Nadie puede negar que menos de dos meses después de aquella
antepenúltima carta del Arponero Ingenuo que desató tanto revuelo
fariseo -Cómo evitar una guerra civil en Cataluña-, estamos más
cerca de la repudiable hipótesis. Y no porque el "conflicto" se haya
exacerbado solo, cual impredecible fenómeno meteorológico, sino porque
uno de los dos bandos, una de las dos Cataluñas, ha cruzado el punto de
no retorno en su pretensión dictatorial y el otro ha empezado a
desplegar sus indeclinables elementos defensivos.
La sangre no ha
llegado aún al río pero basta leer la resolución del Parlament del
lunes, la instrucción de la Fiscalía del martes, el auto del Tribunal
Constitucional del miércoles y el inmediato erre que erre de la
Generalitat para constatar que hemos sobrepasado la fase de mera "guerra
civil intramental entre el cerebro lógico y el étnico", diagnosticada
en los libros de El Viejo Topo por el profesor Martín Alonso, para
adentrarnos ya en el peligrosísimo territorio de lo que al menos es una
"guerra civil de pega", al modo de aquella "phoney war" del invierno del
39 cuando la contienda había sido formalmente declarada pero las
hostilidades aún no se habían desatado.
Basta de medias tintas, aquí hay un agresor y un agredido. Pese a
haber perdido su propio plebiscito, es decir pese a no haber obtenido ni
siquiera el apoyo de la mayoría de los votantes -y conste que esto no
significa que otro resultado hubiera legitimado lo que han hecho-, los
líderes separatistas han puesto en marcha la maquinaria jurídica para
privar de sus derechos como españoles a quienes no quieren renunciar a
ellos, apropiándose al mismo tiempo de una porción de soberanía que nos
pertenece a todos. Estamos ante una agresión de unos catalanes a otros
catalanes que simultáneamente implica un expolio al conjunto de los
españoles.
"Me dicen que ya no soy español y que me calle y que me
aguante", me comentaba esta semana en su despacho barcelonés, delante
de una impactante escultura de Tapies, el heredero de una gran saga
empresarial. "Vivimos una pesadilla. ¿Y por qué hemos llegado hasta
aquí? Pues por haber entregado hace más de 30 años a unos nacionalistas
que parecían moderados el control de la educación".
El diagnóstico
no puede ser más certero, pues el lobo acaba de quitarse la piel de
cordero una vez que la semilla del odio ha prendido durante dos
generaciones en las aulas. Y lo que aparece es la intolerancia tiránica
frente a esa como mínimo otra mitad de catalanes que quiere mantener su
identidad dual bajo la tutela de la Constitución Española. En el mismo
instante en que los líderes separatistas -elocuente amalgama de
corruptos y tronados- han tenido un ventanuco de oportunidad
parlamentaria se han precipitado a aprovechar ese resquicio para poner
la primera piedra de su República Catalana, sin buscar el más mínimo
consenso previo ni tan siquiera explorar fórmulas de convivencia en las
que ningún programa máximo debe poder engullir a los simples viandantes.
Ha sido un aquí te pillo, Cataluña; aquí te mato, España, para empezar a
hablar.
Embutida hasta hoy en el guante del seny, la tosca zarpa de la rauxa
amenaza ya con arrastrar a su cubil y desgarrar, inclemente y voraz, a
quienes a la vez que catalanes se sienten españoles. Lo que vivimos es
un nuevo brote de esquizofrenia aguda en la que el educado y siempre
agradable doctor Jeckill da paso súbitamente al depredador mister Hyde
que nunca ha dejado de llevar dentro. Y ya que va de medicina
decimonónica, evoquemos una estampa relacionada con el mitificado doctor
Robert, aquel célebre galeno nacido en Méjico que teorizó sobre el
cráneo dolicocéfalo de los catalanes frente al braquicéfalo de los
españoles y lideró como alcalde de Barcelona la insumisión fiscal o
"tancament de caixas" de los "botiguers" contra el gobierno de Silvela
tras el desastre del 98.
Quiso el destino que la canonización del
santo resultara favorecida por la peana de su muerte pues tras dejar un
grato recuerdo por sus buenos modales como diputado en Madrid -igual
pasó con Cambó, Maciá, Companys, Pujol, Roca, Molins, Trias o Duran- y
conseguir la excarcelación de Prat de la Riba, preso por un artículo, el
doctor Robert falleció en 1902 a resultas de un síncope en pleno
brindis, durante un banquete homenaje a los médicos municipales.
Enseguida
se planteó erigir un monumento a su memoria, lo que desató la oposición
de los medios lerrouxistas y otros sectores republicanos y proletarios
que lo consideraban patrimonio exclusivo de la burguesía. En ese
contexto hay que entender la portada del ¡Cu-Cut! del 28 de
enero de 1904 cuando llegó el momento de poner la primera piedra del
conjunto escultórico, inicialmente situado en la plaza de la
Universidad. El propio personaje emblemático de la revista de la Lliga,
con su barretina, su lazo de lunares y su senyera a la espalda aparecía
encabezando una manifestación vociferante y esgrimiendo un pedrusco que
se disponía a lanzar contra quien se pusiera enfrente. "¡Apa, minyons!
¡Cap a posar la primera pedra! Y si convé, alguna altra y tot", clamaba ¡Cu-Cut!.
"¡Animo, muchachos! ¡Vamos a poner la primera piedra! Y si hace falta
alguna otra también". Seguro que la CUP no se sentiría incómoda con tan
guerrillero icono.
En la página dos de la revista quedaba claro contra quién se dirigían
esas "primeras piedras": "la forasteralla vividora", "el sectarisme
roig", "els fills borts de Catalunya". O sea, forasteros, rojos y
bastardos: los malos catalanes de ayer y de hoy.
Contra ellos va
también la resolución de la desconexión con España, presentada como
primera piedra de la República Catalana, y suspendida al cabo de 48
horas por el Tribunal Constitucional. Pero a diferencia del monumento al
doctor Robert, repuesto hoy en la plaza de Tetuán, esa construcción
política, fruto de la quimera y la rapiña, no podrá ser erigida. Primero
porque el Estado, gobierne quien gobierne, nunca dejará desprotegidos a
esos catalanes que representados por Arrimadas, Albiol o Iceta no se
conformarán con ser despojados de sus derechos como españoles. Y segundo
porque la Unión Europea no tolerará que se cree un precedente en su
seno, toda vez que las mismas diferencias que los separatistas catalanes
invocan frente a los otros españoles pueden ser esgrimidas en Francia,
Italia o Alemania por corsos, lapadanos o bávaros. Ni Dios ni Darwin
tuvieron tiempo de ocuparse de la excepcionalidad catalana.
Si los
separatistas pretenden arramplar con todo por las bravas, bravo ha de
ser el Estado al echarles mano. La confrontación ha llegado al punto de
no retorno y en cuanto una autoridad catalana consume la desobediencia,
el fiscal y los jueces deben proceder en su contra destituyéndole y
mostrándole la senda de la cárcel si es preciso. Ni la ilegalización de
Batasuna ni la prisión de Otegi desencuadernaron a la sociedad vasca y,
como bien ha recordado el ministerio público, la "violencia física" no
es requisito imprescindible para que se produzca el delito de sedición. Y
si el pulso se traslada a la calle, para eso está la regulación del
derecho de manifestación y reunión bajo tutela judicial e incluso las
normas constitucionales para hacer frente a situaciones límite.
Es cierto que la frase del auto del Tribunal Constitucional, en la
que obliga a las autoridades a "impedir y paralizar" cualquier acto de
desobediencia bajo advertencia de sanción penal, podría habérsele
aplicado durante los últimos cuatro años a Rajoy, pues sin su pasividad y
abulia nunca habríamos llegado donde estamos. Y es cierto que vivimos
la injusta paradoja de verle beneficiándose día a día por el estallido
de la crisis que él mismo ha contribuido a incubar, justo en las
vísperas del ajuste de cuentas electoral. Pero que nadie se equivoque,
mientras el señor Rajoy sea el presidente del Gobierno legítimo, y por
muy indecente que me parezca que lo sea, los enemigos del señor Rajoy
nunca serán mis amigos, si a la vez se enfrentan a la legalidad
constitucional.
Entiéndase la primera persona como una mera
cláusula de estilo. Frente al apiñamiento de los golpistas debe brillar
la unidad de los demócratas. Estas elecciones son muy importantes,
vitales casi, pero después de ellas vendrán otras. Lo que no es
coyuntural es el legado colectivo que nos toca preservar. De ahí la
pertinencia de que las reglas de este pulso anacrónico y estúpido que
acaba de entrar en su fase decisiva se correspondan con el título de
nuestro editorial del lunes: "Antes perderán la autonomía que ganarán la
independencia".
A eso deben comprometerse Rajoy, Sánchez y Rivera
mientras Iglesias termina de aclararse si defiende o no a una "patria"
de la que tanto habla. Todos los catalanes deben saber cuanto antes que
los líderes del Parlament rebelde y sedicioso están actuando como el
necio can que protagonizaba la fábula invocada por el ministro Patiño al
explicar en pleno siglo XVIII los decretos de Nueva Planta, "aquel
perro que llevando en la boca una presa de carne, al pasar un riachuelo
era mayor la que en el agua se le representaba y, codicioso, soltó la
que tenía segura para asir la que miraba incierta dentro del arroyo,
quedando burlado sin una y sin otra".
Por mucho que los incautos
analistas del Royal Bank of Scotland perseveren en el cuento de hadas de
que en realidad todo cuanto está sucediendo no es sino la
escenificación previa para reabrir el melón del pacto fiscal, debemos
atenernos a los hechos. Y en la medida en que Mas, Junqueras, Forcadell y
la CUP se ciñan al guión de lo aprobado en el Parlament, es decir, en
la medida en que insistan en poner su primera piedra en nuestra crisma,
no debe quedar la menor sombra de duda de que, en último extremo,
artículo 155 mediante, "perderán lo seguro por lo incierto".
(*) Periodista y director de El Español
No hay comentarios:
Publicar un comentario