La
democracia es un régimen de opinión y la opinión nace del intercambio,
la discusión, el debate. La democracia es un sistema político deliberativo.
Las decisiones colectivas se adoptan por mayoría de unos ciudadanos que
previamente se han informado y debatido. Lo sabían los griegos de la
época clásica y por eso desarrollaron la sofística en cuanto capacidad
de argumentar en público y triunfar, si bien luego el término cayó en
desprestigio hasta que Hegel lo rescató. Cicerón era neto partidario de
la retórica, el arte de bien hablar y bien razonar como puntal básico de
la vida republicana. La expresión democracia deliberativa es redundante porque, si no es deliberativa, la democracia no es democracia.
Por
si fuera poco, nuestra época se caracteriza por ser la del reinado
incuestionable de los medios de comunicación (últimamente coronados por
internet) que viven de fomentar el intercambio de información, los
debates, los discusiones, las intervenciones asamblearias. La capacidad
de los medios de consumir estos productos es infinita. De ahí que los
políticos y también sus asesores, los comentaristas y analistas estén
atentos para aprovechar cualquier ocasión, cualquier debate o discusión
para difundir sus puntos de vista, para hacer propaganda.Y que se
vuelvan locos por aparecer en pantalla o colocar sus mensajes en todo
tipo de programas de radio, televisión de lo que sea.
En
principio, los políticos (y algunos comunicadores) se apuntan a todos
los debates y no solo los debates. En España, en época electoral, están
dispuestos a aparecer en cualquier programa basura, en los que van a
hacer el ridículo frente a interlocutores que habitualmente son de
derechas cerriles o están de vuelta porque todos los políticos, dicen son iguales.
En estos programas de ínfima calidad, presentados por gentes fiel
reflejo de la chabacanería y el mal gusto del gentío, los políticos van a
hacer de bufones, a freír un huevo o sacar a pasear al perro. Pedro
Sánchez diciendo en el programa de Bertín Osborne que "a las mujeres hay
que trabajárselas" da la medida de su falta de educación y su estupidez
machista.
Además
de los programas basura, los políticos acuden a todo tipo de debates.
Exceptuado, como se sabe, Rajoy, cuya capacidad para debatir nada sin
decir necedades es inversamente proporcional al miedo que le da que le
obliguen a aclarar el asunto de los sobresueldos o los dineros públicos
que pilla para pagar los gastos de salud de su padre.
Los debates pueden verse en dos facetas: a) la forma y el b) el fondo.
En
cuanto a la forma, los debates pueden ser tipo tertulia, entrevista o
intercambio en pareja. En la tertulia, a su vez, pueden predominar los
políticos o los periodistas o un modelo intermedio, con participantes
estratégicamente escogidos según la ideología del medio. En ellas lo
habitual es organizar un griterío con un nivel intelectual bajísimo. El
tipo entrevista (también con mucha variedad) deja más posibilidades. De
lo que suele tratarse es de que el político se luzca ante un
entrevistador que funciona como un felpudo o, caso de que no lo sea, de
que no lo pille en algún renuncio que lo ponga en ridículo. Todo el
mundo recordará el momento en que Carlos Alsina pilló a Rajoy
balbuceando incongruencias porque no se sabía el derecho de nacionalidad
del país que desgobierna. En cuanto al intercambio en pareja, suele ser
un formato en que dos políticos, como dos gallos en un corral, se
buscan las vueltas y tratan de clavarse los espolones. Al final, los
medios suelen declarar vencedor y perdedor y el asunto tiene, en efecto,
el valor de una pelea de gallos.
Lo
definitivo en los debates no es la forma sino el fondo. Importa el cómo
se dicen las cosas, cierto; pero mucho más las cosas que se dicen. Al
respecto se dan tres tipos de contenidos que retratan el nivel
intelectual de los políticos. El primer nivel es de barra libre a las
tonterías de todo tipo porque suelen tratarse cuestiones de esas de rabiosa actualidad
que solo sirven para insultar al adversario o decir vulgaridades sin
sentido. También en esto Rajoy es un puntal. Hace poco, en un programa
de radio sobre fútbol, que es el objeto principal de su actividad
mental, dictaminó que la "mejor defensa es contar con una buena defensa"
o algo así de inteligente. Tampoco los demás políticos se desempeñan
con mayor ingenio.
El
segundo nivel es el de alcance medio. Este el terreno en que los
políticos, los comunicadores, los expertos y demás tropa se sienten a
gusto. Son debates sobre políticas públicas concretas que no por ser
concretas son más ciertas o verosímiles. Se trata de debates
interminables sobre si conviene bajar o subir los impuestos, respetar o
no el sistema público de pensiones, privatizar o no la salud pública. La
contundencia con que los interlocutores se expresan en este terreno
jamás consigue disipar la convicción general de que no saben de lo que
hablan, que lo hacen por no estar callados, ya que el silencio no vende
electoralmente.
El
tercer nivel es el más complicado porque es el que ya requiere cierta
capacidad teórica. Se trata de debatir qué se puede hacer por (o contra)
el Estado el bienestar, cómo entender la economía del común, que sucede
con tesis reformistas radicales como las del decrecimiento. En este
terreno, el silencio de los dirigentes es clamoroso. Su capacidad
reflexiva, especulativa queda patente en estos contenidos. Rajoy es un
analfabeto funcional y, cuando habla, dice disparates. Sánchez no le
anda en zaga. Nadie le ha escuchado jamás una sola reflexión propia que
tenga el menor interés. Y los dos rivales emergentes ya dejaron claro de
una tacada que no saben nada de Kant, cuya lectura recomiendan.
Cabe maliciarse que el sistema español de selección está invertido.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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