Hace dos días, Palinuro anunciaba que el gobierno español iba a la guerra de Gila en un post titulado Vamos a la guerra, pero poco.
Se quedó corto. El asunto va haciéndose más cómico según pasan las
horas. Da igual lo que suceda en el mundo. Rajoy solo piensa en las
elecciones. Cuando ganó las de noviembre de 2011, retrasó cuatro meses
la aprobación de unos presupuestos muy restrictivos para no afectar a
sus expectativas en las elecciones andaluzas que, de todas formas,
perdió.
Los presupuestos del año que viene se aprobaron, en cambio, a
toda velocidad antes de que se disolvieran las cámaras precisamente para
todo lo contrario, para condicionar en su ejecución al gobierno que
salga de las próximas elecciones del 20 de diciembre. Es lo único que
cuenta para él: ganar las elecciones, o sea, mantenerse en el poder a
toda costa. A ese objetivo sacrifica todo: los presupuestos, los ritmos
parlamentarios, los usos democráticos y, como se ve ahora, hasta el
papel internacional de España y sus compromisos con sus aliados. Lo que
sea.
Siendo
vicepresidente del gobierno, Rajoy aplaudió en 2003 la decisión de
Aznar de meternos en una guerra ilegal, injusta, de rapiña y basada en
patrañas fabuladas con sus compinches de las Azores. Aplaudió y redobló
tambores de guerra en contra de la voluntad casi unánime de los
españoles. Y cuando, como resultado de ese crimen, España padeció el
peor atentado de su historia en represalia, el mismo Rajoy se sumó a la
mentira orquestada por el gobierno de atribuírselo a ETA y hasta la
intensificó publicando un artículo periodístico en la jornada de
reflexión en el que afirmaba que "tenía la convicción moral" de que
había sido ETA. Pero de sobra sabía él que era mentira y que el atentado
de Atocha fue obra de terroristas musulmanes en venganza porque España
participó en aquella guerra.
Nadie creyó las mentiras del gobierno y, en consecuencia, el PP perdió las elecciones. Las perdió él, que era el candidato.
Y
ahora, a un mes de las de 20 de diciembre se le plantea la exigencia de
repetir la historia de 2003 y de mandar tropas a una guerra
probablemente tan impopular como la del Irak. Unas elecciones que creía
ya ganadas y que ahora ve peligrar si España entra en el conflicto. Ni
hablar. Antes se deja afeitar la barba. Si por él es, el Estado Islámico
puede conquistar el Asia entera que él no moverá un dedo.
Uno
de sus complacientes ministros apunta la posibilidad de que el gobierno
no tome una decisión antes del 20 de diciembre. No es muy gallardo,
pero permite engañar a la gente, llevarla a votar y, al día siguiente,
meterse en otro lío bélico. Solo tiene un inconveniente: es poco
probable que Francia, la cabecilla de una alianza internacional que
pretende laminar en caliente el Estado Islámico a bombazos y que exige
la aportación de efectivos de sus aliados, tenga paciencia para aguantar
treinta días a que Rajoy gane las elecciones.
Como
quiera que los franceses van a presionar, el presidente de los
sobresueldos ha dado con una fórmula que lo retrata en su miseria moral,
al tiempo que pone en su lugar a la Gran nación, de la que no
para de hablar cuando va a su pueblo. Quiere llegar a un acuerdo de
chalanes con el presidente francés: no enviará efectivos militares a
Oriente Medio (entre otras cosas porque, probablemente, no los tenemos)
pero está dispuesto a sustituir a los franceses en sus misiones más bien
policiales en el África y quiere vendérselo a Hollande con el astuto
argumento de que así él dispone de más tropas para castigar al Estado
islmámico militarmente.
Por
no ir a la guerra (con el peligro de perder las elecciones), Rajoy/Gila
está dispuesto a que el ejército español vaya de criado del francés, a
hacer de mucamo, a limpiar el patio, dirigir la circulación y barrer las
calles.
La
derecha no ha tenido jamás el menor atisbo de heroísmo y, siempre que
habla de la Patria, es para engañar porque piensa en el dinero que tiene
en Suiza, pero esta vileza del presidente de los sobresueldos es ya
deprimente.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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