A Mariano Rajoy le queda un mes en la presidencia del Gobierno, el mismo
tiempo aproximadamente que a Pedro Sánchez en la secretaría general del
PSOE. Esto, claro, siempre que se cumpla el vaticinio de las encuestas.
Si el líder socialista no se acerca a los cien diputados y queda al
pairo de las decisiones de otros sin que la suya pueda resultar
decisiva, el PSOE buscará de inmediato un rápido repuesto, y puede
hacerlo fuera del nuevo grupo parlamentario. Aun en el caso de que se
creara una situación intratable para acuerdos entre afines y sólo
propicia para un Gobierno PP-PSOE es obvio que ninguno de sus
respectivos líderes actuales podrían firmar un pacto, pues los
ciudadanos ya conocen lo que cada uno piensa sobre del otro: para
Sánchez, Rajoy es un político indecente, y para Rajoy, el socialista es
un miserable.
Salvo caso de guerra mundial o aterrizaje masivo de
extraterrestres agresivos no se entendería que compartieran Gobierno.
Tampoco parece posible ni siquiera un acuerdo de investidura en que
Ciudadanos facilitara la continuidad del PP si quien ha de liderar el
Gobierno es Rajoy. El binomio ya indestructible Rajoy-Bárcenas no podrá
sostenerse en situaciones de debilidad política en que los populares
precisen el concurso de otros. El gallego, si no obtiene mayoría
absoluta, lo que resulta quimérico por mucho que se equivocaran las
encuestas, o se acercara notablemente a ella, está fuera de juego. Lo
sabe desde hace tiempo y, en consecuencia, ha emitido las señales para
su sucesión -en el PP los líderes se relevan a dedazo del antecesor-, y
es claro que las llaves quedarán en manos de Soraya Sáenz de Santamaría.
Del terremoto de la crisis y del germen del 15M, que hizo de
vehículo para la indignación de las clases medias esquilmadas, el
resultado más palpable es la aparente pulverización del bipartidismo, si
bien resisten sus pilares como fuerzas mayoritarias, siempre atendiendo
a la unanimidad de las sucesivas encuestas. Pero la convulsión, con ser
espectacular, no esconde que el fraccionamiento de las opciones
políticas reproduzca el esquema anterior sin apenas variaciones en el
pulso general entre izquierda y derecha.
De hecho, tanto Ciudadanos como
Podemos han ido 'centrándose' a cada lado del espectro político hasta
el punto de parecer, salvadas las distancias, bises del PP y del PSOE,
aunque con mejoradas armas y, como se dice, sin mochilas, salvo las
reliquias de sus pronunciamientos fundacionales en que, sobre todo
Podemos presentaba una faz de recambio radical que, paradójicamente, lo
alzó a la cima de las encuestas mientras su posterior 'moderación' en
busca de un electorado sostenido lo ha reducido en ellas a cuarta fuerza
política. En definitiva, hasta ahora nada sustancial o estructural se
ha movido en el país aparte de la ruptura del bipartidismo que se
predice. La prueba es que en la Región de Murcia, aun veinte años
después de la era PP, con su conclusión en ineficacia y corrupción,
todavía las encuestas otorgan a ese partido la mitad o casi del reparto
de escaños que corresponden a la circunscripción. Algo se ha movido,
pero las estructuras permanecen intactas, digo.
Claro que habrá
víctimas colaterales. Rajoy tendrá que marcharse para propiciar la
gobernabilidad, y Sánchez deberá hacerlo si no puede justificar los
resultados del PSOE. Pero si PP y Ciudadanos no alcanzan para crear una
mayoría estable, no quedará otra fórmula que 'la gran coalición', un
ensayo insólito en España, pero que será bien visto por los acreedores y
por la UE. Aun así, el PSOE lleva en su programa la reforma de la
Constitución, lo que exigiría, si es impulsada en la nueva legislatura,
un referéndum y la convocatoria de nuevas elecciones a su conclusión, de
manera que el periodo legislativo que comenzará el domingo resultará
inestable y quedará incluso no sólo por la dispersión del bipartidismo.
Y
lo grave es que en situaciones de cambio sistemático y de grandes
transformaciones parece preciso que aparezcan líderes al frente de
partidos fuertes y compactos que puedan girar el timón con autoridad. El
periodo político inmediato se caracterizará por una crisis económica
sin rematar, sobre indicios de nuevas convulsiones económicas
internacionales, el problema catalán en carne viva, la Constitución
abocada a retoques sustanciales, la amenaza yihadista en estado
permanente y una ciudadanía en estado de alerta sobre una clase política
que se empeña en desautorizarse a sí misma. ¿Hay líderes y discursos
transversales tras ellos capaces de afrontar, con diálogo y consenso,
pero también con firmeza democrática, lo que se nos viene encima? Mejor
dejar la pregunta en el aire.
Lo que parece claro es que quienes
llegan a esta fase agotados o desdibujados deberán pasar por lógica
natural a la reserva. Y protagonizarán la actualidad acontecimientos de
los que no se habla. Tal vez la 'gran coalición'.
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