Veinte años, que se dice pronto, tras la pancarta del “Agua para
todos”, y al cabo lo que quedan son las ‘soluciones imaginativas’ de
Rajoy, quien como es sabido se distingue por su frondosa imaginación.
Mientras el aparato mediático de San Esteban perseguía a los periodistas
para convencerlos de que el presidente murciano había arrancado una
ristra de millones a Rajoy para abaratar el agua desalada, el de la
Moncloa comparecía en la Cope para anunciar que “si no se puede ofrecer
un precio social” (el condicional indica que la subvención está en el
aire) habrá que recurrir a ‘soluciones imaginativas’. El resultado,
pues, de la hégira popular se puede resumir en “Agua imaginativa para
todos”.
Cuando un Gobierno reduce sus proyectos a las ‘soluciones
imaginativas’ hay que echarse la mano a la cartera, pues la imaginación
de estos gobernantes está siempre encaminada a sacarnos las perras. La
imaginación en política es sustituta de las ideas, y en este caso,
además, de la obligación de Estado, de los compromisos de la gobernación
y de las promesas a los ciudadanos. Si después de veinte años de
sucesivas y crecientes mayorías absolutas hemos de acabar encomendados a
la imaginación de Rajoy, mejor y más práctico sería que regresáramos a
las rogativas a la Fuensanta, ahora que la tenemos cerca.
Nos habían hecho una autovía que conducía a un bancal. Al menos
salvamos el bancal. Pero ahora resulta que tampoco tenemos para regar el
bancal.
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