Estamos pagando una televisión pública
que cuando llegan las elecciones desaparece como referente informativo
principal. Tiene que ser una privada, La Sexta, la que confirme la
pervivencia del periodismo en nuestro sistema democrático. Ni siquiera
hay atisbo de sonrojo en quienes dirigen el mastodonte, pues se trata de
comisarios políticos que renuncian a la decencia profesional por un
plato de lentejas, y sólo son elegidos tras pasar el test de la
ignominia y mostrar las señales precisas de que están dispuestos a
humillar a sus propias plantillas. El debate del pasado lunes, sea cual
sea la opinión que cada cual tenga sobre su fórmula y desarrollo, es una
afrenta para TVE, que es el medio que debería garantizar el rigor, la
equidad, la independencia y la pluralidad que caracterizan al buen
periodismo, pues se trata de la televisión de la que todos somos
accionistas.
La dinámica de La Sexta viene a denunciar de manera
implícita no ya sólo el secuestro de la televisión pública a manos del
Gobierno Rajoy sino su asesinato. TVE se apaga en etapa electoral
mientras se encienden las privadas (sobre Tele 5 no puedo opinar porque
la tengo desconectada) y lo peor es que desde Torrespaña intentan pasar
su inacción como gesto de neutralidad. Mientras hierve la actualidad en
programas como Más vale tarde, El Objetivo, Salvados, Al Rojo Vivo y
otros, TVE se limita a seguir las elecciones desde el programa de Bertín
Osborne, manteniendo además el esquema del bipartidismo, al que se
prestó interesadamente el líder del PSOE, Pedro Sánchez, quien con la
aceptación de su aparición en ese programa facilitaba que Rajoy lo
siguiera y no estuviera del todo ausente de la campaña en que pone en
juego su presidencia.
Han acabado con la credibilidad del otrora
intocable Informe Semanal, han facilitado que se hagan chufas de ciertas
piezas de los telediarios, han relegado a la alta madrugada el único
informativo de calidad y solvencia incontestables, el de La Dos, han
escondido El Debate en horas impracticables y han reunido en la mesa de
La Noche en 24 Horas a toda la carcundia más básica que abreva en la
oficina de prensa de Génova con unas pocas guindas más o menos
neutralizadas que hacen la función de testigos falsos. Es un horror y
una vergüenza. La Dos, en su conjunto, todavía parece permanecer a
salvo, pero la programación es tan caótica y despersonalizada que el
espectador ha de alcanzarla a voleo, sin posibilidad de retener su
lógica y estructura.
En esa autista representación de una
realidad ya caduca, pues es innegable el protagonismo de las fuerzas
emergentes, TVE se dispone a emitir el debate a dos que organiza la
Academia de Televisión, pero en otras ocasiones ha podido hacer pasar
ese choque como de su cosecha porque era la única cadena que lo emitía;
el hecho de que La Sexta, en esta ocasión, no renuncie a conectar la
señal, deslucirá también a la pública, y más cuando ésta se resiste
insistentemente a complementar los debates y las 'noches electorales'
con comentaristas que expresen la pluralidad de la sociedad española.
Cuando las elecciones catalanas, TVE interrumpió la comparecencia de
Albert Rivera, que representaba a la primera fuerza no nacionalista, y
no llamó la atención sobre la absoluta ausencia del PP para la
explicación de los resultados, mientras en La Sexta se prolongaban hasta
la madrugada dos mesas de análisis en las que participaba todo el
espectro político catalán, desde la CUP hasta el propio PP.
La
costosa TVE renuncia de manera continuada a hacer periodismo libre y
plural, y tanto en la noches electorales de las europeas, las
autonómicas y municipales o en las recientes catalanas era preciso
atender a La Sexta porque era la única cadena que ofrecía información
minuciosa y contextualizada junto a un debate abierto, no sólo sin miedo
a la libertad, sino con regusto y disfrute de ella. O sea, periodismo.
El Gobierno de Rajoy se ha apropiado de la televisión de todos y no sólo la tiene como máquina de manipulación y sonajero sino que como consecuencia de esto ha acabado neutralizándola hasta el punto de que nadie espera mucho de ella en etapas tan trascendentes como las electorales.
Nada importaría si se tratara de una televisión del PP,
pero es de todos, y su ausencia y protagonismo en el debate electoral es
otro elemento para el descrédito de un instrumento imprescindible. La
clave está en gestos como el que tanto se le ha celebrado a Rivera
durante el pasado lunes cuando exhibió la portada de El Mundo en que se
daba noticia de los sobres de Bárcenas con dinero negro destinados,
entre otros, al propio Rajoy. Esa imagen es el triunfo del periodismo
libre frente a los silencios cómplices que amparan la corrupción. Hay,
pues, que salvar a TVE de las garras de estos bárbaros y de los que
vengan.
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