Está siempre en campaña electoral. No
dice una verdad aunque lo aspen. Todo lo sacrifica a los intereses
electorales de su partido y los intereses de su partido a los suyos
propios, que es lo único que le importa. El gobierno de España le trae
sin cuidado. La propia España, sobre la que no para de hablar y mentir,
le da igual.Se niega a rendir cuentas de sus desaguisados, falsifica los
datos, falsea las estadísticas, oculta los desastres que provocan sus
políticas y nunca es responsable de nada.
Hace
falta ser sinvergüenza para sostener que no se es responsable de la
partición de un país que se gobierna con mayoría absoluta y sin
oposición durante cuatro años. Un breve repaso a lo sucedido en los
últimos diez pondrá en evidencia este nueva patraña del que ya tiene el
honor de ser el político más embustero e incompetente de la historia de
España, país en el que de siempre han abundado los políticos ineptos,
fanfarrones y fracasados.
El
hombre de los sobresueldos sostiene no ser responsable de lo que pasa
en Cataluña siendo así que ha hecho -y sigue haciendo- todo lo posible
porque el conflicto Cataluña/España estalle. Sabedor de que carece de
razones para mantener a aquella en situación de subalternidad en contra
de la voluntad de los catalanes, todo lo que hace es provocar a ver
si se produce un problema que le dé una excusa para declarar el estado
de excepción.
Desde
que comenzó a debatirse la reforma del Estatuto catalán, que daría
lugar al de 2006, emasculado por el nacionalismo español en el Congreso y
el Tribunal Constitucional en una sentencia típicamente política,
parcial e injusta de 2010, Rajoy no ha parado de hostigar a Cataluña,
tratando de buscar el enfrentamiento. En 2004 protagonizó una campaña
anticatalana, contra el estatuto. Al grito de écheme aquí un firmita contra lo catalanes,
el de los sobresueldos reunió cuatro millones de firmas, a base de
atizar la catalanofobia en el Estado, que tantos réditos da. Luego,
aprobado el Estatuto en el Parlamento español, lo recurrió al
Constitucional e hizo todo tipo de maniobras sucias para conseguir, como
consiguió, una sentencia en contra de una norma que los catalanes
habían aprobado previamente en referéndum.
Desde
que ganó las elecciones por mayoría absoluta en noviembre de 2011, no
ha hecho otra cosa que hostigar a Cataluña. Su gobierno arrancó con la
estupidez del ministro Wert de "españolizar a los niños catalanes" y,
desde entonces, no ha cesado de ir en contra de aquella, de ningunear a
su presidente, con quien solo ha hablado tres veces en cuatro años y las
tres para negarse a todo diálogo y toda actitud de entendimiento o
negociación. Ha despreciado el creciente sentimiento independentista
catalán, ha amenazado a sus políticos, ha interferido en la justicia
para echar a los tribunales en contra del independentismo, ha suprimido
de hecho la división de poderes, ha seguido atizando el odio a Cataluña
en toda España y, finalmente ha logrado que esta esté a punto de hacer
una declaración unilateral de independencia.
No es que no sea responsable de lo que pasa en Cataluña; es que es el principal responsable de la ruptura de España.
Después de intentarlo varias veces inútilmente, por fin conseguí alquilar en la red la película de David Illudain sobre Bárcenas,
interpretada por Pedro Casablanc (Bárcenas) y Manuel Solo (juez Ruz)
con guión de Jordi Casanovas. Es una bomba. Reproduce al pie de la letra
las declaraciones del ex-tesorero del PP ante el juez Ruz en la
Audiencia Nacional en las que revela la trama de financiación ilegal del
partido durante veinte años, los cobros y pagos en negro, los
sobresueldos periódicos de algunos de los principales dirigentes,
especialmente Mariano Rajoy y Maria Dolores Cospedal a los que Bárcenas
afirma haber entregado en mano 25.000 euros a cada uno.
La película está rodada sobre una obra de teatro del mismo Casanovas, titulada Ruz-Bárcenas,
dura algo más de una hora pero te deja atornillado a la silla del
principio al final. Y eso que no tiene acción, pues consiste
exclusivamente en el interrogatorio de Bárcenas cuando este, en 2013, se
decidió a tirar de la manta y dar todos los nombres de políticos
involucrados en la corrupción (Rajoy, Cospedal, Arenas, Trillo, Cascos,
etc) y los empresarios que se supone financiaban al partido en negro
(Villar Mir, Luis del Rivero, etc.). En realidad es un documental, un
testimonio directo, en el que la dramatización, al operar sobre la
frialdad de una deposición judicial, añade extraordinaria fuerza. La
fuerza de la verdad.
B es
un resumen y una requisitoria del grado de corrupción y podredumbre a
que ha llegado el país de la mano del principal partido de la derecha.
El mero hecho de que esa situación haya dado para una pieza de teatro y
un film es buena prueba de la degeneración del sistema de la segunda
Restauración. A la que se añade la asombrosa circunstancia de que, tras
saberse lo que se sabe, aquí no haya dimitido nadie.
Al contrario, la película, que se financió mediante crowdfunding,
con más de quinientas personas sufragando los gastos, ha tenido que
luchar contra una muy esperable campaña de silencio y ocultación en los
medios. Solo hay 16 copias en circulación, apenas se proyecta en cines
comerciales, nada en la televisión, por supuesto. Un boicoteo en toda
regla.
Sin
embargo, su visionado debiera estar abierto al público. Saber el grado
de depravación y granujería de los gobernantes es un buen comienzo para
iniciar la catarsis que el país necesita si quiere sobrevivir a
esta trama de auténticos depredadores.
Quien quiera alquilarla o comprarla, la tiene aquí.
Cuando uno cree que es imposible hacer más el ridículo en el exterior,
llega el de los sobresueldos y demuestra que sí, se puede. A efectos de
no verse obligado a entrar en la guerra de Oriente Medio que, supone él,
le hará perder las elecciones, como la guerra del Irak le hizo perder
las de 2004, Rajoy ofrecía sustituir a Francia en el África, en Malí,
en la República Centrofricana, como si España fuera una antigua
metrópoli colonial y no la nada que es gracias a él. El ministro
Margallo, un sietemachos aficanista, lo daba ya por hecho: los soldados
españoles garantizarían el orden público en las antiguas colonias
francesas para que los franceses pudieran bombardear a su sabor el
Oriente Medio. El ejército español no sirve para combatir pero sí puede
ordenar el tráfico en Bamako si no es muy complicado.
Gran
astucia la del presidente del plasma. Así no tendría que enviar
soldados a un lugar endemoniado y no correría peligro de volver a perder
las elecciones en España, que es lo único que le importa.
Eso
fue el jueves. El viernes, sobre las 9:30 de la mañana unos terroristas
ocuparon un hotel en Bamako, capital de Malí, tomaron 140 rehenes y, en
la liberación por la policía, murieron 20 personas. A las 10:00 el
gobierno desautorizaba a Margallo: jamás había hablado de enviar tropas a
Malí ni a Maló. A ver, mireusté... La vicepresidenta ignoraba en dónde
está el África y el amigo de Bárcenas, ese, ya tal. ¿Tropas a Mali?
Pero, hombre, si el Sahel está repleto de yihadistas, obsesionados con
que Rajoy pierda las próximas elecciones.
Esto
es mucho peor que lo de Gila. Esto es literalmente un contubernio de
auténticos imbéciles e irresponsables, coreados por otros tales que
dicen ser la oposición. Esponjados en sus egos infinitos con las
frecuentes llamadas telefónicas del presidente sobresueldos, los
jefecillos de la oposición, Sánchez, Rivera, Iglesias, se sienten
alguien en este remedo de política exterior tipo Bienvenido Mr. Marshall.
Y ninguno de ellos tiene la decencia de preguntar al de La Moncloa
exactamente por qué motivo no llama también a Garzón, al de la UPyD, a
Urkullu y a Mas.
Bueno,
lo de Mas está superclaro: el de los sobresueldos se malicia que los
indepes catalanes tendrán pactos vergonzantes con los yihadistas. Que le
pregunten a Albiol, que lo sabrá muy bien. Pero ¿y los demás? ¿Por qué
no llama a Garzón y los otros? Todos ellos tienen representación
parlamentaria, que es más de lo que Rivera e Iglesias pueden decir. ¿Por
qué no, pues? Y ¿por qué Garzón no protesta?
El gran Gila se quedó muy corto.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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