort. Las placas tectónicas se
desajustaron hace algún tiempo. Desde entonces el movimiento es
incesante y, por tanto, también la incertidumbre.
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