Esto pudieron pensar Felipe y Letizia cuando el pasado miércoles
aparecieron, después de doce días “missing”, en un cine de Manoteras,
un barrio de Madrid, en la sesión de las 21.30, para ver “Misión
Imposible. Nación secreta”, de Tom Cruise.
“¡Pobrecillos! Pocos días de vacaciones. Van al cine y tienen la mala
suerte de que nadie les haga una fotografía”, podía leerse en un tuit.
Y es que después de los doce días sin saber donde podía encontrarse
la Familia Real, nadie se cree ya nada. Todo ha sido desplantes,
misterio y arrogancias, a propósito de las polémicas vacaciones. Y
mentiras. Nadie entiende como Felipe, nada más llegar a Palma, declarara
a las autoridades baleares “no sabemos cuanto vamos a estar”.
Bien lo sabía. Ocho días. Ni uno más. Un viaje como el realizado por
Letizia y las pijas de sus hijas, con escala en Estambul, no se
improvisa.
Cierto es que (¿para despistar?) el rey se quedó esa noche del 8 en
Palma. A la hora en que su consorte y las niñas eran vistas en el
aeropuerto de la capital turca, a esa hora, precisamente, y para que se
le viera bien, Felipe cenaba en la Plaza de Gomila, de Palma, en el
restaurante Nitos, con Jaime Anglada, un cantante, dicen que famoso, en
el circulo real y cuatro regatistas más.
Se ignora cuando abandonó Palma para reunirse con su familia ¿en el
Golfo de Tarento? Solo ellos y dios lo saben. A diferencia de todas las
familias reales europeas, que no les importa ser captados por los
fotógrafos, nadie entiende por qué tanto misterio y polémica en torno a
la española.
Los ciudadanos de Dinamarca, Suecia, Noruega, Luxemburgo, Bélgica,
Holanda, Mónaco y Gran Bretaña han sabido, en todo momento, donde se
encontraban sus reyes.
Isabel II: en Balmoral; los soberanos de Luxemburgo, Enrique y María
Teresa, en la Provenza; Carlos Gustavo, Silvia, la princesa heredera
Victoria y su marido Daniel, en el Palacio de Solliden y en la Costa
Azul; los belgas Felipe y Matilde en la isla francesa de Yeu y en el
castillo de Ciergnon, en el sureste de Bélgica; Guillermo y Máxima, en
la localidad de Kranide, en la costa del Peloponeso griego; Alberto y
Paola, en la villa que poseen en Cannes; Guillermo y Kate, en el palacio
de Anmerhold; los daneses Margarita y Henri en el castillo de Gresten, a
15 kilómetros al norte de la frontera alemana y en los viñedos del sur
de Francia, propiedad del consorte danés; Harald, Sonia, Haakon y Mette
Marit, a bordo del yate real Norge, llegaron Córcega y Portofino y más
tarde en la Fortaleza de Vardohus, al noreste de Noruega. Por último,
Charlene de Mónaco, en Mónaco. No hay mejor sitio en la Costa Azul
francesa.
Las vacaciones de todos ellos, con luz y taquígrafos pero, sobre
todo, con transparencia de la que carece, a pesar de todo lo pregonado,
la Casa Real española.
¡Joderos que no nos habéis localizado!
(*) Periodista
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