domingo, 15 de noviembre de 2015

La primera piedra de la República Catalana / Pedro J. Ramírez *

Nadie puede negar que menos de dos meses después de aquella antepenúltima carta del Arponero Ingenuo que desató tanto revuelo fariseo -Cómo evitar una guerra civil en Cataluña-, estamos más cerca de la repudiable hipótesis. Y no porque el "conflicto" se haya exacerbado solo, cual impredecible fenómeno meteorológico, sino porque uno de los dos bandos, una de las dos Cataluñas, ha cruzado el punto de no retorno en su pretensión dictatorial y el otro ha empezado a desplegar sus indeclinables elementos defensivos.

La sangre no ha llegado aún al río pero basta leer la resolución del Parlament del lunes, la instrucción de la Fiscalía del martes, el auto del Tribunal Constitucional del miércoles y el inmediato erre que erre de la Generalitat para constatar que hemos sobrepasado la fase de mera "guerra civil intramental entre el cerebro lógico y el étnico", diagnosticada en los libros de El Viejo Topo por el profesor Martín Alonso, para adentrarnos ya en el peligrosísimo territorio de lo que al menos es una "guerra civil de pega", al modo de aquella "phoney war" del invierno del 39 cuando la contienda había sido formalmente declarada pero las hostilidades aún no se habían desatado.

Basta de medias tintas, aquí hay un agresor y un agredido. Pese a haber perdido su propio plebiscito, es decir pese a no haber obtenido ni siquiera el apoyo de la mayoría de los votantes -y conste que esto no significa que otro resultado hubiera legitimado lo que han hecho-, los líderes separatistas han puesto en marcha la maquinaria jurídica para privar de sus derechos como españoles a quienes no quieren renunciar a ellos, apropiándose al mismo tiempo de una porción de soberanía que nos pertenece a todos. Estamos ante una agresión de unos catalanes a otros catalanes que simultáneamente implica un expolio al conjunto de los españoles.

"Me dicen que ya no soy español y que me calle y que me aguante", me comentaba esta semana en su despacho barcelonés, delante de una impactante escultura de Tapies, el heredero de una gran saga empresarial. "Vivimos una pesadilla. ¿Y por qué hemos llegado hasta aquí? Pues por haber entregado hace más de 30 años a unos nacionalistas que parecían moderados el control de la educación".

El diagnóstico no puede ser más certero, pues el lobo acaba de quitarse la piel de cordero una vez que la semilla del odio ha prendido durante dos generaciones en las aulas. Y lo que aparece es la intolerancia tiránica frente a esa como mínimo otra mitad de catalanes que quiere mantener su identidad dual bajo la tutela de la Constitución Española. En el mismo instante en que los líderes separatistas -elocuente amalgama de corruptos y tronados- han tenido un ventanuco de oportunidad parlamentaria se han precipitado a aprovechar ese resquicio para poner la primera piedra de su República Catalana, sin buscar el más mínimo consenso previo ni tan siquiera explorar fórmulas de convivencia en las que ningún programa máximo debe poder engullir a los simples viandantes. Ha sido un aquí te pillo, Cataluña; aquí te mato, España, para empezar a hablar.

Embutida hasta hoy en el guante del seny, la tosca zarpa de la rauxa amenaza ya con arrastrar a su cubil y desgarrar, inclemente y voraz, a quienes a la vez que catalanes se sienten españoles. Lo que vivimos es un nuevo brote de esquizofrenia aguda en la que el educado y siempre agradable doctor Jeckill da paso súbitamente al depredador mister Hyde que nunca ha dejado de llevar dentro. Y ya que va de medicina decimonónica, evoquemos una estampa relacionada con el mitificado doctor Robert, aquel célebre galeno nacido en Méjico que teorizó sobre el cráneo dolicocéfalo de los catalanes frente al braquicéfalo de los españoles y lideró como alcalde de Barcelona la insumisión fiscal o "tancament de caixas" de los "botiguers" contra el gobierno de Silvela tras el desastre del 98.

Quiso el destino que la canonización del santo resultara favorecida por la peana de su muerte pues tras dejar un grato recuerdo por sus buenos modales como diputado en Madrid -igual pasó con Cambó, Maciá, Companys, Pujol, Roca, Molins, Trias o Duran- y conseguir la excarcelación de Prat de la Riba, preso por un artículo, el doctor Robert falleció en 1902 a resultas de un síncope en pleno brindis, durante un banquete homenaje a los médicos municipales.

Enseguida se planteó erigir un monumento a su memoria, lo que desató la oposición de los medios lerrouxistas y otros sectores republicanos y proletarios que lo consideraban patrimonio exclusivo de la burguesía. En ese contexto hay que entender la portada del ¡Cu-Cut! del 28 de enero de 1904 cuando llegó el momento de poner la primera piedra del conjunto escultórico, inicialmente situado en la plaza de la Universidad. El propio personaje emblemático de la revista de la Lliga, con su barretina, su lazo de lunares y su senyera a la espalda aparecía encabezando una manifestación vociferante y esgrimiendo un pedrusco que se disponía a lanzar contra quien se pusiera enfrente. "¡Apa, minyons! ¡Cap a posar la primera pedra! Y si convé, alguna altra y tot", clamaba ¡Cu-Cut!. "¡Animo, muchachos! ¡Vamos a poner la primera piedra! Y si hace falta alguna otra también". Seguro que la CUP no se sentiría incómoda con tan guerrillero icono.

En la página dos de la revista quedaba claro contra quién se dirigían esas "primeras piedras": "la forasteralla vividora", "el sectarisme roig", "els fills borts de Catalunya". O sea, forasteros, rojos y bastardos: los malos catalanes de ayer y de hoy.

Contra ellos va también la resolución de la desconexión con España, presentada como primera piedra de la República Catalana, y suspendida al cabo de 48 horas por el Tribunal Constitucional. Pero a diferencia del monumento al doctor Robert, repuesto hoy en la plaza de Tetuán, esa construcción política, fruto de la quimera y la rapiña, no podrá ser erigida. Primero porque el Estado, gobierne quien gobierne, nunca dejará desprotegidos a esos catalanes que representados por Arrimadas, Albiol o Iceta no se conformarán con ser despojados de sus derechos como españoles. Y segundo porque la Unión Europea no tolerará que se cree un precedente en su seno, toda vez que las mismas diferencias que los separatistas catalanes invocan frente a los otros españoles pueden ser esgrimidas en Francia, Italia o Alemania por corsos, lapadanos o bávaros. Ni Dios ni Darwin tuvieron tiempo de ocuparse de la excepcionalidad catalana.

Si los separatistas pretenden arramplar con todo por las bravas, bravo ha de ser el Estado al echarles mano. La confrontación ha llegado al punto de no retorno y en cuanto una autoridad catalana consume la desobediencia, el fiscal y los jueces deben proceder en su contra destituyéndole y mostrándole la senda de la cárcel si es preciso. Ni la ilegalización de Batasuna ni la prisión de Otegi desencuadernaron a la sociedad vasca y, como bien ha recordado el ministerio público, la "violencia física" no es requisito imprescindible para que se produzca el delito de sedición. Y si el pulso se traslada a la calle, para eso está la regulación del derecho de manifestación y reunión bajo tutela judicial e incluso las normas constitucionales para hacer frente a situaciones límite.

Es cierto que la frase del auto del Tribunal Constitucional, en la que obliga a las autoridades a "impedir y paralizar" cualquier acto de desobediencia bajo advertencia de sanción penal, podría habérsele aplicado durante los últimos cuatro años a Rajoy, pues sin su pasividad y abulia nunca habríamos llegado donde estamos. Y es cierto que vivimos la injusta paradoja de verle beneficiándose día a día por el estallido de la crisis que él mismo ha contribuido a incubar, justo en las vísperas del ajuste de cuentas electoral. Pero que nadie se equivoque, mientras el señor Rajoy sea el presidente del Gobierno legítimo, y por muy indecente que me parezca que lo sea, los enemigos del señor Rajoy nunca serán mis amigos, si a la vez se enfrentan a la legalidad constitucional.

Entiéndase la primera persona como una mera cláusula de estilo. Frente al apiñamiento de los golpistas debe brillar la unidad de los demócratas. Estas elecciones son muy importantes, vitales casi, pero después de ellas vendrán otras. Lo que no es coyuntural es el legado colectivo que nos toca preservar. De ahí la pertinencia de que las reglas de este pulso anacrónico y estúpido que acaba de entrar en su fase decisiva se correspondan con el título de nuestro editorial del lunes: "Antes perderán la autonomía que ganarán la independencia".

A eso deben comprometerse Rajoy, Sánchez y Rivera mientras Iglesias termina de aclararse si defiende o no a una "patria" de la que tanto habla. Todos los catalanes deben saber cuanto antes que los líderes del Parlament rebelde y sedicioso están actuando como el necio can que protagonizaba la fábula invocada por el ministro Patiño al explicar en pleno siglo XVIII los decretos de Nueva Planta, "aquel perro que llevando en la boca una presa de carne, al pasar un riachuelo era mayor la que en el agua se le representaba y, codicioso, soltó la que tenía segura para asir la que miraba incierta dentro del arroyo, quedando burlado sin una y sin otra".

Por mucho que los incautos analistas del Royal Bank of Scotland perseveren en el cuento de hadas de que en realidad todo cuanto está sucediendo no es sino la escenificación previa para reabrir el melón del pacto fiscal, debemos atenernos a los hechos. Y en la medida en que Mas, Junqueras, Forcadell y la CUP se ciñan al guión de lo aprobado en el Parlament, es decir, en la medida en que insistan en poner su primera piedra en nuestra crisma, no debe quedar la menor sombra de duda de que, en último extremo, artículo 155 mediante, "perderán lo seguro por lo incierto".


 (*) Periodista y director de El Español


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